El otro 1985
Tanto el libro del sociólogo Juan Carlos Torre Diario de una temporada en el quinto piso como la película dirigida por Santiago Mitre Argentina, 1985 representan producciones (politológica una, cinematográfica-política la otra) que han alcanzado un inesperado nivel de repercusión en la conversación pública argentina durante el presente año 2022.
Podríamos establecer un común denominador –seguramente no buscado– entre la película dirigida por Mitre y el libro de Torre: explorar aquel 1985 que probablemente representó el mejor momento del gobierno de Raúl Alfonsín como consecuencia de la puesta en marcha del juicio a los comandantes de la última dictadura cívico-militar en el mes de abril, el inicio del Plan Austral en junio de aquel año, el triunfo del oficialismo en las elecciones legislativas llevadas a cabo en octubre y las sentencias condenatorias a emblemáticos representantes del último régimen cívico-militar en diciembre de ese “glorioso” año 85.
En Diario de una temporada en el quinto piso nos encontramos con un descarnado y lúcido análisis del complejo contexto de la implementación del programa de estabilización entre 1985 y 1989, navegando el plan en medio de las exigencias ortodoxas del Fondo Monetario Internacional, las heterodoxas del peronismo tanto en el frente político como en el sindical, aquellas del propio partido de gobierno (la Unión Cívica Radical) en abierto conflicto con los “tecnócratas” del Ministerio de Economía, una sociedad civil que no admitía más víctimas y las contradicciones del propio Raúl Alfonsín, que, prisionero de sus promesas de reparación, al mismo tiempo se encontraba frente a la necesidad de llevar a cabo un proceso de ajuste y reforma estructural en conflicto con esa promesa de reparación
La conclusión principal que podríamos sacar de la lectura del texto de Torre es la necesidad de rescatar la contribución política del Plan Austral, más allá del fracaso en sus objetivos económicos, a la gobernabilidad democrática: no fue la estabilización económica su aporte principal sino ganar tiempo con el objetivo de contribuir a la estabilización política.
Volvamos a aquel gobierno que en abril de 1985 llevaba apenas 16 meses de una gestión que había asumido en diciembre de 1983 en un contexto subregional caracterizado todavía por la presencia de dictaduras en los principales países del Cono Sur (Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay) y una muy frágil transición democrática en Bolivia, un peronismo en crisis lamiéndose las heridas provocadas por la primera derrota en su historia en las elecciones presidenciales de 1983, un creciente malestar en las Fuerzas Armadas por la puesta en marcha de los juicios a las cúpulas principales por parte de la instancia civil, una sociedad con fuertes demandas largamente postergadas por los siete años de la dictadura cívico-militar, sin elecciones presidenciales a la vista que oxigenaran las expectativas sociales con algún recambio presidencial inminente y la amenaza latente de un proceso hiperinflacionario como aquel que tuvo lugar en 1975 con el denominado “Rodrigazo” durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón. Una tormenta perfecta.
Haciendo un no siempre recomendable ejercicio de historia contrafáctica, es interesante interrogarse acerca de lo que podría haber acontecido si el proceso hiperinflacionario, que tuvo lugar entre 1989 y 1990, se hubiera producido durante los primeros meses de gestión del novel gobierno democrático en medio de las tensiones y restricciones recién señaladas, es decir 1989, pero en 1985. Si los juicios a los comandantes fueron una clara señal de no retorno al pasado –sintetizada en la frase “nunca más” presente en el alegato final del fiscal Julio César Strassera–, el Plan Austral representó un intento de dejar atrás el pasado a través de una fuga hacia adelante que finalmente hizo posible, no ya la estabilidad económica, sino la consolidación democrática.
Como diría una destacada líder política de nuestro país: todo tiene que ver todo.