El odio: historia de una golpiza
A Jonathan Uriel Castellari, primero, le dijeron: “¡Te vamos a matar por puto!”. Después, lo molieron a golpes. Eran entre siete u ocho jóvenes contra él que, a esa altura, era un cuerpo tirado en el estacionamiento de un local de comidas rápidas de la avenida Córdoba al 3100, en Palermo.
Eso fue lo que vio y escuchó su amigo, Sebastián Sierra, alrededor de las seis del viernes pasado. Hacía unos minutos que habían salido de un boliche y habían decidido caminar unas cuadras hasta el local. Mientras esperaban la comida, llegaron entre siete u ocho chicos de unos 25 años. “Ahí el ambiente del lugar empezó a cambiar. Nos empezamos a sentir observados, discriminados. Ante eso, como gay, estás acostumbrado a mirar para otro lado”, cuenta Sierra a LA NACIÓN.
En un momento, Castellari, de 25 años, decidió salir a fumar. Uno de los chicos del grupo lo siguió, lo “abrazó” y le fue diciendo algo al oído. El resto fue detrás. Sierra se dio cuenta de que algo iba a pasar. Cuando salió al estacionamiento, vio cómo cuatro o cinco de los jóvenes golpeaban con furia a su amigo. Otros tres custodiaban la escena para que nadie más se metiera. Sierra, de 24 años, empezó a gritarles. Uno de los agresores se dio cuenta de su presencia. “Me apuntó con un spray de gas pimienta y me dijo: «¡alejate porque te tiro!»”, relata. Gracias a ese acto de distracción, Castellari logró escaparse, corrió y terminó sentado, ensangrentado y perdido, a algunos metros del lugar de la agresión. Tuvo suerte de que apareciera una enfermera que le dio los primeros auxilios y otro tanto de que le diera un consejo a su amigo: “Llevalo a un hospital, por los golpes que tiene, se puede morir”.
Caminaron los 130 metros que hay entre el local y el Sanatorio Güemes. Castellari terminó internado en una sala de terapia de intensiva. Le dieron cuatro puntos en la ceja derecha y otros tres, debajo de esa zona. Los médicos, según cuenta Sierra, constataron que tenía golpes en todo el cuerpo, dientes astillados y una fractura en uno de los huesos que está debajo del ojo derecho. Tres días después, el lunes pasado, fue trasladado a una habitación común y el martes por la tarde le dieron el alta.
“Fue un acto de homofobia”, explica, sin dudar, Sierra. Y, al día siguiente, Ciervos Pampa Rugby Club, el equipo para el que juega Castellari y que además lucha por los derechos de la comunidad de personas Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGTB), respaldó la conclusión y organizó una marcha frente al local de comidas rápidas bajo la consigna “Basta de homofobia”.
Frente al hecho, el Instituto contra la Discriminación de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, junto a la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), se presentará como querellante. “Pediremos que se investigue la presunta comisión de los delitos de lesiones graves, amenazas, y tentativa de homicidio con el agravante de discriminación y crímenes de odio”, indica María Rachid, la titular del instituto, en diálogo con LA NACIÓN.
El episodio, más allá de sus consecuencias judiciales, también encendió las alarmas de la comunidad, sobre todo, por la repetición de los casos que se registran en algunas estadísticas. Desde 2012 hasta hoy, casi se duplicaron las denuncias por discriminación por orientación sexual presentadas ante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi). A fines de este mes, se difundirán los datos relevados por el Observatorio de Crímenes de Odio hacia la comunidad LGBT de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad/ADPRA y la Falgbt. Según adelantaron a LA NACIÓN desde el organismo, las denuncias por violencia física contra este grupo aumentaron entre el año pasado y el actual de 16 a 61 .
Más allá de los números
Rachid considera que, en estos casos, hablar de homofobia no es lo más adecuado. “Las fobias son enfermedades que eximen de responsabilidad al que las padece”, dice. Por eso, propone: “Queremos darle otro carácter a algo que, en realidad, es discriminación, violencia y crímenes de odio”.
Detrás de este tipo de agresiones, subyacen algunas incógnitas que parecen ineludibles: ¿qué hace que una persona ejerza violencia sobre otra sólo por su orientación sexual? ¿Cuál es la raíz del odio? Juan Eduardo Tesone, médico psicoanalista y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), explica: “El agresor no admite la diversidad sexual, en el sentido que piensa, por motivos religiosos o de otra clase, que hay sólo un tipo de sexualidad que es la normalidad. En muchos casos, la homosexualidad del otro actúa como espejo de la homosexualidad reprimida del sujeto que agrede. Éste no tolera que el otro exprese su sexualidad libremente. Lo que está en juego, aquí, es la aceptación de la alteridad. De alguna manera, ésta es la base del machismo, que es la propia inseguridad en la identidad sexual y, muchas veces, es la expresión defensiva de una homosexualidad latente”.
El caso no hace más que exponernos a una profunda paradoja: mientras la sociedad avanza en el reconocimiento de derechos de la comunidad LGBT, vuelve a irrumpir sin más la barbarie y el odio propios de otros tiempos. Esos que parecerían haberse superado.