Daniel Innerarity. "El mundo globalizado exige una nueva teoría política"
La era del cambio climático, la economía financiarizada y la interdependencia global reclama repensar las democracias, dice el pensador español, que reflexiona sobre la pandemia
GRANADA
Si las definiciones importan, podríamos calificarlo de filósofo. En todo caso, Daniel Innerarity, nacido en Bilbao, España, en 1959, es un intelectual comprometido con su tiempo en los términos que él ha ido elaborando a lo largo de su itinerario como escritor y de sus esfuerzos por entender el mundo en que vivimos. Sus libros así lo testimonian. Títulos como La política en tiempos de indignación, Ética de la hospitalidad, Un mundo de todos y de nadie, Comprender la democracia dan cuenta de la complejidad de su pensamiento. Y por qué no, de su lucidez. La revista Le Nouvel Observateur lo ha considerado entre los 25 grandes pensadores del mundo. Sus reflexiones acerca de la pandemia que ha puesto en jaque al mundo lo han convertido en una voz muy escuchada en estos días.
"Los filósofos podemos dar una opinión no especializada, preguntarnos por el significado de un acontecimiento poniéndolo en un contexto más general. No somos una voz privilegiada ni olímpica, pero sí necesaria -afirma-. No deberíamos intervenir en el debate público tomando partido y aceptando de hecho los términos en los que ese debate se plantea, sino examinando esos términos. Sigo el consejo de Umberto Eco de no firmar manifiestos contra la guerra y a favor de la paz. No se trata tanto de apoyar causas concretas como de hacer una teoría de la sociedad".
- Nos toca ser testigos y protagonistas de un episodio de alcance mundial que podríamos considerar excepcional. ¿Qué imágenes le suscita desde una perspectiva de "vida cotidiana" la pandemia?
Nos encontramos con algo no previsto, que nos encierra en el espacio doméstico. Me pregunto si los seres humanos, que vivimos en tres mundos a la vez (el del afecto, el de la indiferencia y el del conflicto), estamos preparados para que se nos amputen de repente los dos últimos. No saldremos de aquí revalorizando el ámbito privado, sino añorando el público.
-Lecturas optimistas sugieren que el mundo después de esto será más justo. ¿Necesitamos de las tragedias colectivas para adquirir un aprendizaje social virtuoso?
No comparto ese determinismo optimista que asegura que las crisis son oportunidades. Las tragedias han dado lugar a grandiosas transformaciones, pero también han sido la antesala de decisiones estúpidas. Que ocurra lo uno o lo otro depende de dos factores: nuestra inteligencia y nuestra libertad.
-En crisis como esta, las decisiones de las élites dirigentes suelen ser decisivas. ¿Qué opina de los comportamientos de Trump, Bolsonaro, Johnson y López Obrador, a quienes, más allá de sus diferencias, se identifica con el populismo?
El populismo desprecia tres cosas que esta crisis nos ha hecho revalorizar: el saber experto, la calidad de las instituciones y la realidad de la comunidad global. Se estarán equivocando quienes desprecien el conocimiento, entiendan el liderazgo como una realidad vertical o menosprecien las exigencias de la cooperación ante riesgos compartidos. Y tal vez con unos costos trágicos.
-A ellos se los ha acusado de subestimar los efectos de la pandemia. A su favor podría decirse que han colocado en un primer plano otra preocupación central: los costos económicos y sociales de una semiparalización de la economía capitalista.
El calificativo "populista" cubre demasiadas realidades como para hacer un juicio sumarísimo. La llamada de atención sobre los costos sociales ha sido realizada por líderes que no son nada populistas, en el entorno de la socialdemocracia clásica y por otros.
-Sí, el populismo comprende un universo amplio, ¿pero no es curioso que Bolsonaro a la derecha y López Obrador, a la izquierda, sostengan ante la pandemia posiciones parecidas?
Esa coincidencia entre los extremos no debería sorprendernos a estas alturas. Me preocupa más la tendencia a la polarización, las fuerzas centrífugas que actúan sobre el resto de las posiciones, y dar un protagonismo excesivo a quienes mantienen posiciones extremas. Hoy la verdadera virtud de la radicalidad no está reñida con la moderación y la capacidad de compromiso.
-¿Cómo se resolverá la contradicción entre cuarentena y funcionamiento del capitalismo?
Mal. Es un dilema que no se resuelve sino que se equilibra. Los políticos están tomando decisiones de un gran dramatismo porque hay vidas que salvar en esta crisis sanitaria y vidas que se perderán con la crisis económica que se producirá por las medidas para resolver la primera crisis.
-En crisis como esta abundan las miradas conspirativas, tan internalizadas en el sentido común. De todos modos, el pánico colectivo puede ser creado desde algún centro del poder. Todos tenemos presente al joven Orson Welles, cuando desde una modesta emisora de radio provocó una verdadera psicosis con una noticia falsa.
Los gobiernos gobiernan también nuestras emociones y, entre ellas, el miedo. No habríamos tenido la crisis económica que tuvimos si los gobiernos hubieran enfriado la economía mostrando los riesgos excesivos que estábamos asumiendo, individual y colectivamente. Es una cuestión de equilibrio y en función de objetivos que deben ser legítimos: ¿cuánto miedo puede un gobierno comunicar para que la gente no se endeudara excesivamente entonces o para que se cumplan ahora las medidas de confinamiento? La tendencia general es a que descubramos la relevancia de los bienes comunes, desde nuestra experiencia de compartir una misma vulnerabilidad, lo cual nos llevará a desarrollar formas de inteligencia colectiva. Esta es a mi juicio la conclusión correcta, pero nada me asegura que vayamos a aprender.
- ¿Alcanza la democracia tal cual la concebimos hoy para atender la complejidad del mundo contemporáneo?
- Sin lugar a dudas, no. La mayor parte de nuestros conceptos políticos fueron pensados en una época de relativa simplicidad, con espacios más o menos delimitados, sociedades homogéneas y tecnologías poco sofisticadas. Hace falta toda una nueva teoría política para la era del cambio climático, la economía financiarizada y el mundo interdependiente. En parte es lo que he tratado en mi libro Una teoría de la democracia compleja, donde propongo algunas claves para entender la nueva realidad del siglo XXI y cómo gobernarla.
-¿Se cumple el principio que dice que tiempos de indignación son tiempos de desorientación?
-En momentos de indignación el panorama político se clarifica: resulta evidente quiénes son los malos y quiénes somos los buenos, qué debe hacerse y a quién hay que pasar por la guillotina. En cuanto pasan esos momentos y nos ponemos a transformar la realidad, aparecen los límites, las dificultades, la traición de los nuestros. Entonces descubrimos algo que deberíamos haber sabido siempre: que la política es el arte de gestionar la decepción. La cuestión es cómo mantener todas las ambiciones razonables de cambio social sin ser unos ingenuos.
-Un periodista habló de la primera "infodemia" de la historia, es decir, una pandemia "transmitida" al detalle por los medios de comunicación y las redes.
Quizás la mayor novedad de esta crisis es esa retransmisión y sobre-información instantánea, lo cual tiene aspectos buenos y malos. Sin esa información continua habría sido muy difícil mantener a las poblaciones en el adecuado estado de alerta, pero también es cierto que no habría habido tal extensión de rumores y noticias falsas.
-¿Cómo podría traducirse en la actual crisis su concepto de "seguridad terrestre" y "desorden marino?
Cuando elaboré la idea, siguiendo una vieja oposición de Carl Schmitt entre la tierra y el mar, no estaba pensando en esta crisis, como es lógico, pero sigo pensando que aquellas tesis de mi libro Un mundo de todos y de nadie siguen teniendo validez. Aunque a Schmitt no le gustara nada, el orden de los Estados terrestres, es decir, de soberanía delimitada, está cediendo el paso a un desorden confuso, una cierta "maritimización" del mundo, al que tenemos que dotar de inteligibilidad y legitimidad. No podemos aplicar las categorías lógicas de los Estados al mundo global, pero tampoco podemos darnos por satisfechos con una realidad que nos desprotege hasta unos extremos que las crisis del siglo XXI están haciendo evidentes.
- ¿Y la relación entre mundo líquido y gaseoso?
La idea del mundo líquido procede de Bauman y me parece que hace tiempo se quedó corta para explicar lo que nos pasa. La metáfora de la liquidez, debido al carácter homogéneo del elemento líquido, no consigue dar cuenta de las turbulencias mediáticas de dimensión planetaria que se crean en torno a un evento, inicialmente explosivas pero que rápidamente se desinflan; tampoco ilustra suficientemente el fenómeno de las burbujas financieras, la volatilidad económica y la especulación, realidades un mundo hecho de bulos, rumores, nebulosas, riesgos, pánico y confianza. Más que un mundo líquido, el proceso de globalización ha conducido a un "mundo gaseoso". Esta metáfora responde mejor a la realidad de los actuales mercados financieros y al mundo de los medios, que se caracterizan, como los volúmenes que se contraen y se expanden en el estado gaseoso, por ciclos de expansión y contracción, de expansión y recesión, sin un volumen constante. Es una imagen muy apropiada también para describir la naturaleza cada vez más incontrolable de determinados procesos sociales; por ejemplo, el hecho de que todo el mundo financiero, mediático y comunicativo se base más sobre la información "gaseosa" que sobre la comprobación de hechos.