El ocaso de la estrella solitaria
Hace 30 años, Lyndon Johnson dejaba de ser inquilino de la Casa Blanca. Sus frustraciones como vicepresidente de John F. Kennedy y sus dificultades para ajustarse a la sucesión del mandatario asesinado, así como la actitud decidida para incrementar la participación en la guerra de Vietnam, se reflejan con crudeza en una biografía recientemente publicada en los Estados Unidos, que delinea una personalidad angustiada y a veces paranoica.
NUEVA YORK.-(The New York Times Book Review) A medida que los encendidos debates sobre la guerra de Vietnam hacían tambalear su presidencia, Lyndon B. Johnson llegó a la conclusión de que los liberales nunca le darían una oportunidad igual. Los intelectuales de tendencia liberal, según la conclusión de Johnson, eran principalmente individuos snobs que siempre lo habían mirado con desdén, que creían que su ascenso a la presidencia había sido una usurpación, y que estaban explotando el sentimiento antibelicista con el fin de reemplazarlo por Robert F. Kennedy.
A juicio de Johnson, tanto los funcionarios como los grupos liberales que ejercían presiones para favorecer sus intereses políticos tampoco fueron mucho mejores, después de que comenzaron a criticarlo mordazmente por la cuestión de Vietnam a pesar de todo lo que el presidente había hecho para asegurar los derechos de los negros y extender los programas sociales.
"¿Saben cuál es la diferencia entre los caníbales y los liberales?", preguntó Johnson a dos de sus resueltos partidarios, los líderes negros moderados Roy Wilkins y Whitney Young, en 1967. Y él mismo respondió: "Los caníbales devoran solamente a sus enemigos".
Sin embargo, ni siquiera el notoriamente irascible Johnson pudo haber previsto la crudeza con que los liberales e izquierdistas evocarían su memoria veinte o treinta años después. Cuando Johnson aún vivía, Paul Krassner y Barbara Gerson escribieron tremendas sátiras en las que insinuaron que Johnson había tramado el asesinato de John F. Kennedy. Pero esos esfuerzos, propios de aficionados, fueron casi benignos comparados con la indirecta que en 1991 lanzó Oliver Stone en su película "JFK". Y aunque cundieron las sospechas, inmediatamente después del hecho, respecto de una conspiración de la derecha en el asesinato de Martin Luther King Jr., Johnson ni se imaginó que casi tres décadas más tarde, el hijo de King, Dexter, lo acusaría directamente de haber estado envuelto en ese crimen. Tampoco pudo Johnson, ni siquiera en sus peores momentos de mal genio, haber pronosticado algo tan implacablemente injurioso como las primeras entregas de la biografía -en varios volúmenes y aún inconclusa- escrita por Robert Caro, una obra que, entre otras cosas, convierte en el mismo diablo al Johnson partidario del moderno Nuevo Acuerdo al tiempo que transforma en un mito a uno de sus primeros adversarios políticos texanos, el demócrata disidente, racista y reaccionario Coke Stevenson.
Flawed Giant (Un gigante defectuoso), la segunda mitad de la biografía autorizada escrita en dos volúmenes por Robert Dallek, sale al cruce de la tendencia contraria a Johnson. Dallek, profesor de historia de la Universidad de Boston, alguna vez se autodefinió como un liberal chapado a la antigua.
Cuando comenzó a analizar la vida de Johnson -así comentó alguna vez- le disgustó sobremanera su personaje, pero luego descubrió, a medida que escribía, que sus opiniones adoptaban nuevos matices. En su primer volumen sobre Johnson, Lone Star Rising (El ascenso de la estrella solitaria), de 1991, Dallek refutó directamente la descripción calumniosa que hizo Caro acerca de los primeros años de la carrera política de Johnson, y ofreció una interpretación alternativa que, aunque no exenta de críticas, encontró algunos aspectos dignos de admiración, entre ellos la no menos cierta y auténtica compasión de Johnson por los pobres. La descripción de Caro -la obra de un famoso periodista convertido en biógrafo- fue, por un gran margen, la más evocadora y fascinante de las dos, pero el libro de Dallek fue mucho más sólido y juicioso, y se aproximó tanto a una equilibrada valoración como Johnson hubiera esperado de parte de un historiador liberal.
Los mismos atributos caracterizan este segundo volumen, que cubre la vida de Johnson desde el comienzo de su vicepresidencia en 1961 hasta su muerte, ocurrida en 1973. Flawed Giant aborda de manera sumaria y persuasiva las acusaciones más descabelladas contra Johnson. (Johnson no tuvo nada que ver con el asesinato de John Kennedy aunque sospechaba, como muchos norteamericanos todavía lo hacen, que había existido alguna especie de conspiración. En cuanto a la muerte de King -expresa Dallek-, la reacción de desaliento por parte de Johnson "refuta las acusaciones" de que "él había intervenido en la maquinación del asesinato".) Dallek elogia lo que da en llamar la "fuerza humanizadora" que impulsó los programas sociales de la Gran Sociedad de Johnson, y traza un paralelo entre él y Franklin D. Roosevelt, a quienes define como "dos visionarios que ayudaron a promover el bienestar nacional y a hacer realidad la promesa del estilo de vida norteamericano".
Sin embargo, Dallek también critica con dureza a Johnson por extralimitarse en las reformas internas y por generar, con la guerra de Vietnam, "el peor desastre en la historia de la política exterior norteamericana". Al llamar a Johnson un "gigante defectuoso", Dallek, que parece haber extraído la frase de Doris Kearns Goodwin, una anterior biógrafa de Johnson, da a entender una permanente ambivalencia acerca del ex presidente norteamericano. En la percepción que los historiadores tienen de Johnson probablemente predomine, durante muchos años más, una ambivalencia semejante, en gran medida, gracias a la sólida investigación y al tono prudente de Dallek.
Los hechos narrativos más sobresalientes del libro serán bastante conocidos para las personas mayores de 40 años: las frustraciones de Johnson durante sus años como vicepresidente, sus dificultades para ajustarse a la presidencia después de la muerte de John F. Kennedy, su abrumadora victoria contra Barry Goldwater en 1964, la resuelta promesa incipiente y las conquistas de la Gran Sociedad, el gradual aumento de la participación norteamericana en el sudeste asiático, las manifestaciones de protesta en contra de la guerra, la angustia personal y la creciente paranoia de Johnson ante esas protestas y, finalmente, su decadencia política. Quienes lean Taking Charge (Haciéndose cargo), de Michael R. Beschloss, el excelente libro recién publicado con las transcripciones de las cintas secretas de Johnson en la Casa Blanca, recordarán el horrendo sentido trágico que invadió a la presidencia de Johnson.
A ese material grabado y a muchas otras fuentes (incluyendo las sinceras memorias que publicaron Joseph A. Califano Jr. y Eric Goldman, dos perspicaces colaboradores de Johnson), Dallek agregó nuevas entrevistas con personas que estaban al tanto de lo que ocurría en la Casa Blanca, desde lady Bird Johnson hasta Bill Moyers. Y aunque Dallek revela lo que halló con una prosa monótona, la evidencia que aporta le permite, de cuando en cuando, revivir al Johnson vulgar, al estadista y al genio político, y por lo tanto, revivir una época pasada de la política nacional.
Flawed Giant contiene algunas maravillosas escenas y pasajes en los que Johnson trata en la Casa Blanca de persuadir, literalmente por la fuerza, a legisladores testarudos, o cuando maneja a toda velocidad su convertible en su rancho texano, o cuando enfrenta rudamente a puertas cerradas a periodistas que no son de su devoción, procediendo de una manera que hoy sería inimaginable incluso para los presidentes norteamericanos más temerarios.
"A Johnson se le hacía difícil mantenerse en sus cabales frente a quienes criticaban la guerra. Durante una conversación, en privado, con algunos periodistas que lo presionaban para que explicara por qué los Estados Unidos estaban metidos en Vietnam, Johnson perdió la paciencia. Según Arthur Goldberg, Lyndon B. Johnson se desabrochó la bragueta, mostró sus genitales, y llevándose la mano a ellos exclamó:"¡Por esto!".
¡Oh, qué tiempos, oh, qué costumbres! Dallek también ofrece algunas primicias propias de los biógrafos, la más fascinante de las cuales tiene que ver con las intrigas políticas de 1968 y sus secuelas. Lo que se ha dicho siempre es que Johnson, después de haberse apartado de la carrera presidencial hacia finales de marzo, trabajó con suma discreción entre bastidores para asegurarle la nominación demócrata a su leal vicepresidente, Hubert H. Humphrey. En realidad, según Dallek, Johnson habría preferido como su sucesor al republicano Nelson A. Rockefeller, y una vez que Rockefeller perdió la nominación de su partido frente a Richard M. Nixon, varias veces se oyó reflexionar a Johnson en voz alta respecto de que Nixon sería más fiel al esfuerzo bélico que el propio Humphrey.
Sólo a último momento, cuando se enteró de los secretos esfuerzos de la campaña de Nixon (más tarde confirmados por la extravagante Anna Chennault, dedicada a ejercer presiones políticas) para obstruir las conversaciones de paz sobre Vietnam en París, Johnson entró en las listas en favor de Humphrey. Sin embargo, aun así se abstuvo de revelar las estratagemas de la campaña de Nixon acerca de las conversaciones de París. Y también se abstuvo de revelar las pruebas, presentadas ante el Comité Nacional Demócrata por el periodista griego Elias P. Demetracopoulos, de que la dictadura militar de Grecia había aportado más de medio millón de dólares a la campaña política de Nixon.
Si Johnson hubiese divulgado ambas cosas, Humphrey bien podría haber sido elegido presidente. Pero la realidad fue que Johnson archivó ese material, que resultó luego muy útil durante los primeros meses del escándalo provocado por el caso Watergate en 1973. Nixon había obtenido pruebas de que Johnson ordenó al FBI instalar micrófonos ocultos en los aviones que Nixon utilizó en su campaña presidencial de 1968, una información que el entonces candidato amenazó con revelar a menos que Johnson aceptara presionar a los legisladores demócratas para que dejaran de investigar el caso Watergate. Johnson se negó y les dijo a los hombres de Nixon que si era necesario contraatacaría y revelaría lo que sabía acerca de las conversaciones de paz respecto de Vietnam y los aportes griegos para la campaña republicana. Nixon aflojó y las investigaciones sobre el caso Watergate prosiguieron. Esa fue la última contribución de Lyndon B. Johnson a la política norteamericana.
La tozudez de Johnson respecto de Vietnam, junto con su propensión a engañar a amigos y adversarios por igual, es un tema recurrente en el relato de Dallek, que lo define como el mayor defecto del gigante. "Reconocer el fracaso de una política que había costado tantas vidas era más de lo que podía asumir alguien con un ego tan frágil como el de Johnson. Perder nunca fue una palabra en el vocabulario de Lyndon Johnson", escribió Dallek. Si hubiese aceptado participar de un debate público sobre Vietnam, Johnson habría evitado que lo acusaran de dirigir y llevar adelante una guerra de manera unilateral y antidemocrática, y le habría dado mayor libertad para reaccionar ante los acontecimientos en el campo de batalla y en el frente interno. "En cambio -observó Dallek-, Johnson eligió el camino de la falta de dirección, lo cual inexorablemente convirtió a la lucha en la guerra de Lyndon Johnson y en todo lo que eso significaba para un presidente que estaba al frente de una causa potencialmente perdida."
Habida cuenta de la proclamada aspiración de Johnson de superar a su héroe -Franklin D. Roosevelt- como el más extraordinario presidente norteamericano de la época moderna, su propia tragedia fue tanto más penosa.
Respecto de los asuntos internos, Johnson ciertamente estuvo a la altura de Roosevelt, transfiriendo de manera decisiva el poder del gobierno federal en aras de los derechos civiles y de la solución inmediata del reclamo de los pobres.
Acerca de las relaciones exteriores, Johnson pudo ciertamente haber pensado como un rooseveltiano, porque Roosevelt, antes y después de Pearl Harbor, manipuló de manera brillante la opinión pública con verdades a medias. Pero al tratar de superar al Roosevelt reformista, el grandioso Johnson prometió más de lo que era capaz de cumplir -incluyendo eliminar la pobreza norteamericana- y, por lo tanto, generó falsas expectativas y provocó feroces resentimientos.
Además, respecto de Vietnam, Johnson demostró ser un pésimo comandante en jefe que permitió que su petulante sentido de gloria (y su miedo al fracaso) dominaran sus mejores instintos políticos.
De todo ello resultó, por extraño y cruel que haya sido, una especie de presidencia de Roosevelt al revés, un período de presuntuosas reformas y de cruzadas militares en el cual las primeras provocaron agitación y un resurgimiento conservador, y las segundas, profundos desacuerdos y una gran decepción militar. Al provocar la reacción adversa de los sureños blancos respecto de la supresión de la segregación, y la de los liberales del norte a propósito de Vietnam, Johnson presidió el colpaso del espíritu del Nuevo Acuerdo que estaba tratando de preservar y extender, en lugar de allanar el camino para un profundo cambio a la derecha del centro político durante los veinte años siguientes.
Y aunque desde entonces el partido Demócrata se ha recuperado, lo hizo diluyendo su anticuado idealismo liberal.
Cuando el presidente Clinton, en el mensaje que pronunció a toda la nación norteamericana en 1996, anunció que había concluido la era del gobierno omnipresente, le estaba dando la bendición a la política de Lyndon B. Johnson.
(Traducción de Luis Hugo Pressenda)
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El autor es profesor de historia y director del programa de estudios norteamericanos en la Universidad de Princeton, Nueva Jersey.