Derecho al olvido. El músico que no quiere ser recordado por un hecho puntual de su vida
El pianista Dejan Laziç reclamó, sin éxito, que The Washington Post retirara de internet una crítica desfavorable
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Dejan Laziç es un pianista brillante que ha dedicado su vida al estudio de la música. Compone y estrena con éxito sus propias obras pianísticas. Ha grabado un amplio repertorio. Toca con grandes orquestas, hace música de cámara y recorre el mundo con sus recitales de piano. Entre los cientos de esos recitales, hubo uno -uno solo-, que marcó un hito, no para los anales del mundo pianístico, sino para la discusión de un derecho nacido en la era digital que irrumpe en la escena del debate moderno con una serie de controversias inéditas respecto del pasado: el “derecho al olvido”.
CONCIERTO DECISIVO
He aquí algunas cuestiones vinculadas a esta historia que comenzó en el año 2010 con un concierto de Laziç en el Kennedy Center, comentado por el Washington Post con una crítica desfavorable. El pianista continuó con su agenda, que lo llevó a otros escenarios donde fue ovacionado una y otra vez. Sin embargo, varios años después de aquella reseña, los motores de búsqueda de internet seguían dirigiendo al usuario hacia un destino invariable: el portal del “WaPo” con su crítica encabezando los resultados para el nombre de Laziç.
Y así, aquel concierto de Washington en el que tal vez no había alcanzado la más inspirada de sus versiones, pero que al fin y al cabo no era más que una de la infinita suma de veces que había ejecutado esas piezas hasta convertirlas en una obra de arte, se le hacía permanente (una ironía para la música cuya esencia es la fugacidad), imborrable y omnipresente gracias a esa capacidad de memoria monstruosa de la red que arrojaba el resultado con una obstinación tan insoportable que Laziç concluyó que la crítica de The Washington Post estaba menoscabando su carrera.
Al músico le sucedía como a Ireneo Funes, el gaucho memorioso del cuento de Borges que sufría la condena de una memoria infalible al punto que “el presente le era casi intolerable de tan rico y tan nítido”, porque la eficacia abrumadora de poder recordarlo todo al milimétrico detalle lo había vuelto incapaz de pensar.
Tan es así que, en el año 2014, cuando la Unión Europea promulgó una ley del derecho al olvido que supuso un antes y un después para contenidos no relevantes, difamatorios y obsoletos en internet, Laziç (europeo, nacido croata, naturalizado austríaco), decidió apelar a tal derecho enviándole un e-mail a la periodista, donde le solicitaba que retire su artículo de la red por “difamatorio y obsoleto”. Lejos de conceder el pedido, el diario asumió que el recurso aplicaba para Europa, pero no para los Estados Unidos, defendió a su famosa crítica musical y hasta hizo públicos los e-mails del pianista.
El affaire Laziç vs. The Washington Post se transformó en un caso testigo y abrió un debate de caleidoscópicos interrogantes: ¿habilitaría una petición de olvido (supresión, bloqueo o desindexación) la censura de una reseña negativa?
El affaire Laziç vs. The Washington Post se transformó en un caso testigo y abrió un debate de caleidoscópicos interrogantes: ¿habilitaría una petición de olvido (supresión, bloqueo o desindexación) la censura de una reseña negativa? ¿Afectaría la libertad de expresión? ¿Cuál sería el límite entre el libre acceso a la información y la confidencialidad, privacidad y anonimato? ¿Sería lícito que un contenido desactualizado permaneciera en los primeros puestos de búsqueda? ¿O que la opinión de un advenedizo demoliera la estima de un gran talento? ¿Y en ocasión de reclamo, debería dirigirse al medio, al buscador que lo localiza, al blog que lo reproduce? Lo cierto es que la ley establece excepciones en la eliminación y garantiza la permanencia de contenidos de interés público, científico, estadístico o histórico. Todo lo demás, es caso por caso.
AD INFINITUM
El peligro entonces es que esa descomunal memoria de la internet signifique el fin de la capacidad de olvidar las cosas, pues como explica el científico Alberto Rojo en su libro Borges y la física cuántica: “si como Ireneo Funes conociéramos cada estado microscópico del mundo, no habría más flecha del tiempo”. Es decir, no habría distinción entre el futuro y el pasado, ni dirección ni irreversibilidad en el tiempo, y como al memorioso Funes, nos estaría vedada la posibilidad de pensar, la fortuna de sentir.
Finalmente, la crítica de The Washington Post no era demoledora. Destacaba el virtuosismo, las notas exquisitas, la sorprendente habilidad técnica. Sí llamaba la atención sobre la entrega emocional del músico, sobre un toque “un poco vacío en el plano humano”. Lo que agobiaba al pianista no era entonces el contenido, sino el poder impiadoso de esa repetición ad infinitum, el reflejo constante de una memoria amarga para la cual solo pedía no dejar de existir, sino de recordar.
Mañana lunes 24, Dejan Laziç inaugurará la temporada del Mozarteum Argentino interpretando obras de Mozart, Beethoven y Brahms, más una creación de su propia autoría en la sala mayor del Teatro Colón.