El modelo decisional de las vacunas
“Tenés razón. Hay todo un encadenamiento científico, coalicional y social, ¿no? Hay un modelo discursivo-decisional novedoso que empieza a aparecer”.
Corría fines de marzo de 2020, la Argentina había decidido entregar su destino a una bullanguera murga compuesta por los que los iban a meter presos y los que iban a ir presos, el gobierno resultante acababa de sancionar la cuarentena que acabaría con todas las cuarentenas, y María E. Casullo, luminaria intelectual de Palermo Trostky, expresaba su optimismo intenso sobre la gestión albertista basada en un misterioso modelo discursivo-decisional.
Lo que siguió fue el cuarto episodio de la tragedia del peronismo K a cargo del país: miles de muertes causadas por la ineficiencia, la corrupción y el abandono del Estado. Cromagnon, Once y La Plata a una escala infinitamente mayor. Y una pandemia que pondría al desnudo al modelo decisional nac&pop. Desde la proclamación de que el virus nunca iba a llegar, a las recomendaciones de tomar brebajes calientes, pasando por la suelta de presos, las conferencias de prensa con payasos, el velorio de Maradona, la compra de fideos con gorgojos y los testeos truchos en Ezeiza, el Gobierno no se ahorró ni un papelón. Pero lo más dramático, por sus consecuencias, fue el modelo decisional de las vacunas; una secuencia de extravíos, aberraciones y corruptelas cometidas por los muchachos del único partido que sabe gobernar.
El 10 de julio de 2020, el Presidente recibió al gerente de Pfizer Argentina, quien le informó que el país había sido seleccionado para los estudios Fase 3 de su vacuna. Para fin de mes, al Gobierno le regalaron un penal sin arquero: como reconocimiento a nuestros voluntarios, Pfizer ofreció la compra anticipada de 13,3 millones de dosis a ser entregadas en 2020. Entonces Ginés, titular de Salud, que es ministerio, delegó las negociaciones en Sonia Tarragona, una funcionaria que había trabajado con un competidor de Pfizer y activo financiador de las campañas del Frente de Todos, Hugo Sigman, y el penal sin arquero fue a parar a la tribuna.
Dos semanas más tarde, Fernández anunciaba que la vacuna AstraZeneca sería producida por el laboratorio de Sigman: entre 150 y 250 millones de vacunas fabricadas por la gloriosa industria nacional. Toda la Patria Grande iba a ser vacunada. “La producción, a cargo de Argentina y México, va a permitir el acceso a toda la región”, compadreó Alberto. Y agregó: “Vamos a acceder a la vacuna entre seis y doce meses antes. Este acuerdo pone a la Argentina en una situación de tranquilidad”. Menos mal.
¿Y Pfizer? Como toda explicación al fracaso, Ginés afirmó que la empresa exigía “condiciones inaceptables”, como que el contrato lo firmara el Presidente (sic), la exclusión del término “negligencia” en una ley (la oposición se ofreció a cambiarla, y ni le contestaron) y garantías de pago que la imaginativa intelectualidad K transformó en “Se quieren quedar con los glaciares”. Curiosa ambición, para una empresa farmacéutica, y rara negativa, la del Gobierno, que consideró inaceptable ofrecerle garantías de cobro a Pfizer mientras le pagaba 54 millones de dólares por adelantado a AstraZeneca, astutamente asociada con el heroico empresariado nacional y popular.
No fue todo. El Presidente también rechazó inmunizar al 50% de la población mediante el fondo Covax de la OMS. Un subsecretario explicaría el criterio gubernamental a la Comisión de Salud de Diputados: “Optar por el mínimo (10%) fue una elección inteligente… porque era la mejor ecuación costo-beneficio”. Neoliberalismo nacional y popular. Una “inteligente elección” que nos impidió malgastar us$60 millones de un país cuyo PBI cayó us$138 millones diarios durante un año gracias a la cuarentena más larga del planeta, y que va por los 73.000 muertos. Pero Salud es ministerio y la vida de los argentinos, prioridad.
Previsiblemente, la apuesta por un solo proveedor podía fallar, y falló. De manera que nos quedamos sin vacunas. Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos? dijo Alberto; y Cristina le respondió: ¡el Chapulín Colorado! Fue así que llegamos a Putin, y los argentinos fuimos elegidos para ser la Fase 3 de la “Sputin”; privilegio que compartimos con los territorios palestinos, Venezuela e Irán. A cambio, este gobierno de científicos admiradores del modelo Chernobyl se olvidó del costo-beneficio y afrontó un pago inicial de 250 millones de dólares, envió heroicas expediciones de Aerolíneas transmitidas por Víctor Hugo Morales y rezó porque la vacuna que ofrecía las garantías menores no causara daños colaterales peores que el Covid.
No hay prueba más contundente de esos riesgos, asumidos en piel ajena, que la algarabía con que Cristina recibió, cinco meses después, la publicación de la revista The Lancet. “El análisis intermedio (Interim analysis) del ensayo de Fase 3 de la vacuna… sugiere (suggests) que…” decía el modesto tuit de The Lancet, acompañado por un simple paper. “¡Es-pec-ta-cu-lar!” twitteó Cristina, tan ignorante del método científico como aliviada. Nada se sabe de su opinión sobre el comunicado de la Anmat eslovaca (ŠÚKL) que advirtió que los lotes recibidos no tenían las mismas características que los analizados en The Lancet, ni sobre la resolución de la Anmat brasileña (Anvisa) que no autorizó su uso en Brasil, ni sobre el último paper de The Lancet, que considera “insuficientes y poco transparentes” los datos publicados en el paper anterior…
Es mejor vacunarse con la Sputin que arriesgarse al coronavirus, y lo más probable es que la vacuna sea eficiente. Pero nada disminuye las responsabilidades políticas y penales del peor gobierno de la historia, creador del novedoso modelo decisional anunciado por Casullo aquel marzo de 2020 en que nos encerraron cuando los muertos eran dos por día. Desde entonces, todas y cada una de las decisiones del Gobierno repitieron lo visto durante doce años: incapacidad, ignorancia, improvisación, ideologización, politización, soberbia, impunidad. Y, sobre todo, prioridad a los negocios con los amigos.
El modelo decisional nac&pop nos condenó a una cuarentena eterna, cerró las escuelas por un año y provocó las peores violaciones a los derechos humanos desde la dictadura. Todo, para que la semana pasada, con solo 5% de la población vacunada, estableciéramos el récord de decesos diarios (745), pasáramos la frontera de los 72.000 muertos y fuéramos el país con mayor cantidad de muertos por habitante (16,46 por millón). En tanto, nuestro PBI cayó 9.9% (el doble que Brasil y 50% más que Chile y Uruguay) y la pobreza sobrepasó el 45% (57,7% en menores). No importa. La única respuesta a la falta de vacunas siguen siendo el encierro y la adjudicación de culpas a las clases presenciales, los antivacunas, la Corte Suprema, los runners, Macri, Larreta, Bullrich y la oposición. Del otro lado de la grieta, el criminal vacunatorio vip, desnudo al óleo de esa santa oligarquía peronista que vino a acabar con todas las oligarquías y es hoy dueña y señora de la vida y de la muerte en el país.
El novedoso modelo decisional nac&pop resultó ser el viejo modelo del peronismo kirchnerista, cuarta edición. Consiste en la destrucción sistemática de todo lo productivo, autónomo y libre que aún existe en Argentina: la CABA, las provincias del centro, el campo, los unicornios digitales, los productores de información y servicios, las empresas no subsidiadas, la clase media, la educación y los jirones que quedan de la Justicia y el periodismo independientes. Creer que lo que ocurre es casual sería una irresponsable ingenuidad. Vamos hacia Santa Cruz, Formosa, Venezuela; rápidamente. Cristina diseña, Alberto ejecuta, y la pandemia ayuda. Acaso no sea tarde todavía, pero no habrá futuro sin una respuesta urgente y digna de la oposición y de la sociedad.