El nuevo espacio de lo público global
Mucho se habla del fin de la globalización y de un nuevo mundo dividido en dos. Un déjà vu, para aquellos mayorcitos que pasamos la Guerra Fría. La nueva geopolítica estaría caracterizada esta vez por en un polo con regímenes democráticos liberales, en un entorno capitalista, y otro autoritario, con escasas libertades y con una economía, como decirlo, también capitalista, aunque se trate de un capitalismo de enclaves, planificado y disfrutado por una elite política y sus testaferros, la cual tiene poder de veto para las decisiones de última instancia.
Por herencia, por voluntad de los pueblos, por la fuerza, o por ese “fin de la historia” del que hablaron tanto Hegel, Kojeve y Fukuyama, no se ha impuesto una ideología política nueva en la faz de la tierra. Los regímenes democráticos liberales exhiben problemas de legitimación, sin una renovación ideológica a la vista (la alternativa son las variaciones populistas que hacen trampa a las instituciones democráticas). En los regímenes autoritarios, la cosa es todavía peor: sus legitimaciones son un anacronismo (ya sea la comunista, o peor aún, un zarismo plebeyo). En pleno siglo XXI, donde hace decenios que la capacidad de destrucción mutua está más que asegurada, una invasión en las puertas de Europa muestra que la lucha armada sigue siendo una realidad, más allá de todas las buenas intenciones de los organismos de cooperación internacional. Hoy más que nunca estamos en todo caso frente al fin del fin de las ideologías.
La tensión entre los Estados Unidos, por un lado, y Rusia/China, por el otro, no significa de ningún modo el fin de la globalización, ni su fracaso. Estamos frente a una globalización 2.0, que se fusiona en la práctica con expresiones históricas sedimentadas. La expansión y reparto de conocimiento, y ciertas tendencias a la cooperación ya no pueden ser ignoradas. Por más que resurjan los nacionalismos, retóricamente y en la práctica como reshoring o como acortamiento de cadenas de producción, es inviable un país totalmente aislado (Corea del Norte dixit) o absolutamente autosuficiente. La colaboración entre Estados pero también entre organismos subnacionales, ONGs y el sector privado ya están enraizados en nuestra sociedad global del siglo XXI. Basta mirar a la respuesta ante la invasión a Ucrania. La rapidez de señales simbólicas y sanciones políticas y económicas a Rusia surgió desde empresas y particulares cercanas y allende el océano; no solamente de gobiernos y organismos internaciones. En especial la ayuda al pueblo ucraniano se está dando principalmente de una coordinación espontánea de la ciudadanía.
Mientras (por suerte) no exista una única autoridad mundial, el peso de la cooperación se traslada a las instituciones que intentan lograr consensos. Es cierto que la cooperación entre Estados y entre organismos privados no han evitado la invasión rusa a Ucrania, ni la propagación del Covid-19 a niveles pandémicos. Pero en general, las guerras son cada vez menos frecuentes, así como la miseria y las enfermedades mortales; la superior expectativa de vida con calidad es evidente. La ciencia traspasa fronteras, el conocimiento es transferible y modular, la invención humana no puede contenerse en fronteras políticas, y el capitalismo necesita de la iniciativa y la invención constante.
Las organizaciones internacionales tienen límites a la actuación, ya sea políticos, geográficos o por sus reglas e inercia internas. A veces sus respuestas son limitadas o lentas. Y el hiperpoder de potencias como EE.UU., China y Europa deja espacio para acciones de free riding. Putin aprovechó el saber que no podía esperar una contraataque del enorme poder bélico de Estados Unidos ya que esto podría desatar la tan temida Tercera Guerra Mundial (es cierto que a Putin, la invasión muy “gratis” que digamos no le está saliendo). Precisamente lo que se ha puesto de manifiesto ante el ataque ruso, no es el rol activo de los Estados, sino otro de los grandes drivers de la acción humana: la iniciativa personal, privada, la creatividad en las soluciones. La influencia de los satélites, de internet, del comercio, de los medios de comunicación son un nuevo ¨contexto de prácticas e instituciones¨, caldo de cultivo de un capital social que puede colaborar y gestionar oportunidades de resolución de conflictos. La interconexión y lo instantáneo de la comunicación aumentan la empatía. La mayor confianza en el otro disminuye los costos de transacción para lograr una acción coordinada.
Los primeros refugiados que llegaron a Europa lo hicieron por fuera de los principales organismos internacionales. Se desplazaron a través de amigos, de parroquias, de parientes. El desborde fue acogido por gente que respondió a pedidos de ayuda por Whatsapp. Incluso ya con la segunda o tercera oleada de emigrados, en muchos países todavía no existe registro de familias huéspedes y la información para inmigrantes es muy fragmentaria. La sociedad civil es quien se está haciendo cargo de alimentar, vestir, escolarizar, ofrecer cursos del idioma local y contención a los refugiados. En el ecosistema propicio para que esta iniciativa prospere, el rol de muchos Estados ha sido crucial: dejar actuar. Muchas veces lo que los Estados hicieron fue simplemente salirse del camino para dejar espacio a la acción de la sociedad civil; abrir sus fronteras para ucranianos, sus escuelas, sus hospitales, las casas de sus habitantes (sin habilitaciones ni permisos especiales), sus medios de transporte.
El futuro global parece estar marcado por la convivencia de burocracias estatales, sistemas políticos, y la puja de corporaciones por penetración tecnológica y de mercados, coexistiendo con el protagonismo de las componentes de la sociedad civil que entren en juego intensamente.
La geopolítica global pura y dura se desarrollará en un escenario donde los Estados no serán los únicos jugadores. La pandemia y la invasión rusa son dos desafíos globales ante los que la cooperación no estatal de los miembros de las sociedades civiles del mundo demostraron su creatividad y activismo. Aunque más no sea porque en el capitalismo el “cliente siempre tiene razón”, tanto los estados como las corporaciones se han encontrado ante influencias, límites y contribuciones que esta acción civil global esta aportando; un nuevo espacio de actividad pública no estatal ni tampoco coordinada por las instituciones internacionales. Ese es el nuevo espacio de lo público global.
Politóloga. Centro RA, Facultad de Ciencias Económicas, UBA