El odio como factor de acumulación de poder
En la acción del ladrón hay cierta lógica. Sin entrar en el análisis de la violencia, el delito es la apropiación de aquello que pertenece a otro. Punto. Es un perverso juego de suma cero donde una parte sale ganando en desmedro de la otra. Por lo menos hasta que las fuerzas de seguridad y la justicia hagan lo suyo.
Pero hay acciones que no siguen la lógica del beneficio. Para entenderlas, es necesario seguir el camino del odio, de la envidia y del resentimiento; hay que entrar en la mente del odiador.
Es el caso de la rotura de silobolsas que, de tanto en tanto, aparecen en las noticias. ¿Cuál es el motor que mueve al delincuente a quebrar la propiedad ajena sin recibir nada por ello?
Con sus múltiples fallas, el sistema capitalista promueve el ascenso social y económico de quienes se esfuerzan. Pero, simultáneamente, permite la emergencia de la frustración, donde campea la envidia. Se trata de un espacio de agua estancada, donde muchos políticos encuentran la oportunidad para aumentar su poder. Y, así, no dudan en exacerbar la antinomia-amigo enemigo, propia del populismo hoy vigente.
Desde el conflicto por la Resolución 125, donde el campo elevó su protesta a un nivel nunca conocido, la política económica ha ido acentuando –con vaivenes- su estructuración dentro de la lógica de amigo – enemigo.
La obra del intelectual argentino Ernesto Laclau (1935 - 2014) ejerce una clara influencia en la acción de los gobiernos populistas latinoamericanos. ¿Qué nos dice Laclau sobre la democracia? Que la democracia no debe consistir en superar las diferencias sino, por el contrario, en fomentarlas. Laclau apoyó decididamente los “populismos del siglo XXI” en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Y, también, en nuestro país. Por ello, es considerado uno de los teóricos de estos procesos.
Su visión remite a lo que Carl Schmitt (1888 –1985) definía como el núcleo interno de lo político: la distinción entre “amigo” y “enemigo”.
Para Laclau, el populismo es una vía más de “construcción de lo político” en un espacio, que enfrenta a nosotros con ellos. El populismo es, así, una manera de organizar el antagonismo, adoptada por regímenes tanto de derecha como de izquierda, sin un contenido claro que lo haga distintivo; por ello, se adapta a los propósitos del contructor de poder.
Según el ilustre psiquiatra español Carlos Castillo del Pino (1922-2009), algunos líderes populistas saben la fuerza que confiere el odio, por lo que no dudan en utilizarlo para lograr sus fines aún cuando el ideologismo usado culmine por intoxicar a los odiadores.
Los líderes populistas basan su legitimidad sobre su autoconsideración como representantes políticos de gran parte de la población, que enfrentan diferentes élites, presuntamente corruptas, para lo cual utilizan un discurso sustentado en la lógica binaria: nosotros, los buenos y ellos, los representantes de una alteridad enemiga.
El odio, en principio, puede ser espontáneo o puede ser inducido. En el segundo caso, resulta de un proceso de aprendizaje. En palabras de Castillo “Se aprende a odiar. Odiando, como se nos enseña, llevamos a cabo un aprendizaje sentimental, emocional que pasa a ser parte del rito iniciático de incorporación a un grupo, a un clan”.
La estrategia de convertir al oponente en un enemigo puede dar réditos a quienes la utilizan. Pero a la larga, es negativa para el conjunto social, porque institucionaliza la violencia como medio político.
En democracia, la puja de oponentes políticos no debería considerarse confrontación violenta o confundirse con la imposición arbitraria. Es una cuestión de consensos.
Sin embargo, en algunas democracias, sustentadas en haber alcanzado la mayoría en el momento de elecciones, los gobiernos tienden a incentivar el odio para elevar su capacidad de poder. Son destacables las palabras de Friedrich von Hayek (1899-1992), premio Nobel de Economía: “Le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del «nosotros » y el «ellos», la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace un grupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentes masas.”
Hayek podrá incurrir en errores. Pero en este caso, su afirmación denota una enorme clarividencia.
Economista