El nocivo predomino de la narrativa populista corporativa y antirrepublicana
En los últimos 40 años el país tuvo dos décadas perdidas; en 2022 el PBI per cápita resultó 6% más bajo que 10 años antes, el decepcionante cuadro se sintetiza en un indicador: la pobreza por ingreso llega al 39,2%
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Cincuenta años antes de que Cristóbal Colón cruzara el Atlántico, ya naves chinas se habían embarcado en una expedición no menos ambiciosa. Pero la dinastía Ming decidió deshacerse de la flota (ordenó destruirla), replegarse hacia adentro y rechazar toda influencia externa. La narrativa dominante aseguraba que al Imperio del Centro le daba y sobraba para vivir con lo suyo y perpetuar la dinastía. Dos siglos después los emperadores japoneses adoptarían una política semejante para imitar la “estacionariedad” de China. Cuando lord Macartney lideró una delegación inglesa para establecer vínculos comerciales con los chinos en 1792-1793, su propuesta fue rechazada porque, en palabras del emperador Quianlong, su imperio poseía todo en abundancia y no necesitaban importar manufacturas de “bárbaros” en intercambio de su propia producción.
Pero empezó la Revolución Industrial en Europa y el aislamiento de la China estacionaria volvió imprevisible el cambio de frontera tecnológica, convirtiendo una economía poderosa en una potencia declinante que, primero, sucumbió al poder naval británico y a la Guerra del Opio, y, más tarde, sumida en la dominación extranjera y la incertidumbre, pasó por una guerra civil y fue sometida a la nueva narrativa del comunismo de Mao, que derivó en persecución y hambruna. El encuentro de Mao y Nixon generó un hecho geopolítico nuevo, y, más tarde, Deng Xioping, otrora perseguido del Partido, pudo persuadir a sus camaradas e imponer un nuevo paradigma referencial económico de apertura e incentivos capitalistas: “No me importa el color del gato, sino que cace ratones”.
Después del arribo del capitán estadounidense Matthew Perry en 1853, el Japón estacionario y feudal empezó a abrirse y a introducir tecnología occidental. Cambió la narrativa referencial dominante y promovió el desarrollo con un nacionalismo expansionista que colapsó en la Segunda Guerra Mundial. Con la intervención de ocupación y la negociación de una nueva Constitución de corte liberal, se afianzó otra narrativa referencial democrática y de desarrollo económico capitalista que catapultó al país en tres décadas hasta convertirlo en la potencia a imitar del sudeste asiático. Así como hay ejemplos de estacionariedad en paradigmas narrativos con tendencias declinantes, también los hay de narrativas referenciales con tendencias ascendentes: tal vez Suiza y los países escandinavos sean los más citados por los índices de desarrollo humano que han alcanzado.
No debe sorprender que la Argentina hoy se mencione y analice como ejemplo de estacionariedad declinante. En los últimos 40 años el país experimentó dos décadas perdidas. En 2022 el PBI per cápita resultó 6% más bajo que 10 años antes. El decepcionante cuadro se puede sintetizar en un indicador: la pobreza por ingreso llega al 39,2%, con el agravante de que el porcentaje de niños pobres es muy superior. Hay razones suficientes para que nos preguntemos cuánto tiene que ver en nuestra declinación relativa el predomino de la narrativa populista corporativa y antirrepublicana en la que se referencia desde hace décadas nuestra racionalidad colectiva.
Cuando se compara 2015 con 2023 bajo esta lógica, y se especula sobre las chances de un cambio, se argumenta en general que si aquello fue malo, esto será mucho peor. Si antes tiraron 14 toneladas de piedras para paralizar el dictado de leyes de reforma, ahora tirarán 40. En fin, si la “probabilidad” de éxito entonces era baja por las minorías legislativas con que contaba el nuevo oficialismo, la “probabilidad” de éxito ahora será más baja, aunque haya nueva composición en las cámaras, porque la resistencia de la patria corporativa y antirrepublicana será mayor. El Gobierno refuerza estos temores agitando la disyuntiva “nosotros o el caos”.
Por eso, para cambiar primero hay que persuadir a una sociedad angustiada y sin esperanza de que hay una alternativa superadora del populismo. Que la supuesta estacionariedad del declive cuasi secular argentino no es fatal ni extrapolable al futuro. Bertrand de Jouvenel nos recuerda que el futuro está abierto, no está escrito en piedra; y que entre los futuros posibles conjeturables (“futuribles”) se puede influir y trabajar en uno “deseable” desde el presente, con estrategia, metas, planes, ideas y otros valores que apuntalen una nueva narrativa que rectifique el rumbo. A su vez, John M. Keynes y Frank Knigth, desde posiciones opuestas en el consenso ortodoxo de la profesión económica, coincidirían en recordarnos que los fenómenos económicos, políticos y sociales no tienen frecuencias pasadas asociadas. Su ocurrencia es irrepetible en iguales condiciones. No se pueden asignar “probabilidades” a lo que ocurrirá el año próximo en la Argentina en función de lo ocurrido años atrás. Sin riesgo mensurable y bajo incertidumbre, el cambio de narrativa referencial deviene clave.
En segundo lugar, para cambiar la narrativa de referencia hay que persuadir a una sociedad escéptica y desilusionada de que la república y el desarrollo con valor agregado exportable pueden revertir nuestro colapso económico y encaminarnos en un sostenido progreso que duplique el ingreso per cápita en una generación. Hay muchos convencidos ya, y otros tantos a convencer, de que el afianzamiento de las instituciones de la república no son idealismo abstracto. Dependen de ello nuestras libertades, nuestros derechos humanos, la convivencia en una sociedad plural y la seguridad jurídica de las inversiones necesarias para generar entre 250.000 y 300.000 nuevos empleos privados por año. Hay que blindar el pacto republicano de la Constitución con reformas pendientes. No más listas sábana, no más reelecciones indefinidas, no más atajos con colectoras o ley de lemas, no más nepotismo ni sucesiones familiares en cargos públicos. No más cooptación del Estado y grupos de choque paraestatales, y no más nexos políticos con las mafias del crimen organizado. Punto de inflexión a la anomia dominante y paralizante.
Hay que visibilizar el colapso del capitalismo corporativo y su contracara de pobreza, indigencia, informalidad y dependencia clientelar de un Estado quebrado que ha dejado de prestar bienes y servicios públicos indispensables y de calidad. Y hay que persuadir a la sociedad de que los empresarios que crean trabajo, invierten, producen y exportan son agentes de creación de riqueza, y deben ser diferenciados de los empresarios “amigos” que viven de prebendas y que son parte de los problemas que nos condenan al estancamiento y a la destrucción de riqueza. Hay que persuadir a los argentinos de que un Estado transformado, austero y equilibrado estará presente para recuperar la calidad de la educación, la independencia de la Justicia, la seguridad, el orden y la defensa de nuestra soberanía. También para proveer infraestructura y conectividad, promover la interacción entre ciencia-tecnología, educación y producción, y para ocuparse de los desafíos del desarrollo sostenible y de la competencia.
Hay que persuadir a una mayoría de que esta vez la estabilización con reformas estructurales y un programa de desarrollo vienen para quedarse porque se sostienen en otro capitalismo, competitivo, proyectado a la región y al mundo, con más inversión y más productividad. Desarrollo inclusivo con un ascensor social reparado para que nuestros hijos vuelvan a vivir mejor que nosotros, y para que la Argentina, reconciliada con el futuro, vuelva a ser una tierra de oportunidad.
Doctor en Economía y en Derecho