Reseña: Miradas sobre el suicidio, de Hugo Francisco Bauzá
A lo largo de su vida, el argentino Hugo Bauzá ha escrito libros sobre mitología clásica, la utopía, Virgilio, la figura heroica y la relación entre memoria e historia. Cada una de sus reflexiones sobre la tradición clásica, aún cuando estuviera sostenida en una erudición arrolladora, siempre tensionó la extrañeza del pasado con su sospechosa actualidad. Hoy, en Miradas sobre el suicidio, el autor reconstruye una diversidad de historias alrededor de la muerte a mano propia evitando siempre dos peligros: el juicio moral y la generalización.
Bauzá describe tanto suicidios marcados por un contexto cultural específico –como la década del 30 o el Romanticismo–, como por la reivindicación del honor o la más paralizante de las melancolías. Aún cuando en la introducción se recorren distintas interpretaciones posibles –el juicio religioso, el psicoanálisis, la historia y la filosofía–, el grueso del volumen está dedicado a un acercamiento a decisiones célebres, que van desde la mitología, la literatura y la filosofía clásicas hasta el suicidio del cineasta Mario Monicelli a los 95 años. Sin embargo, Bauzá se detiene en algunos casos conocidos que le permiten indagar de manera detallada en el rol de la melancolía y el camino que abre como parálisis final. Entre ellos la decisión de Walter Benjamin, cuando siente diluidas sus posiblidades de escapar del nazismo; la de Horacio Quiroga, con el peso de su historia familiar; el insistentemente anunciado suicidio de Sylvia Plath; Alfonsina Storni y sus líneas finales nunca descifradas; las dudas sobre el de Primo Levi, Mark Rothko , Paul Celan o el suicidio colectivo de Masada.
Se relatan también suicidios de parejas, como el de Stefan Zweig y su mujer y los que nunca sucedieron aunque parecían inevitables, como en el caso de Emil Cioran. También uno que marca a Bauzá de manera personal: el de la poeta argentina Delfina Tiscornia, muerta en 1996 a los 30 años. Evocar a poetas supone también transcribir las descripciones de los momentos de sufrimiento que impulsan la decisión final: Leandro N. Alem y su "Fantasmas que giráis sobre mi frente, negras visiones que agitáis mi alma" y Tiscornia con sus versos: "No me dejes sola cuando la noche avanza".
Se podría objetar al volumen su falta de atención a los suicidios más anónimos, los de personas no célebres que nada tienen que ver con el mundo del arte o del pensamiento profesionalizado, cuyos caminos hacia la muerte quedan expuestos muchas veces a través de cartas, llamados o conversaciones más cotidianas, sin que esas palabras se consideren como legado.
Resulta más que saludable que Bauzá no pretenda generar una teoría general acerca de una decisión que es, en definitiva, la encarnación más radical de una voluntad libre. Y es tal vez en este rasgo donde se condensa una de las virtudes centrales del libro: la reivindicación del ensayo como un género con una lógica propia, una matriz donde ideas y ejemplos se encadenan de un modo distinto al que se está obligado a hacerlo en un texto académico. Hay así cierto feliz azar en el modo en que se enlazan los ejempos, cierta falta de jerarquía en el ordenamiento de las citas. Es dentro de esta matriz que Bauzá opta por dos gestos clave y en apariencia contradictorios: dedicarle el libro a Alan Turing –el gran precursor de la informática, que se suicidó en 1954 tras haber sido condenado judicialmente a causa de su homosexualidad–, pero también abrir y cerrar el volumen evocando a Albert Camus, el más dedicado de los refutadores ateos de la muerte a mano propia. Es decir, la empatía más íntima hacia quien tomó la decisión de morir superpuesta a una reivindicación personal por insistir.