El nuevo mundo con el que sueña Alberto Fernández
Cualquier epidemia con consecuencias letales provoca cambios en las sociedades y en sus sistemas de creencias y, como afirma el neurocientífico Facundo Manes, puede hacer que aflore lo mejor o lo peor de la condición humana. Un interrogante que surge a medida que avanza la pandemia del coronavirus y las medidas preventivas que imponen forzadas cuarentenas es si los brutales cambios de hábitos provocarán la consolidación de sistemas de vigilancia autoritaria o promoverán una profunda y positiva modificación en la forma de pensar de los seres humanos, que rescatarán el valor de las pequeñas cosas y el poder sanador de los abrazos que hoy se extrañan.
La pandemia parecería haber obligado a buena parte del mundo a detenerse. En la Argentina, no solo ha llevado a detener la actividad económica; también nos ha dado indicios sobre la importancia de hacer política de otra forma. Una forma basada en el diálogo y la búsqueda de consensos entre la dirigencia, en la que además se privilegia el conocimiento de los expertos, y donde la sociedad ha reconocido a un nuevo grupo de héroes, encabezados por los profesionales y los trabajadores de la salud, más que nunca llamados a salvar vidas.
Alberto Fernández se hizo ayer eco de esos cambios sociales y, durante la videoconferencia que mantuvo con los líderes del G-20, no dudó en afirmar que "el mundo cambió para siempre" y que "nada será igual a partir de esta tragedia". Al justificar su llamado a los líderes mundiales a crear un Fondo Mundial de Emergencia Humanitaria para enfrentar la pandemia y a suscribir un gran pacto de solidaridad, el presidente argentino sentenció: "El tiempo de los codiciosos ha llegado a su fin. Como enseña el papa Francisco, tenemos que abrir nuestros ojos y nuestros corazones para actuar con una nueva sensibilidad".
El primer mandatario volvió así indirectamente sobre una de las cuestiones que lo desvelaba y que pareció quedar en un segundo plano con la irrupción del coronavirus en la Argentina: la renegociación de la deuda pública. Los tiempos se acortan. Ya nadie se acuerda de que, no hace mucho, su gobierno se había propuesto llegar a un acuerdo con los acreedores antes del 31 de marzo. Algo ya imposible, si ni siquiera se conoce la propuesta del canje de deuda. Sí se sabe que, gracias a la pandemia, esta será aún menos generosa que la esperable hace apenas un mes.
De acuerdo con el dramático cambio global que imagina Alberto Fernández, la vida y la salud seguirán por bastante tiempo en un primer plano y desplazarán cuestiones más terrenales como las metas monetarias y la disciplina fiscal. El gasto público pasará a ser la principal herramienta para dejar atrás la crisis sanitaria y las secuelas que dejará en la economía de los países.
En este contexto, es que el Presidente apuesta a la ayuda internacional. Los más pesimistas creen que los líderes mundiales estarán demasiado preocupados por los problemas propios de sus países, que no son pocos en medio de la pandemia, como para pensar en soluciones para naciones como la Argentina. Y algunos de ellos, como Donald Trump, estarán concentrados en su campaña para ser reelegidos, sabiendo que a la ciudadanía de los Estados Unidos poco le importa lo que pase en este rincón del planeta.
Es cierto todo eso. Pero no es menos cierto, según señalan los más optimistas, que una vez hallada la solución al coronavirus, la recuperación de la economía mundial podría ser mucho más rápida y sostenida, y eso también podría ayudar a la Argentina.
Son tiempos de gran incertidumbre, en los que todo se resuelve en el día a día. Es difícil imaginar en las actuales circunstancias, incluso dentro del Gobierno, cómo se afrontará el cronograma de vencimientos de mayo, mes en el que el Estado argentino debería desembolsar unos 2700 millones de dólares a organismos internacionales de crédito, de los cuales unos 2000 millones corresponden al Club de París.
Para economistas con experiencia en negociaciones de deudas, como Daniel Marx, ese monto podría en principio ser prorrogado por los países que integran ese club. Al menos así lo sugirió en una reciente conferencia organizada por la Fundación Libertad y Progreso. Es a lo que, entre otras cosas, apuntaría Alberto Fernández con su mensaje de ayer ante los líderes del G-20. También en mayo vencerán unos 1400 millones de dólares de bonos Bonar 24, emitidos bajo legislación nacional.
Es, sin embargo, muy probable que para esa fecha el Gobierno siga lidiando con el coronavirus que le provoca hoy más dilemas que la deuda pública. Tanto por las proyecciones sobre número de infectados, como por la parálisis de la economía y su efecto sobre la población y las empresas, y por el riesgo de que porciones del conurbano bonaerense puedan convertirse en polvorines.
El Presidente ha sabido rodearse de expertos en epidemiología, infectología y administración sanitaria. Ha escuchado a los expertos de otros gobiernos, como el de Horacio Rodríguez Larreta, y ha seguido atentamente la evolución y el tratamiento del problema en otros países. Sin embargo, no ha aplicado hasta ahora la misma metodología para evaluar las consecuencias económicas que generarán medidas preventivas de la enfermedad, como la cuarentena obligatoria.
Tal vez haya llegado la hora de pensar en un comité de expertos en materia económica. Hay quienes, dentro y fuera del oficialismo, creen que sería el momento de reflotar la idea tantas veces enunciada por Fernández y hasta ahora siempre postergada del Consejo Económico y Social.
Podría ser este órgano la mejor salvaguardia para un presidente que, convertido en el comandante en jefe frente a la pandemia, parece dispuesto a ponerle el pecho a las balas. Un presidente que hoy puede ostentar elevados niveles de aprobación –entre febrero y marzo su imagen positiva creció del 51% al 61% según la consultora D’Alessio Irol-Berensztein–, pero que siempre estará condicionado por los fantasmas que sobrevuelan alrededor de la coalición peronista y por una opinión pública volátil y resultadista, menos preocupada por las utopías globales que por la realidad local.