El ocaso y la reinvención kirchnerista
El nivel de rechazo a la vicepresidenta está en el valor más alto de su carrera; los objetivos incumplidos, casi 20 años después
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Tras dos décadas como gran ordenador de la política nacional y de haber construido la hegemonía más extensa luego de la de Perón, el kirchnerismo se debate entre el ocaso tangible y la reinvención inasible.
A 19 años de la asunción de Néstor Kirchner, los números y los hechos muestran al espacio que él creó más lejos que nunca tanto de su apogeo como de sus propósitos.
A pesar de (o quizá por) ser la base fundante del actual gobierno y de haber vuelto al poder luego haberlo perdido en 2015, el repliegue táctico y la impotencia frente a la administración de Alberto Fernández iluminan su incierto destino actual.
Los índices de aprobación de sus principales dirigentes, empezando por Cristina Kirchner, están demasiado próximos a su piso y por debajo del promedio histórico, como reveló la última encuesta de Poliarquía. Además, el nivel de rechazo a la vicepresidenta está en el valor más alto de su carrera: 60%, un porcentaje que refleja imagen negativa y reúne a quienes dicen que nunca la votarían.
Pero no solo está afectada la imagen de la jefa del espacio. La profundidad del problema queda expuesta cuando se advierte que ningún dirigente del kirchnerismo más puro está mejor que su líder, sino bastante peor.
La consideración de la opinión pública respecto de los dos dirigentes a los que ella puso en la primera línea sucesoria no para de caer. La imagen negativa del gobernador bonaerense, Axel Kicillof, subió ocho puntos. La imagen positiva del hijo bipresidencial, Máximo Kirchner, cayó ocho puntos y solo llega a 15 por ciento. La renovación generacional debe esperar. La reinvención se complica.
La hiperactividad, la omnipresencia y las multitareas que Wado de Pedro despliega desde hace unos meses, más allá de las fronteras funcionales y geográficas del Ministerio del Interior, son la respuesta práctica a ese escenario. Pruebas de ensayo del Instituto Patria en busca de un restyling del viejo modelo para recuperar atractivo electoral.
Sin embargo, no abunda la confianza en que sea esa una carta ganadora y sobreabundan especulaciones y postulaciones. Desde el apoyo a una candidatura presidencial del chaqueño Jorge Capitanich hasta el regreso a 2015, con Daniel Scioli. Opciones que para muchos kirchneristas son el plan Fernández II. Por eso, no faltan los que ya impulsan una tercera postulación de la propia Cristina Kirchner. Imágenes del desconcierto y frutos del hermetismo del oráculo.
Aún falta demasiado para esas definiciones, más “en momentos tan difíciles para nuestro pueblo”, como tuiteó ayer la jefa. Y si la dimensión cuantitativa expone el deterioro de la dirigencia ultrakirchnerista ante la opinión pública, los últimos actos de gobierno reflejan su incapacidad de cambiar la realidad, más allá del plano retórico.
La salida de Roberto Feletti del Gobierno fue el más reciente, pero seguramente, no será el último de los gestos de admisión de la impotencia. Exactamente lo contrario de lo que ha caracterizado al kirchnerismo, signado por el decisionismo, en el que todo depende de un acto de voluntad soberano. Nada más alejado.
La propia Cristina Kirchner lo ha puesto en evidencia en recientes conversaciones mantenidas con dirigentes anfibios, que integran el Gobierno y son habilitados a sumergirse un rato en las aguas cristicamporistas.
En esas charlas evita mencionar a Alberto Fernández, ni siquiera para dedicarle alguna de sus célebres diatribas. Atada a su destino desde hace tres años y una semana, cuando lo ungió y lo llevó a la presidencia, ahora paga el costo de esa decisión y, también, de políticas que no aprueba y golpean su imagen, sin lograr modificarlas. A eso suma la incertidumbre sobre las consecuencias para ella del éxito o el fracaso de la gestión albertista. Cualquier escenario es incómodo y ninguno, neutral.
Así, concentra todas sus críticas en Martín Guzmán. Una forma de ningunear al Presidente que la rebaja a ella. La papisa contra un obispo al que no logra remover. La asimetría entre uno y otro es tan grande como la brecha entre el símbolo y su poder real.
El liderazgo cristinista encuentra demasiados límites en la realidad y empieza a ajarse su bronce hasta para la mirada de los muy propios. El evangelio según Dady Brieva lo expone con crudeza en la parábola titulada “Volvimos al pedo”, cuando se pregunta: “¿Podemos decir a esta altura del partido que tiene un gran ejercicio de equivocarse mamá cuando elige?”. La fe flaquea cuando emerge la duda sobre la infalibilidad.
Si Fernández no es una excepción, entonces, ¿por qué habría que confiar en próximas elecciones de la jefa?, empiezan a preguntarse sus acólitos. Así, ya no sería el pasado puesto en cuestión sino el futuro. Otro desafío para la reinvención.
No debe extrañar que el profeta Brieva tenga competencia entre fieles del kirchnerismo, vestidos de ultra-ultrakirchneristas y (desde la periferia algunos y la marginalidad otros) demandan una vuelta a la supuesta pureza original.
Los “barrabravas” expulsados de la tribuna local mantienen conexiones en los palcos oficiales y tensionan desde los extremos para expresar, a veces, lo que dirigentes del cristicamporismo guardan para su hermético círculo. Lo encarnan los Boudou, las Vallejo y los De Vido, a los que se suman periodistas militantes y propagandistas. Muchos de los que se reunieron en 2008 contra el “clima destituyente” y “la restauración conservadora”. Esa que, decían, amenazaba al primer gobierno de Cristina, y por lo que la instaban a ir por todo. Viejos ecos sobre audiencias reducidas. Textos sin contexto.
Ausencia de síntesis
Los recortes de los discursos fundacionales de Néstor Kirchner hechos estos días de aniversario exponen las diferencias que existen hasta en la cúpula oficialista respecto del kirchnerismo. Cada uno tiene el suyo. No sería ese un problema. El verdadero conflicto es que nadie logra sintetizarlo. Ni recrearlo.
El mayor rechazo al oficialismo todo y al kirchnerismo se registra entre los más jóvenes. Los anarco-libertarios y el trotskismo expresan mejor la rebeldía y el enojo contra los fracasos recientes y la ausencia de soluciones.
Un repaso integral del discurso presidencial inaugural de Néstor Kirchner podría ofrecer algunas pistas sobre las causas del ocaso y la magnitud del desafío de la reinvención. En ese 25 de mayo de 2003, el padre fundador proponía un “sueño”, que resumía en cuatro objetivos: “Quiero una Argentina unida, normal. Un país serio [y] más justo”.
Diecinueve años después la división sigue y el espacio que él creó y su viuda recreó sigue instigando al conflicto. Incluso entre los propios. El consenso es mala palabra.
La normalidad depende de demasiadas subjetividades, pero si se define por contraste tampoco se habría logrado. La excepcionalidad argentina está tan vigente como entonces. El crecimiento del país, uno de los propósitos centrales de Kirchner, ha estado en estas dos décadas por debajo de la media de los vecinos. Y ni hablar de la inflación, que sigue rompiendo récords.
En cuanto a la seriedad, si el baremo fuera la confianza en las instituciones, las encuestas no dejan dudas al respecto. Si el rasero se pusiera en el plano económico el incumplimiento de compromisos y promesas, el cambio de reglas y la degradación de la moneda no se estaría mejor. Otro tanto, se podría decir del zigzagueante derrotero en política exterior que desconcierta a los que nos miran desde afuera.
Y en cuanto al “país más justo” los indicadores de pobreza, de informalidad de la economía y de impunidad no demuestran que se haya cumplido algún sueño. Vale reparar en un dato contundente: más de la mitad de los argentinos de 18 a 39 años estarían dispuestos a irse del país, según varias encuestas.
Los hechos, las manifestaciones sociales y los indicadores socioeconómicos subrayan la imagen del ocaso kirchnerista y las dificultados para su reinvención. Tal vez convenga recordar que “veinte años no es nada” es solo el verso más trillado de un tango esperanzado, llamado “Volver”. Pero este no es un país normal.
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