El mundo del mañana quizás aguarde en las estrellas
La nueva temporada de la serie Cosmos se concentra en la posible colonización del espacio exterior, un tema que gana cada vez más terreno en la ciencia y en la cultura
En 1980 Carl Sagan y su serie Cosmos llevaron el entendimiento público de la ciencia a niveles inéditos de calidad y masividad. Durante las cuatro décadas siguientes, el mundo asistió al desciframiento del genoma humano y de las partículas elementales; a Internet y la clonación; al hallazgo de agua subterránea en Marte y de planetas parecidos a la Tierra. Mientras irrumpían esas revoluciones, el legado del astrónomo neoyorquino fue creciendo como el faro de una pedagogía amable y rigurosa, poética y consistente.
Cinco años antes del estreno de Cosmos, Neil deGrasse Tyson era un adolescente abrumado por el esplendor del universo. Un día de invierno abrió una carta. El propio Sagan lo invitaba a la Universidad de Cornell, adonde había presentado una solicitud de admisión. En la primera visita de Tyson a Cornell, Sagan le mostró el laboratorio, le regaló un libro autografiado y le dijo que, si la nieve le impedía viajar durante las cursadas, estaba invitado a quedarse con su familia. Neil nunca olvidó aquel gesto. Y el maestro, que moriría en 1996, nunca olvidó al alumno.
Hoy Tyson es astrofísico y está a cargo de la continuación de la serie. Llamada ahora Cosmos. Mundos posibles, a lo largo de sus emisiones sigue indagando en los hitos que ayudaron a entender el universo y a conocernos como especie, pero agrega un paso audaz: la "especulación informada" sobre otros mundos y otros seres. Impulsada por el asombro y la razón, la serie invita a recuperar el amor por la ciencia y dar batalla a la posverdad. Difícil imaginar mejor momento para algo así.
Buscar un nuevo hogar
Precisamente, en los últimos días hubo varios ejemplos de los riesgos ligados al fenómeno de la posverdad. El último 19 de mayo, el sitio de cultura digital Gizmodo armó la remake de un clásico, que replicaron portales de todo el mundo. Hace 44 años, después de posarse en Marte, la sonda Viking 1 había fotografiado una formación rocosa que algunos vieron parecida a una cabeza humana. Fue el momento cero de una seguidilla que incluiría más avistajes en los años siguientes (recuperados por la reciente publicación de Gizmodo): una mujer posada sobre una roca, una ardilla saliendo de una madriguera, una cuchara herrumbrada. "Nuestro cerebro está especialmente preparado para reconocer formas, aún allí donde no las hay", explica el biólogo Diego Golombek. "Por eso aparecen tantas caras en las tostadas o en la corteza de los árboles".
Un día antes de que Gizmodo publicara aquellas imágenes tan propicias a la confusión, en los medios locales circuló la información de que la NASA había detectado "un inquietante universo paralelo donde el tiempo podría ir hacia atrás". En realidad, se trataba de un experimento antártico que buscaba neutrinos. El malentendido se había originado cuando Peter Gorham, un profesor de física, mencionó el asunto en una nota sobre universos paralelos. Un tabloide de Bangladesh asignó a "científicos de la NASA" la información de que las partículas viajaban "hacia atrás" y venían de otro universo. Científicos con ansias de fama, periodistas sin ganas de chequear y lectores con ganas de creer habían armado otra fake news que recorrió el mundo. En este sentido, producciones como la serie Cosmos, al divulgar las bases del funcionamiento del pensamiento científico, forma parte de un entramado informativo que permite poner coto a lo que Golombek denomina "pandemia de desinformación".
Pero no solo eso; la serie también habla de "mundos posibles". ¿Qué significa eso en esta época de incertidumbres? "Pensar en otros mundos posibles, ya sean naturales o artificiales, también puede leerse como el modo de buscar una salvación", propone Flavia Costa, doctora en Ciencias Sociales. De eso se trataba, cuenta, el cosmismo de Nikolái Fiódorov, que en plena Rusia zarista trazó una conexión inusual entre la carrera espacial y la resurrección de la carne. El pensador cristiano "buscaba crear la vida eterna por medios científicos y técnicos. La misión de los sabios era colaborar con la tarea de Dios en la Tierra", explica Costa. Si la inmortalidad era posible, necesitaríamos más espacio: había que tomar el cielo por asalto.
Con el mismo compromiso extraterrestre, el físico estadounidense Gerard K. O'Neill publicó en 1977 Ciudades del espacio, un plan de asentamientos que permitiría afrontar las exigencias de la industrialización acelerada y las crisis medioambientales. Para que todos pudiéramos acceder a energía y materias primas, "se proponía diseñar modelos de desarrollo donde hubiera suficiente libertad de movimientos y se limitara la concentración del poder", recuerda Costa. Esas ciudades y sistemas servirían para "aminorar las intermediaciones y favorecer el contacto cara a cara? aun en el espacio sideral".
Dentro de 5000 millones de años habrá razones de fuerza mayor para impulsar algo así. Cuando el Sol se apague, los terrestres saldremos de la zona de habitabilidad, ni demasiado fría ni demasiado cálida, en la que se ubica nuestro planeta. La secuencia inicial de Cosmos. Mundos posibles regala algunas pistas de ese futuro. Con la Tierra asomando en el horizonte, una metrópolis diáfana e imponente se levanta sobre Marte. Apenas sería la primera escala. Cuando el efecto invernadero forme atmósferas vaporosas sobre las lunas de Júpiter, sus eventuales formas de vida podrán florecer y evolucionar. Tritón, la luna de Neptuno, es otra posibilidad. Cosmos la muestra como un mundo de cordilleras congeladas e inviernos de medio siglo, pero aún amigable. Y en las profundidades de Encelado -satélite de Saturno- hay un mar profundo donde podrían cocinarse las moléculas de carbono asociadas a la vida.
En ese nuevo porvenir, el proyecto Starshot -una flota de mil naves ultralivianas propulsadas por fotones- podría recorrer los cuatro años luz que nos separan de la estrella Próxima Centauri. El objetivo es Próxima Centauri b, un exoplaneta descubierto en 2016 y que está en el radar de investigadores como Ximena Abrevaya, directora del Núcleo Argentino de Investigación en Astrobiología. En su último trabajo demostró que la Pseudomonas aeruginosa (bacteria patógena en humanos y plantas) y el Haloferax volcanii (microorganismo que vive en ambientes con altas concentraciones de sal) podrían sobrevivir a la radiación que bombardea ese mundo potencialmente parecido a la Tierra. Por lo demás, "los planetas y lunas candidatos para albergar vida son rocosos y con condiciones similares a las terrestres". Las posibilidades son abrumadoras: Tyson sugiere que cada segundo se forman mil sistemas solares.
Humanos del futuro
Todo indica que necesitamos expandir la imaginación. "Los bichos de Star Wars, al principio tan raros, finalmente son reconocibles como terráqueos: tienen dos patas, dos brazos, dos ojos y un cerebro", recuerda Golombek. "Me parece mucho más interesante pensar en formas de vida que se basen en silicio, que sean etéreas o tan enormes que contengan a todo un planeta". El propio Sagan había soñado con medusas grandes como ciudades, flotando en manadas para protegerse de predadores fluorescentes entre las nubes de Júpiter. Todas las especulaciones se sostienen en la Ecuación de Drake, que a partir de parámetros como el ritmo de formación de estrellas y la cantidad de planetas considera que podríamos encontrar una decena de civilizaciones. ¿Y si ellas estuvieran buscándonos? Como la información viaja a través de la luz, un astrónomo extraterrestre a 5 mil años luz podría ver -ahora mismo- la construcción de las pirámides de Egipto.
"¿Estamos listos para el primer contacto?", se pregunta Tyson desde la selva china donde se levanta el radiotelescopio gigante FAST. Para que la comunicación sea posible, esa civilización debería enviar señales en un lenguaje simbólico que podamos entender. Aunque suena extraño, ya hubo contacto entre distintas formas de vida inteligente. Hoy sabemos que las abejas usan recursos muy sofisticados para "hablar" de sus viajes y debatir el mejor destino para las colmenas a través de un repertorio preciso y sutil de giros, velocidades y vibraciones.
¿Qué nos diferencia entonces a los humanos? Somos la forma que el cosmos encontró de conocerse a sí mismo, resume la serie. La voz de Sagan habla desde un pasado que mira al futuro: "Cuando estemos listos para asentarnos en otros sistemas planetarios, habremos cambiado". La nueva especie tendrá más fortalezas y menos debilidades; será más confiada, capaz y previsora. "Los seres y los mundos están en cuarentena unos de otros", recuerda el astrónomo. "Sólo se levantará para aquellos con suficiente autoconocimiento como para haber viajado con seguridad de estrella en estrella. Nuestros descendientes remotos se unificarán por su herencia común, por el respeto a su planeta natal y por la certeza de que, sea cual sea la otra vida, los únicos humanos de todo el Universo vinieron de la Tierra".