El ojo de John Berger
Por Silvia Hopenhayn Para LA NACION
En Ensayo sobre la ceguera, José Saramago pregonaba la caída del individuo y su dilución social a través de una metáfora lúcida: la vista tiene sentido si contiene un modo de ver. La ceguera colectiva anunciaba el costado maléfico de la globalización, la supresión del punto de vista, el aglutinamiento de miradas en un solo costado del planeta. Tener un lugar en el mundo, más allá de las necesidades territoriales, es también observar lo que nos rodea desde alguna perspectiva. Sin distancia, no hay existencia. Uno choca indefectiblemente.
A su vez, John Berger, escritor y crítico inglés, fue, quizás, el mejor apuntador de estas nociones. En su ensayo sobre arte, Modos de ver, referencia fundamental para una generación de artistas, daba cuenta de cómo la realidad se inventa según la forma en la que es representada. En El tamaño de una bolsa (libro recién editado, que reúne una serie de artículos escritos en los años 90) reafirma este concepto a través de un sueño que le proporciona un extraño método: "El secreto era entrar en lo que estuviera mirando en ese momento -un cubo de agua, una vaca, una ciudad desde arriba, un roble- y, una vez dentro, disponer del mejor modo posible su apariencia. Mejor no quería decir hacerlo más bonito o más armonioso, ni tampoco más típico, con el fin de que un roble representara a todos los robles. Sencillamente, quería decir hacerlo más suyo, de modo que la vaca o la ciudad se convirtieran en algo claramente único".
Se trata de captar, casi en silencio, con el cuerpo distendido y no reticente, lo singular que se encuentra en todo lo observable; deslizarse, en este caso oníricamente, para revelar un mundo de diferencias, no necesariamente inconciliables. Berger (Booker Prize 1972) escribe refugiado en un pueblito de los Alpes. Desde allí repudia el "desorden mundial" y resiste al agobio que le produce la falta de arte que hay en el mundo. Las imágenes de la televisión no coinciden con lo que él supone que es la vida. Y, como tiene la idea de que "la pintura es, en primer lugar, una afirmación de lo visible", intenta restaurar la realidad a través de los trazos que mejor la compongan. Propone ver para crear y así poder creer en otra cosa.
Su nuevo libro ofrece un ramillete de personajes que se resisten a "vivir impositivamente". No es que dejen de pagar sus impuestos, pero lo hacen a cuenta de sacarle provecho a la vida, no sólo para solventar el sistema. En uno de los últimos artículos, Contra la gran derrota del mundo, Berger, como buen crítico, para entender la actualidad no acude a ninguna cronología ni determinación histórica. Encuentra en El jardín de las delicias, del Bosco, las claves espaciales del infierno actual: "Un espacio sin horizonte, sin continuidad entre las acciones ni pausas, senderos, pautas, pasado o futuro. Sólo vemos el clamor de un presente desigual y fragmentario, lleno de sorpresas y sensaciones, pero no aparecen por ningún lado sus consecuencias o sus resultados. Nada fluye libremente; sólo hay interrupciones. Una especie de delirio espacial". Someterse a una imagen es encarnar el espacio. Entonces, siguiendo las instrucciones plásticas de Berger: mejor elegir un cuadro donde vivir para representarse una vida diferente de la que nos muestran.