El Occidente austral
Roberto Russell, a quien admiro, se refirió en una nota publicada en LA NACION (28-7-22) al post Occidente. Esto merece un debate. Su tesis es que nuestro país tiene la oportunidad de insertarse productivamente en el mundo contemporáneo post occidental, porque pertenece simultáneamente a Occidente y al Sur, con lo cual podría saltar por sobre el enfrentamiento estratégico entre China y los Estados Unidos, llevándose bien con ambos.
Russell da por hecho que “ha llegado a su fin el predominio casi de tres siglos de Occidente sobre el resto del planeta” y que estamos viendo “la transición de poder entre Estados Unidos y China”. No estoy seguro de eso. A fin del siglo XIX Spengler ya vaticinaba la decadencia de Occidente y más tarde algunos historiadores mencionaban que se había destruido a sí mismo en las guerras mundiales y el consiguiente proceso de descolonización, pero luego Occidente tuvo su expansión más impactante, al punto de que las naciones comunistas se convirtieron al capitalismo, como mecanismo de supervivencia. Otro promotor del carácter cíclico de la historia, con sus ascensos y decadencias, fue Toynbee, quien al final observó que ciertas civilizaciones, como la occidental, pueden cambiar de rumbo y evitar su colapso. La nueva derecha francesa de Benoist graficó ese movimiento, sosteniendo que la historia no era cíclica sino esférica y que podía modificar su eje. En los 80 muchos decisores y estrategas norteamericanos afirmaban que prevalecería un tercer mundo anticapitalista, impulsando al presidente Carter a ser la vanguardia moral de ese movimiento, con la defensa de los derechos humanos. A los pocos años caía la Cortina de Hierro y otros hablaban del fin de la historia en manos de la democracia capitalista.
Es que Occidente no es un lugar geográfico, sino un conjunto de valores y, como tal, difícilmente desaparezca, porque esos valores son constructivos y potentes. Occidente es la conjunción del respeto de la dignidad e igualdad esencial de las personas (el humanismo), del pluralismo, la tolerancia del proyecto de vida ajeno, la confianza en la potencia creadora de la libertad de todos, el reemplazo del método de cortar cabezas por el de contar cabezas (Luis Balcarce dixit) y el estado de derecho con la limitación del ejercicio arbitrario del poder. En ese sentido, la Argentina es occidental por derecho propio, no necesita pedirle permiso a nadie para serlo y tiene esa identidad para relacionarse con el resto del planeta desde que nació libertaria e independentista.
Por cierto, que la Argentina también es austral y americana. Somos occidentales desde nuestros valores constitucionales, pero no desde las acciones coloniales, que hemos combatido y seguimos combatiendo. Nos relacionamos con el mundo desde el lugar en el que estamos y desde lo que somos. Queremos relacionarnos con el mundo desde una plataforma de integración regional (lo que es un gran consenso de política exterior), pero trabajamos para que sea una plataforma abierta al mundo y no cerrada, de acuerdo con nuestra mejor tradición diplomática: América para la humanidad.
Es evidente que, si tanto los Estados Unidos, Europa, China o India son importantes para nuestra región, por diversos motivos, no podemos alinearnos automáticamente con ningún país, sino que debemos intentar defender nuestros intereses acordando posturas en nuestra región. Pero también debemos ser previsibles y socios confiables y todos deben saber que tenemos valores que defendemos: la democracia en América, los derechos humanos, el estado de derecho, la solución pacífica de controversias; y que también defendemos nuestros intereses permanentes, el respeto de la zona de paz latinoamericana, la apertura de mercados para nuestros productores y proveedores de servicios y nuestro objetivo exterior estratégico del desarrollo sustentable. Todos deben saber de nuestro compromiso contra las armas de destrucción en masa, contra el terrorismo, el crimen organizado y el lavado de dinero. Somos el Occidente austral.
Presidente Provisional del Senado (2015-2019)