El Olimpo de las celebridades argentinas
Gianni Mestichelli decía la tarde de la inauguración de Íconos argentinos, la muestra de sus fotografías curada por Renata Schussheim en el Centro Cultural Recoleta: "No creo en el destino, pero tuve muchas veces la suerte de estar en el momento justo con la persona justa y captar por medio de la cámara un gesto o una mirada que la desnudaba".
Las tres salas enlazadas en U son cámaras negras y las imágenes -algunas colgadas de las paredes; otras, del techo- parecen flotar en el espacio. Es algo así como el Olimpo de las celebridades nacionales del siglo XX que, según el eufemismo local, "han pasado a la inmortalidad". Cada foto va acompañada por una frase del modelo retratado o de alguien que ha hecho un comentario sobre él. Esos epígrafes en varios casos no podrían haber sido mejor elegidos. Algunas de las fotografías, como la de Astor Piazzolla, la de Batato Barea o la de Ricardo Balbín, resultan tan representativas, tan "esenciales", que son las que vienen a la memoria cuando se menciona a esos personajes, sin saber que eran de Mestichelli. En ese anonimato residía la verdadera gloria para Borges (otro de los íconos de la exposición): dar con una expresión tan perfecta para definir una situación que pase a ser de todos, a no tener autor, como si existiera desde siempre. Y es cierto que a Piazzolla uno no puede imaginárselo sino a través de la mirada del "anónimo" Mestichelli.
En el catálogo, Schussheim destaca el retrato admirable del boxeador Oscar Bonavena, "Ringo", que mira de modo socarrón el humo de su cigarrillo. Es la mirada típica del porteño que se las sabe todas y, por eso mismo, considera el mundo con burlón escepticismo. "Si no estoy loca, se lo debo al teatro." La frase escrita con tiza en una pared es la leyenda que corresponde a la fotografía de la actriz Inda Ledesma. Mestichelli supo mostrar en las manos que se adelantan de un modo melodramático y en la cara de ojos voraces y de una exaltación que va más allá de cualquier personaje, hasta qué punto la escena había encauzado una tendencia al desborde.
Hay dos retratos de mujer que llaman la atención por la hermosura de las modelos y también por el modo en que se las preparó para posar. Uno es el de Norma Pons, maquillada y peinada para un espectáculo. El peinado es dos veces más alto que la cabeza de Norma; en cierto modo, recrea las pelucas monumentales de la corte francesa en el siglo XVIII. El cuello interminable y la distancia entre los lóbulos de las orejas y los hombros permiten que la actriz luzca unos pendientes largos como Chile. A un costado, una confesión: "Si hubiera tenido el sí más flojo, sería reina".
La otra mujer, en verdad, no es una mujer. Esa afirmación es una injusticia del pensamiento binario porque el bello rostro fotografiado por Mestichelli es el de Cris Miró, la primera travesti argentina que alcanzó la fama. La cara y la cabellera son femeninas, pero el torso desnudo es el de un joven de pecho chato, delgado y de una piel inmaculada. La androginia no choca en absoluto; todo está calculado para que el efecto sea de sorpresa, pero también de armonía estética. Cris revela: "Al jugar a Tarzán, yo era Juana".
María Elena Walsh aparece en la juventud en un estudio de grabación. Está seria, vestida con un pantalón oscuro y un suéter claro. Dice: "Me gustaría ser recordada como alguien que quería dar alegría a los demás, aunque no le saliera siempre".
Durante su extensa carrera en el periodismo y en la producción de fotografías para las tapas de libros y discos, y para las marquesinas de teatro, Mestichelli tuvo frente a su cámara a las personalidades más destacadas y controvertidas de distintas disciplinas: Borges, Ernesto Sabato, Leopoldo Marechal, Alicia Moreau de Justo, Raúl Soldi, Rómulo Macció, Leonardo Favio, Clorindo Testa ("No se trata de hacer ventanas sino de perforar muros"), Sergio Renán, Alfredo Alcón, Imperio Argentina ("Estar en el escenario es la más hermosa vanidad"), Jean-François Casanovas, Santiago Cogorno, Irineo Leguisamo ("Arriba del caballo mando yo"), Tato Bores. La sucesión de esos retratos es un rompecabezas de la sociedad argentina: más que de fotos, se trata de un espejo.