El oso polar
Los seres humanos -que también somos mamíferos, y también vivimos en cautiverio- estamos todos medio trastornados por el ruido
El 24 de diciembre de 2012, es decir durante la Nochebuena, murió el oso polar del Zoológico de Buenos Aires. Era un animal enorme (350 kilos) joven y sano llamado Winner. Murió a los 16 años, siendo que en cautiverio esta especie suele llegar a los 30 o 35. En libertad, los osos polares sólo viven una media de unos 25 años. Hagamos una salvedad: lo que acabamos de consignar es una apreciación de los zoólogos; no nos consta. Y otra observación: los 25 años que un oso polar vive "pericolosamente" en libertad, trepando a los icebergs del Ártico y atrapando peces, seguramente son más "plenos" que los 35 que puede sobrevivir en una piletita tibia, donde los niños le arrojan galletas con forma de oso.
¡Perdón! Tal vez estamos humanizando la vida y los sentimientos de un animal. Oficialmente, Winner murió de hipertermia: un golpe de calor como el que sufren los ancianos y los niños. Algunos sospechamos que los petardos, alaridos y bochinche general de las Fiestas podrían haberle causado un estrés mortal, pero desde el Zoológico se descarta esta posibilidad. ¿Por qué se descarta? No lo sabemos, pero se descarta.
Sin embargo, los seres humanos –que también somos mamíferos, y también vivimos en cautiverio- estamos todos medio trastornados por el ruido, que en general proviene de equipos de música, televisores, motocicletas, segadoras de césped, máquinas, motores y tambores de todo tipo. El ser humano sueña con descansar en una playa desierta, o contemplar el panorama de un lago en el silencio de la tarde, o caminar por el campo en medio de la noche, cuando solo se escucha el canto de los grillos. Llegamos a pagar miles de dólares para estar tranquilos en Aruba, o para respirar el olor de la selva en Iberá, o para contemplar el majestuoso chasquido del Glaciar Perito Moreno. Los estampidos que surcan las vidas de hombres como el Dr. Barreda, Adam Lanza y Charles Manson, son como el eco de otros sonidos estrepitosos, que los han atormentado durante décadas.
Dice don Miguel Rivolta, director de Bienestar Animal del Zoo de Buenos Aires: "Los osos polares como Winner son nacidos en cautiverio. Van modificando paulatinamente su biología y se acostumbran a vivir en climas templados. No hace falta aire acondicionado, alcanza con la ventilación. Los parámetros de los recintos están consensuados con la World Association of Zoos and Aquariums". Lamentablemente, Winner no tomó nota de este detalle y cometió la imprudencia de morir joven. Apuntemos que Winner fue cedido, en su momento, por el Zoológico de Santiago de Chile, donde hoy día vive su hermano Taco. En este sentido, testimonia el chileno Mauricio Fabry: "Los osos se aclimatan donde viven, y el recinto de Buenos Aires es bueno. Ayer hubo 31 grados en Santiago, y no pasó nada. Claro que el clima aquí es mucho más seco".
En cambio, afirma Jennifer Ibarra, una de las creadoras de la Fundación Cullunche, para la preservación de la flora y la fauna: "No es normal que un oso polar muera de hipertermia. Se deben reproducir en cautiverio las condiciones de su vida en libertad, de la mejor manera posible. O sea que se requiere refrigeración, y verificar que el agua esté fresca y limpia".
Los seres humanos –que también somos mamíferos, y también vivimos en cautiverio- estamos todos medio trastornados por el ruido
En el año 2008, un informe de la Auditoría General de la Ciudad de Buenos Aires afirmó: "En el caso del oso polar, el recinto no posee las condiciones de temperatura adecuadas para su vida. Estanque y hábitat carecen de refrigeración, un detalle que otros zoológicos, como Londres y Barcelona, han solucionado con equipos de aire acondicionado e incluso nieve artificial. El Zoológico ha prometido instalar estas comodidades, pero no lo ha hecho".
Los recintos especiales para el oso polar existen en los zoológicos de Nueva York, Seúl, Singapur y otros, siempre con aire acondicionado y agua casi helada. En San Diego hay tres osos polares: cuentan con un estanque de 490 mil litros a una temperatura constante de 12 grados.
El último oso blanco que sobrevive en nuestro país se halla en el Zoo de Mendoza, al pie del Cerro de la Gloria. Se llama Arturo, tiene 30 años y pesa 300 kilos: en su hábitat, la temperatura ambiente está regulada para mantener unos 16 grados. Hay aspersores de humedad y varios paños de media sombra para que el sol no caliente la atmósfera. Dice don Alberto Duarte, jefe del servicio veterinario del Zoo de Mendoza: "Hasta el momento, Arturo ha sobrellevado sin problemas los días de calor. Pero es un animal añoso y hay que prestarle mucha atención". Tal vez, si estamos bien atentos, podamos apreciar el momento y la forma en que Arturo, finalmente, muere.
La soledad, que tanto se aconseja hoy para la templanza y la salud psicológica de los seres humanos, parece causar la locura y la muerte en los osos polares.
Por de pronto, la compañera de Arturo, que se llamaba Pelusa y tenía 34 años, murió en mayo de este año. Más o menos para la misma época falleció la compañera de Winner. Tras la muerte de la inmensa osa, se verificó que el macho sobreviviente en Buenos Aires realizaba algunos movimientos patológicos: por ejemplo, caminaba hacia atrás. Lo atendieron y –se nos dice- quedó compensado.
La soledad, que tanto se aconseja hoy para la templanza y la salud psicológica de los seres humanos, parece causar la locura y la muerte en los osos polares.
Si hacemos memoria, sin duda recordaremos haber visto animales "locos" en el Zoológico: pobres bestias que se echaban a languidecer días y días en un rincón de la jaula, otros que balanceaban la cabeza sin sentido, muchos que se ocultaban en algún escondrijo donde no pudieran verlos los seres humanos. Nos imaginamos el inmenso tedio, la mugre de un recinto de hormigón armado, la ausencia de todo sonido selvático, o natural, o simplemente silvestre como el rumor de un arroyo, en el cerebro atormentado de un ocelote o una llama. Pero atención: ellos son solamente animales.
Deberían conformarse con la prisión perpetua que les hemos inventado, su invariable calabozo con agua y comida, donde nunca ocurre nada nuevo.
Nosotros, a nuestra vez, también somos todos osos polares. Las moles de cemento que nos rodean, el ruido de aviones, motos y equipos de "música", la atmósfera que respiramos, hecha de gases tenebrosos y olores nauseabundos... nos tienen aturdidos y enfermos.
Los veterinarios, cada tanto, nos sacan del coma y volvemos a realizar nuestras monerías para el público.
(Información tomada de La Nación y Perfil)