El mundo asiste a una desafiante triple revolución en el ámbito privado
Cambios profundos en la información, las biociencias y los modelos de organización modifican el escenario para la vida humana y generan una incómoda crisis ocasional y una revulsiva transformación estructural
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Mientras los argentinos nos enredamos en nuestra cada vez más precaria discusión política, el planeta atraviesa una situación compleja (define el diccionario la palabra “complejo” como algo compuesto de elementos diversos y difícil de comprender). Por un lado, el globo padece circunstancias públicas críticas: la aceleración del cambio climático, los conflictos político-militares (entre ellos, en Ucrania, Israel, Nagorno Karabaj) y otras tensiones amenazantes (por ejemplo, en Taiwán y Pakistán), los reacomodamientos geopolíticos (entre ellos, los efectos de la fricción entre EE.UU. y China) y el debilitamiento de las hegemonías y la reconfiguración de la relación de fuerzas entre potencias (debilitamiento de algunos y emergencia de otros, como la India), el desmoronamiento del multilateralismo (desde la ONU hasta la OMC), las desestabilizantes migraciones hacia Europa y EE.UU., y ciertos pobres resultados económicos temporales (especialmente en la Unión Europea y China, lo que anticipa un alza del producto global de solo 3% –había sido de 3,8% entre 2000 y 2020–).
Pero, en otro plano, el mundo asiste a una desafiante triple revolución en el ámbito privado. Se trata de las revoluciones de la información, las biociencias y los modelos de organización. Enfocadas ellas en la generación de valor intangible, la administración de los procesos naturales y la gestión de las organizaciones. Esa triple revolución modifica el escenario para la vida humana y genera una (incómoda) crisis ocasional y un (revulsivo) cambio estructural.
La revolución de los datos permite un desarrollo tecnológico de altísima incidencia en los servicios, la industria manufacturera, las comunicaciones, las finanzas, el esparcimiento y la educación. La revolución de las biociencias acelera avances en la medicina, la industria de la alimentación, la generación de energía y las prácticas amigables con el clima. Y la revolución de la organización (la tercera revolución) conforma nuevos espacios vinculativos. Algo significativo es que la tercera es el medio en el que ocurren las otras dos. Y por ella los tradicionales colectivos que agruparon a las personas por siglos padecen impactos desestabilizantes (la familia tradicional, la escuela, las iglesias, los sindicatos, las relaciones de poder político) y, como consecuencia, entra en crisis el gran colectivo inventado a inicios de la “edad moderna”: el Estado nacional.
El Estado (que según Jean Bodin lograba las soberanías interior y exterior) ya no puede controlar numerosos fenómenos: los movimientos de capitales, las migraciones masivas (incluidas las telemigraciones), los flujos de información y datos, las relaciones laborales, las pestes y hasta las fuentes de hábitos y de cultura. Y tampoco los descontentos.
La tercera revolución alienta nuevos sistemas de generación de valor económico y social: empresas que transforman las cadenas de aprovisionamiento en redes ecosistémicas de innovación, trabajadores que se desplazan por internet sin moverse de su país, la educación mudándose a posteos científicos en redes sociales, las compras y ventas digitalizándose. Emerge una nueva globalización que ya no se ampara en la preeminencia del intercambio de bienes, la expansión de empresas internacionales o los flujos financieros transterritoriales, sino que ahora se motoriza por la internacionalización de nuevos estándares relacionales (entendidos estos como patrones y normas –en general, no escritas– dentro de los cuales actuamos personas y organizaciones). Esos estándares no se componen ya solo de reglas de calidad, sino que incluyen nuevos modelos de vinculación.
Todo esto modifica algo esencial para los humanos: el ámbito. Define el diccionario al “ámbito” como el espacio y conjunto de condiciones en que se desarrolla una persona o una cosa. Pues el ámbito tiende ya a no ser el barrio, ni el aula, ni la plaza, ni el local partidario, ni el bar, ni el club, ni la oficina o la fábrica, ni el living de casa. El ámbito es mayormente digital (suele llamárselo “virtual”, aunque eso entraña un error porque ese ámbito digital es bien real).
El ámbito ahora requiere de computadoras y, especialmente, de dispositivos móviles de internet (que seguimos llamando teléfonos celulares aunque de teléfonos ya tienen poquísimo), pero no se apoya en un lugar físico. Y las megaempresas ya anuncian la nueva revolución del hardware que nos concederá nanodispositivos que evolucionarán a los smartphones. El tiempo promedio de navegación en internet en el mundo, por persona y por año, es de 6 horas y40 minutos: ¿hay algún otro “lugar” donde pasemos más tiempo?
Las empresas conforman redes suprafronterizas nuevas, las plataformas de compra y venta ya no son locales sino digitales, los amigos y parientes (y las parejas) se contactan en redes sociales, las noticias trascienden incontroladas de abajo hacia arriba, los líderes se generan espontáneamente, las ideas (selectivas) fluyen entre adherentes deslocalizados, las exigencias competitivas son digitales/globales y la educación es informal. Y, para eso, los modelos de organización son flexibles, horizontales, supraestatales, disruptivos, abiertos.
Como un efecto, la política tradicional (que ocurre “en” o “desde” el Estado) está ante serios problemas porque su modelo organizacional es anterior a la tercera revolución (por ende, muchos ciudadanos padecen doble frustración: encuentran soluciones públicas fuera de la política y no hallan respuestas que antes lograban dentro de ella). El Estado, antes de prestador de servicios, era un ámbito de pertenencia y la pertenencia ahora se mudó. En relación con eso ocurre un fenómeno disruptivo: caducan las relaciones de representación política. En muchos lugares las personas ya no quieren representantes (no los necesitan): prefieren encargados inmediatos, específicos y sectoriales (lo que hiere gravemente las relaciones políticas tradicionales). El encargo se refiere a asuntos limitados y concretos (mientras los representantes lo eran para materias generales y futuras).
Así se comprenden ciertos resultados políticos (sea que respondan a radicalizados ciudadanos digitalizados o a actores del clientelismo sectario). Ya nada es general. Pero hay en el mundo una institución que se adaptó a esta triple revolución: las “empresas-SXXI”, que conjugan nuevos atributos funcionales y abordan asuntos (sobre la base de los nuevos modelos organizacionales) no solo propios –producir y vender–, sino también ampliados –liderar, influir, ofrecer prestaciones públicas–. En este marco la Argentina enfrenta una crisis sustancial. Y está a la espera de un cambio político. Pero es posible que no hayamos advertido que también padecemos un duro desacople con esta tercera revolución (en las otras dos mostramos algunos avances, pero sus consolidaciones dependen de la tercera).
Nuestra Argentina “modelo siglo XX” padece 10 características antitéticas con ese progreso. Son 10 componentes que no operan solo en la política, sino también en varios procesos sociales y económicos: el caudillismo verticalista, la burocratización, la cerrazón y la escasa acción internacional, la politización de las relaciones, la rigidez regulativa, la ideologización educativa, la cultura cortoplacista, la desinstitucionalización, el desorden macroeconómico y la excesiva conflictividad. Ellos frenan a las tres revoluciones (y especialmente a la tercera).
Por ende, no solo tenemos pendiente arreglar lo tradicional. Porque las ansiosas tres revoluciones no nos han esperado.
Presidente de la International Chamber of Commerce en la Argentina y director de la maestría DET en el ITBA