¿El modelo de la selección o la ideología del feriado?
Laten dos ideas de la Argentina: la que representa la selección, basada en la excelencia, y la que no concibe el trabajo como una prioridad; en ese contraste tal vez resida el gran debate sobre el futuro
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Detrás de la alegría y el festejo ciudadano latieron esta semana dos ideas sobre la Argentina. Una es la que representa y simboliza la selección, basada en el modelo del profesionalismo, la superación y la excelencia. La otra es la Argentina del feriado, que apuesta a la imposición del Estado, que no concibe al trabajo como una prioridad y que cree que la realidad puede moldearse por decreto. En ese contraste tal vez resida el gran debate sobre el futuro.
El Gobierno ha vuelto a mostrar una pasmosa ineficacia para resolver cuestiones elementales. Ese Estado que presume de su omnipotencia no pudo organizar hace dos años un velorio, y no pudo organizar ahora un festejo. El martes no ocurrió una tragedia en las calles solo por casualidad. Todo quedó en manos de la providencia y del buen tino que pudiera tener la multitud. No hubo operativo ni coordinación que pudiera garantizar una celebración segura y ordenada. Si no se registraron más heridos ni mayores daños fue porque suspendieron el festejo y evacuaron a los jugadores. Quedó en evidencia la inoperancia de un Estado que no puede ni administrar la alegría.
El festejo trunco remite, en realidad, a la política de encubrir la ineficacia con prohibiciones e inacción: como el Estado no pudo garantizar la seguridad sanitaria en las aulas (sería “un despelote”, dijo Kicillof), cerró por dos años las escuelas. Como no puede controlar la violencia en los estadios, impide que asista el público visitante. Como no puede garantizar el equilibrio y el profesionalismo policial, no actúa frente al bloqueo de rutas y autopistas. Y como no puede armar un cordón para un festejo seguro, corta la caravana triunfal de la selección a poco de haber comenzado. Todo un canto a la impotencia de un Estado cada vez menos confiable.
El feriado fue mucho más que una medida desafortunada y dictada a los apurones. Exhibió, una vez más, las profundas dificultades del Gobierno para comprender a la sociedad. El comercio optó por ignorar la medida gubernamental, aunque le costará más caro. Es el síntoma de una rebelión silenciosa y espontánea que se produce frente a normas irrazonables y arbitrarias. Pero en muchas otras actividades el decreto presidencial provocó perjuicios en días especialmente complicados por la proximidad del fin de año. ¿Cuántos pacientes perdieron un turno médico que habían sacado con meses de anticipación? ¿Cuántos estudiantes se vieron impedidos de rendir el final con el que se recibían o terminaban el año? ¿Cuántos ciudadanos vieron súbitamente cancelada una audiencia judicial de la que dependía su negocio o su familia? Son cifras y situaciones que el Gobierno ni siquiera parece computar.
El asueto forzoso responde a una idea de imposición, como si el festejo debiera ser de algún modo “estatizado” y no pudiera depender de la libre decisión ciudadana. En el plano simbólico, es una medida que contrasta con el modelo que propone la selección. “Ahora tenemos que seguir trabajando y analizar lo que hicimos bien, pero también lo que hicimos mal”, dijo el técnico Scaloni en sus primeras declaraciones después de ganar la copa. El trabajo ocupa un lugar vertebral en el sistema de ideas que, combinado con el juego, llevó a alcanzar el triunfo. Con el decreto del feriado, el Gobierno dice lo contrario: el trabajo y el estudio pueden esperar, hay cosas más importantes. El mensaje que transmite la selección es contrarrestado por el que transmite el poder, convertido –así– en una mala influencia para los más jóvenes.
El feriado simboliza la concepción de un gobierno que cree más en el decreto y en el cepo que en la administración y la gestión. El comerciante, el pequeño empresario y las propias familias se levantan todos los días con un decretazo nuevo: un día los obligan a pagar un bono, al día siguiente los obligan a bajar las persianas. Pero, al mismo tiempo, descubren que el Estado no aparece a la hora de proteger sus bienes ni su vida, su salud ni su educación. Curiosa idea la de un “Estado presente” al que nadie encuentra, sin embargo, cuando más lo necesita.
La inoperancia tal vez se explique por el ideologismo. Quizá no debería sorprender la impotencia de un gobierno que no cree en la calidad, en el esfuerzo ni en el profesionalismo, y que se distrae en la retórica hueca del lenguaje inclusivo mientras lo carcomen las mezquindades de su internismo feroz. En ese sentido, el contraste con los valores de la selección es tan nítido como profundo. ¿Alguien escuchó a Scaloni dedicarles el triunfo a todos, todas y “todes”? ¿Alguien se sintió excluido por la ausencia de esa semántica militante? Tal vez lo verdaderamente inclusivo pase por hacer las cosas bien.
La ideología del feriado reniega del propio concepto de “selección”. Así como minimiza el valor del trabajo, cree que los lugares no se conquistan por mérito y sacrificio individual sino por cupos o sorteos. Es una idea alineada con la cultura del subsidio, que no cree en la educación como mecanismo de ascenso social, sino en el asistencialismo del Estado y en la igualación hacia abajo: las cosas no las conquista el ciudadano, sino que las otorga el gobierno.
La histórica victoria del equipo de Messi y Scaloni en Qatar pone en valor un modelo que supo ser el modelo de la Argentina. Fue un triunfo del profesionalismo, de la excelencia, de la planificación, de la constancia. Es el triunfo de jóvenes que, en su gran mayoría, provienen de hogares humildes y contextos desafiantes. Y que, sin embargo, apostaron a superarse y formar parte de una “elite”, la del deporte, sin creer que hubiera en eso un pecado ni mucho menos una “traición de clase”, como han dicho desde la partidizada TV Pública argentina. En la selección subyace la idea virtuosa del progreso a través de la disciplina y el esfuerzo. Son deportistas que representan el orgullo de no conformarse y de vencer sus propios límites.
Desde el poder, sin embargo, en lugar de rescatar esos valores se ha exaltado algún gesto aislado para ensalzar un supuesto espíritu confrontativo y revanchista que no es –ni remotamente– el que caracteriza a esta selección. El tono lo marcó la vicepresidenta al felicitar a Messi no por su genialidad y su talento, sino por un exabrupto “maradoniano” que sería preferible olvidar. En lugar de llamar al abrazo fraterno y a la alegría compartida, se exacerban antagonismos y confrontaciones. No se elogia la excelencia, sino la “guapeza” mal entendida.
La selección simboliza, de algún modo, los valores que caracterizaron a la educación pública argentina, donde también supo regir la idea de “selección” hasta que se decidió descolgar los “cuadros de honor”, elegir a los abanderados por aclamación y suprimir las calificaciones para “no estigmatizar”.
¿Alguien imagina que el “Dibu” Martínez podría haber llegado por sorteo al arco de la selección? ¿O que le hubiera correspondido ese puesto por el “cupo justo” para jóvenes marplatenses? El deporte tal vez nos ofrezca hoy la oportunidad de revalorizar un modelo que la Argentina ha demolido en muchos ámbitos. Si se aplicaran a la selección los principios que ha impuesto el populismo, el director técnico estaría obligado a hacer jugar a todos (para no establecer una “brecha de desigualdad” entre los que juegan y los que no). Y el Mundial debería suprimir la copa, así como las categorías de campeones, subcampeones y terceros. La misma medalla se les debería entregar a todos para no estigmatizar ni caer en discriminaciones. “¿O qué injusticia mayor puede haber que decir que el que no ganó perdió?”, se ha preguntado en estas horas, con filosa ironía, una brillante y sagaz editora.
Scaloni no eligió a sus amigos ni familiares para integrar “la selección”. Si lo hubiera hecho, el fracaso habría estado asegurado y no se le hubiera perdonado. Naturalizamos, sin embargo, que un presidente elija a un canciller por cercanía o afinidad militante, y que el amiguismo o los parentescos definan listas de diputados, embajadas y ministerios.
Con la decisión de no politizar el festejo, la selección también rinde un secreto homenaje a aquella escuela pública que no confundía educación con militancia y que se ubicaba por encima de los intereses de facción.
La selección –ha dicho Jorge Fernández Díaz– representa “la Argentina aspiracional”, mientras que la desorganización y la irresponsabilidad que sobrevolaron el feriado nos enfrentan a “la Argentina real”. ¿Seremos capaces de achicar la distancia entre esas dos Argentinas? La respuesta está en la propia ciudadanía. Y de ella dependerá, en definitiva, nuestro futuro, pero sobre todo el de nuestros hijos.