El mito fundante y las peligrosas contradicciones del “Estado presente”
El espejo de Erised, ubicado en un rincón perdido de Hogwarts, la escuela a la que asistía Harry Potter, permitía a quien se posara delante de él ver reflejado su máximo anhelo. Los gobiernos suelen pararse delante de su propio espejo mágico y construyen narrativas sobre el pasado, el presente y también el futuro: una representación ilusoria de lo que desearían ser que mezcla hechos fácticos con construcciones imaginarias. Se trata de una ficción compleja que muchas veces termina contaminando la manera en la que esos líderes se ven a sí mismos: su pretendido lugar en la historia y hasta su legado anhelado influyen en la agenda de gobierno.
El mito de Rómulo y Remo sirvió como principio fundante de una Roma en que pertenecer a la gens Julia legitimó generaciones de servidores públicos, incluido Julio César. El "destino manifiesto" de EE.UU. zozobró con la trampa de sentirse víctima de la globalización, fundamentalmente a partir de los abusos de chinos y mexicanos, que se habrían robado las ideas y los puestos de trabajo para luego enviar virus y drogas asesinas. Sobre la base de estas falsas premisas, Trump pretendió legitimar, al menos hasta los desquicios de la última semana, su aislacionismo hiperpersonalista. Pero derrapó al atizar el odio racial: el propio Pentágono le puso freno al disparate de involucrar a las Fuerzas Armadas en la represión interna. Algunos historiadores consideran que el Imperio Romano aceleró su crisis con la "plaga Antonina" hacia fines del siglo II, y que otra plaga, a mediados del siglo VI, pudo haber liquidado la mitad de su población. Nadie puede aún afirmar que Trump sea en efecto la expresión (y a la vez el detonante) del derrumbe de EE.UU. como potencia global. Pero queda claro que ningún mito es capaz de subsanar los desatinos de su clase dirigente.
Néstor y Cristina también construyeron su propia narrativa: se consideraban un punto de inflexión en la historia nacional, el principio de todo lo bueno y lo genuino
Néstor y Cristina también construyeron su propia narrativa: se consideraban un punto de inflexión en la historia nacional, el principio de todo lo bueno y lo genuino: la lucha contra la dictadura, la defensa de los derechos humanos, la reparación de las desigualdades producidas por las reformas neoliberales, el despliegue de la verdadera democracia, la unidad latinoamericana. Ni su historia política o personal ni prácticamente ninguna acción concreta durante sus mandatos validaban esa edulcorada prosapia. Sin embargo, conformaron un relato cándido y maleable, que se adaptó a las más complejas coyunturas: la vicepresidenta pretende ser reconocida como la víctima de la venganza reaccionaria por haber osado hacer realidad los principios de la independencia política, la soberanía económica y la justicia social siendo, para colmo, mujer. Su capacidad de persuasión luce efectiva para, al menos, un tercio del electorado. Pero su argumento se diluye con la pretensión de que las escuchas telefónicas y las tradicionales operaciones de prensa con persecuciones judiciales fueron un invento de Cambiemos.
Macri intentó implantar el "cambio cultural". Se suponía que una porción muy relevante de la Argentina había experimentado una metamorfosis de valores y comportamientos tan profunda que solo era necesario administrar semejante revolución de la alegría y las buenas intenciones. Nadie se ocupó de precisar cuándo y cómo se habían producido semejantes transformaciones. Tampoco el mecanismo por el cual tal vez el mejor exponente de la patria contratista, proteccionista y subsidiada se había convertido en el paladín de la lucha por la transparencia y la competitividad. La crisis cambiaria desatada en abril de 2018 y el pánico por el resultado de las PASO en agosto de 2019 desbarataron esa fantasía. Y con ella se desinfló su liderazgo: luego de obtener hace apenas siete meses más del 40% de los votos, es posible analizar el contexto y los escenarios contingentes ignorando al anterior presidente.
Tal vez es exagerado denominarlo "mito fundante", pero sí funciona como eje articulador de todo el discurso del Frente de Todos el concepto de un "Estado presente" capaz de cuidar a los ciudadanos, desplazar o reemplazar al mercado y aun establecer unilateralmente un nuevo contrato que regule y moldee a una sociedad tan pasiva como alterable. La lógica del Estado como actor omnipresente y omnipotente explica la obsesión de los sectores kirchneristas más duros por capturar grandes agencias del aparato burocrático y desplegar desde allí sus alas. La experiencia de seducir a los votantes lejos de los pasillos del poder no tuvo los frutos esperados: con la estrategia de "unir ciudadanos", Cristina sufrió una derrota humillante en su bastión, la provincia de Buenos Aires. El Estado se convierte entonces en un refugio, en fuente inagotable para financiar personal político y en el espacio natural para un proyecto que fracasó cuando intentó arraigarse en la sociedad civil. Nada mejor que el clientelismo para imponer un liderazgo de arriba hacia abajo.
El problema de la hipótesis del "Estado presente" es que la realidad se ocupa de enturbiarla: la Argentina carece de moneda; arrastra desde hace décadas un déficit fiscal imposible de financiar, aunque se haya duplicado la presión impositiva, lo que genera enfermizos procesos de inflación y endeudamiento; las Fuerzas Armadas están debilitadas y su burocracia es tan enorme como escasamente calificada. Este "Estado presente" sufre elefantiasis y falla a la hora de brindar los bienes públicos esenciales: educación, salud, seguridad, justicia, infraestructura física básica y cuidado del medio ambiente. Más aún, este "gobierno de científicos" les paga a sus investigadores más calificados salarios absurdos: un investigador principal del Conicet gana un poco más de 70.000 pesos al mes (13.000 de salario y el resto, sumas no remunerativas). Se trata de unos 600 dólares a precio de mercado: un ingreso ínfimo si se lo compara con otros países de la región, absurdo en el mundo desarrollado. Recordemos que la Argentina invierte menos del 0,5% del PBI en ciencia y tecnología, porcentaje minúsculo para un país que pretenda desarrollarse dinámicamente y con mínimos estándares de equidad.
El ministro de Educación, Nicolás Trotta, reconoció que uno de los objetivos del Gobierno consiste en incrementar la inversión en ese rubro e integrar el sistema científico-tecnológico con el aparato productivo. Sería bueno que se lo comunicara al senador Oscar Parrilli, que pretende revocar a las SAS (sociedades por acciones simplificadas), un excelente avance del gobierno anterior para facilitar la creación de emprendimientos: podría colapsar la celebrada iniciativa nacional financiada por el propio Conicet y desarrollada en conjunto con los investigadores del Instituto Milstein y la Fundación Cassará para detectar de forma más rápida y económica el Covid-19. "Esto es soberanía", había declarado al respecto Ginés González García. Para los voluntaristas adláteres del "Estado presente", puede tratarse de maniobras de lavado de dinero.
El espejo de Erised tenía una trampa: las personas que se exponían a él se perdían en la ensoñación del anhelo y no accionaban para transformar su realidad. Repetir "Estado presente" como un mantra discursivo puede generar el efecto colateral de que brille por su ausencia cada vez con más nitidez. Y que un gobierno fracase, aturdido por los cantos de sirena de esos ilusionistas modernos en que pueden mutar los expertos en comunicación política.