El mundo se transforma y ya no tendremos aquellos líderes que extrañamos
Poderosas nuevas generaciones motivan un cambio cultural que modifica la organización social; hay un divorcio entre dos modelos de liderazgo: el “socioempresarial” y el político
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El mundo vive transformaciones sustanciales. Una de ellas es una revolución sociológica (entendiendo a la sociología como la ciencia de las interrelaciones humanas) por la que poderosas nuevas generaciones están motivando un cambio cultural que modifica la organización social. La gran inmigración mundial es generacional.
Puede caracterizarse a los miembros de esas nuevas generaciones (la media de la edad planetaria es 30,4 años) con 7 parámetros vinculados entre sí: son globales (la nueva globalización no es ya la de las empresas, sino la de las personas individuales), no responden a organizaciones tradicionales (que ya no los contienen), son intensamente digitalizados (trascendiendo ámbitos físicos propios de generaciones anteriores) y conceden valor a bienes intangibles y deslocalizados que compiten con los tradicionales bienes tangibles predominantes en el siglo XX, modifican patrones culturales de base en las comunidades (incluidos ciertos valores éticos), son móviles (no valoran la pertenencia o la continuidad, sino que prefieren los reinicios), son neocognitivos (adquieren predominantemente conocimientos diferentes de los que fueron útiles y lo hacen a través de nuevas fuentes –como las redes sociales– y no de medios tradicionales como institutos educativos) y son crecientemente despolitizados.
Como consecuencia, ocurre en el planeta un divorcio entre dos modelos de liderazgo: el liderazgo “socioempresarial”, por un lado, y el liderazgo político, por otro. Vivimos la emergencia global de exitosos hiperempresarios y neoemprendedores disruptivos (que transforman la vida humana a través de innovaciones legitimadas por consumidores cada día) frente a la crisis de la política convencional, el vaciamiento de instituciones tradicionales y el malhumor emergente en diversos grupos sociales –en países ricos y también en los pobres–.
En ese trayecto van desapareciendo aquellos buenos líderes políticos generalistas, integradores y transversales que hoy son desplazados por otros con características de encargados sectoriales (muchas veces sectarios) de impulsar preferencias específicas de grupos de ciudadanos. Lo que lleva a incomodidades, discordias, desencuentros y polémicas en muchos lugares, incluida la Argentina.
A la vez, emergen exitosamente influyentes líderes “socioeconómicos” que no son políticos, no actúan con el poder institucional, no mueven ejércitos ni organizaciones formalizadas, no tienen partidos ni operadores ni publican sus consignas en panfletos. Son empresarios, artistas, influyentes, innovadores. Y, aun no siendo políticos, adquieren poder social al ser elegidos (legitimados) cotidianamente a través de los instrumentos de mercado provistos por la revolución tecnológica.
Por caso, las personas (globalmente) más seguidas en las redes sociales son Cristiano Ronaldo, Selena Gómez, Justin Bieber, Taylor Swift y Ariana Grande. Y aun si consideramos la red menos sometida a la influencia juvenil, que es X (ex Twitter), el más popular allí es Elon Musk (dueño de esta y de Starlink). El que, además –según Anil Agarwal–, lidera la elite de empresarios más famosos seguido de otros constructores del orden nuevo, como Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Larry Ellison (Oracle) y Larry Page (Google). Entre las personas más influyentes del mundo según la revista Time hay artistas como la cantante y fundadora de una plataforma editorial Dua Lipa, figuras como la actriz Taraji P. Henson, innovadores como Jensen Huang (Nvidia) y referentes como Julia Navalnaya (viuda del opositor ruso muerto Alexei Navalny). Se ha cambiado de líderes.
Explica Michael Pohl (para Triangility) que el liderazgo tradicional se caracteriza por la autoridad, la jerarquía y el control, mientras que el moderno se desarrolla en organizaciones horizontales, es cooperativo, desconcentra la autoridad, es humilde y flexible. Y elabora el especialista en liderazgo Jacob Morgan un listado de cualidades del nuevo liderazgo, entre las que están la admisión de la vulnerabilidad, la ética en el trabajo, experiencia operativa, destrezas específicas para cada tarea determinada, la alta tecnologización y el futurismo.
Pues la acción política convencional (que apunta al promedio, es generalista, actúa procesalmente y está urgida por el corto plazo) tiene enormes dificultades para operar con las nuevas condiciones. Y, probablemente, por esta dicotomía es que muchas sociedades, descontentas, han comenzado a buscar para la política a un tercer tipo: los reactivos. Proliferan últimamente los líderes divisivos y controversiales –y ya no consensuales–, que se enfocan en algunos asuntos prácticos y desatienden viejos consensos, aun exponiéndose a rápidas impopularidades, y entran en conflicto con el prototipo de la política tradicional.
Cabe suponer que esto es consecuencia de 4 factores concurrentes: la vigencia de los nuevos paradigmas sociales, la emergencia de los nuevos fenómenos públicos no estatales (que abordan lo social desde lo no gubernamental), la pérdida de eficacia del poder político tradicional y la consecuente reacción popular.
El liderazgo político está en crisis por varias razones. En primer lugar, la política es nacional y las sociedades nacionales ya no son tan homogéneas porque la internacionalización digitalizada de los ciudadanos los hizo adherir a colectivos (consignas, principios, creencias) supranacionales que coinciden en el espacio virtual, pero los enfrentan con los distintos en lo local. En segundo lugar, los asuntos de mayor interés de los nuevos ciudadanos no son políticos: dice Gerd Leonhard que hay en curso en el planeta 3 transformaciones que lo están cambiando: la digital, la sustentable y la propositiva; esta última supone que el propósito de vida de muchos está variando desde la búsqueda de éxito o riqueza hacia la búsqueda de sentido de la vida (y ello se vincula con asuntos íntimos más que públicos). En tercer lugar, las nuevas generaciones legitiman en sus acciones cotidianas liderazgos con cualidades impropias de la política (horizontales, operativos, adaptativos, de corta duración, cercanos) y la política ha quedado atrapada por lo que en su momento fueron sus virtudes y hoy son límites: burocracia, jerarquía, superioridad, generalidad.
Así, probablemente ya no tendremos aquellos líderes providenciales del siglo XX que, por otra parte, surgían de un sistema hoy ya inexistente. Dice Yuval N. Harari que los humanos tenemos una capacidad que no tiene otra especie: la de construir ficciones. Pues el poder político ha sido una de ellas. Y la generación del liderazgo superiorista, también. ¿Serían hoy iguales líderes aquellos que fueron admirados en el siglo XX basándose en grandes capacidades políticas, pero, a la vez, escondiendo defectos, ocultando debilidades, maquillando vulnerabilidades, cuando hoy un dron espía, un indiscreto testigo o un video casero rompen lo otrora irrompible? ¿No estamos ante una nueva condición que hace imposible lo que antes se valió de virtudes, pero también de aquellas condiciones de otra edad tecnológica?
Luego, no es extraño que los electorados se vean confundidos, se desilusionen rápido con sus autoridades (que, aunque quieran, no pueden lograr los mismos resultados acudiendo a las mismas herramientas) y, cuando deben elegir, opten (según el caso) por líderes divisivos o parcialistas, reactivos, enojados u oferentes de soluciones prácticas y no de grandes ideales. Porque hay una caja de herramientas que nos está quedando vieja. Y el mundo debe pensar en algo nuevo.
Especialista en asuntos internacionales