El odio achica los corazones
Mirando las imágenes despiadadas del profanador del memorial de las piedras el domingo último, recordé la definición sobre el odio que hizo el gran escritor francés Victor Hugo: cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga.
Hay una parte de la sociedad a la que se le ha empequeñecido el corazón, que ha perdido la perspectiva de formar parte de un colectivo social compartido con otros que, aun en la diferencia, debemos ser reconocidos y también debemos reconocer a quienes forman parte de las disidencias que enriquecen la vida democrática. Disidencias sí, jamás brutalidad.
¿Qué mecanismo intelectual hace que alguien mire a los muertos de la tragedia Covid como la representación del enemigo? ¿Qué justificación pseudoideológica puede dar a los actos vandálicos cometidos a la vista del mundo, sin que se pongan en funcionamiento las barreras inhibitorias aprendidas en la cultura de la convivencia democrática? Tal vez ese acto brutal tenga como marco y justificación la sumatoria de otros actos vandálicos que salen como mensaje desde las alturas del poder.
El asesinato del fiscal Nisman, el vergonzoso tratado con Irán, las 14 toneladas de piedras y el club del helicóptero, la trama indignante del vacunatorio vip, el encierro en Formosa de miles de personas, las tomas de Guernica y de Entre Ríos, la liberación de presos de la corrupción K y de miles de delincuentes peligrosos, la defensa en Chile por parte de la Cancillería de un delincuente que niega la existencia del Estado argentino, mientras sus secuaces asuelan a los vecinos de la Patagonia.
Quizá tanta pasión al servicio del odio termine permeando a personas que, sacadas de la cultura de la urbanidad aprendida en sociedad, contribuyen a la anomia que desarrolla el ser humano cuando tiene la sensación de no pertenecer a una comunidad compartida, como lo describió el sociólogo Emile Durkheim. Este es un preocupante llamado de atención.
Estamos en momentos difíciles de nuestra historia democrática. Seguir tensando la cuerda de la arbitrariedad y el desprecio por quienes desde el Gobierno somos considerados enemigos, en lugar de vernos como lo que somos, dirigentes políticos, grupos sociales y personas que pensamos el mundo y la realidad en forma diferente, ese es un camino hacia el abismo.
Un provocador al frente de la seguridad o un brazo ejecutor de conspiraciones dentro de su propio gobierno al frente del ministerio político son alarmas que debemos escuchar. El odio que se tienen entre los propios miembros de la coalición gobernante ha generado una peligrosa bicefalía que en nada ayuda.
Se hace impensable acudir a la convocatoria a un supuesto diálogo en estas condiciones de permanentes intrigas entre los propios convocantes. La Argentina nos necesita a todos, pero no podemos caer en la trampa de ser parte del escenario de las disputas en el seno del poder. Nuestros muertos por Covid, los de todos los argentinos, necesitan poder descansar en paz. Es nuestra responsabilidad que esa paz sea alcanzada.
Por ellos. Por nuestros afectos que ya no están y por nosotros, los argentinos que estamos aquí, deseando construir un futuro que nos contenga, sin trampas y sin tener que dejar de expresar nuestros puntos de vista y ser quienes somos, para que alguien nos diga cómo, cuándo y qué pensar.
El odio achica corazones y esclaviza a sus cultores. El antídoto es pararnos firmemente frente a él para construir cada día más libertad. Allí se acaban los relatos y comienza el futuro.
Presidenta de Pro