El misterio de Amelia Earhart
Ni los biólogos marinos ni los cazadores de tesoros oceánicos dieron jamás con ella. No alcanzaron las numerosas expediciones realizadas por asociaciones dedicadas a la recuperación de aviones históricos perdidos en catástrofes, ni los esfuerzos oficiales impulsados en aquel tiempo por el presidente Roosvelt. Pero aunque transcurrieron casi ocho décadas, las pesquisas no cesaron: la piloto aeronáutica Amelia Earhart sigue siendo un ícono de la cultura norteamericana y el misterio de su muerte, aguijoneando los corazones de las nuevas generaciones de norteamericanos y desafiando a los científicos. El interés de esa historia acaba de reavivarse al conocerse la noticia de que restos óseos descubiertos en una de las islas de Nikumararo podrían pertenecer a la aviadora. De comprobarse el hallazgo, sería un indicio de que Amelia Earhart aterrizó de manera forzada en ese pedazo de tierra remoto e inhóspito y debió afrontar las privaciones y hostilidades que aguardan a los náufragos. Quizá murió vencida por el hambre y la sed.
Earhart fue una pionera de la aviación. La primera mujer en volar sobre el Atlántico como pasajera (en 1928) y la primera en hacerlo al mando de una aeronave. Después de realizar una serie de proezas aeronáuticas decidió ir por una hazaña impensada: se propuso dar la vuelta al mundo. Su copiloto era Fred Noonan. Partieron desde Los Ángeles, y cuando llegaron a Lae, en Nueva Papúa Guinea, enviaron algunas fotografías al Herald Tribune: había sufrido disentería, se la veía agotada y enferma.
Había recorrido 35.405 kilómetros, restaban otros 11.265 para que llegase a destino. Pero un desvío orientó al Electra rumbo a la isla de Howland. Tenía combustible suficiente, pero según parece las condiciones atmosféricas y de vuelo se volvieron muy exigentes. Se contactó por radio con el guardacostas Itasca, pero en algún momento del 2 de julio de 1937 ese lazo se cortó. Se cree -se creyó hasta ahora- que el Lockheed Electra conducido por Earhart se estrelló en algún lugar de la isla Nikumaroro, un atolón de coral al oeste del Pacífico, en la república de Kiribati.
En ese instante nació el mito.
El presidente Roosvelt puso a disposición una enorme cantidad de recursos económicos y logísticos. Antropólogos, biólogos y otros expertos buscaron en vano en ese cementerio vasto y sombrío : cada pieza descubierta en las profundidades que traía alguna señal de esperanza (restos óseos, un parche en la parte trasera de un avión que coincidía con las últimas fotografías del Electra) terminaba siendo desechada. En 1949, un grupo de especialistas descubrió los vestigios parciales de un esqueleto dañado, un frasco de licor Benedictine y la caja de un instrumento de navegación: era la prueba de que alguien había estado allí.
En 1998, tras estudiar esos documentos, dos antropólogos forenses, Karen Burns y Richard Krantz, provistos de nuevos métodos de investigación, indicaron que se trataba de una mujer blanca de parecida contextura a la de Earhart. Estudios comparativos realizados hace poco tiempo, en los que se cotejaron esos restos con fotografías de la aviadora, robustecen la hipótesis de que en medio de ese vuelo demencial el Electra pudo aterrizar. Sólo Dios sabrá cómo fueron las últimas horas de los náufragos. Quizá se amaron: el último acto de quien se dispone a dejar este mundo.
El mito de Amelia Earhart sobrevivió a todos los naufragios. En la cultura popular norteamericana, su nombre quedó asociado para siempre a las mujeres pioneras que expandieron las fronteras del género y cimentaron las bases de las luchas feministas. El cine le ha rendido homenaje más de una vez (la última con Amelia, la película de Mira Nair protagonizada por Hilary Swank), y también el rock. Patti Smith le dedicó dos poemas y Joni Mitchell grabó una canción incluida en su bellísimo álbum Hejira. Rodeada del sonido plañidero de las guitarras, Mitchell canta con su voz rebosante de melancolía: "Un fantasma de la aviación/ ella fue devorada por el cielo/ o por el mar/ como yo tenía el sueño de volar/ como Ícaro ascendiendo en brazos tontos y hermosos". Como Ícaro, a quien su padre Dédalo, tras advertirle que no ascendiera demasiado para evitar los riesgos del calor excesivo, quiso liberar dándole alas hechas de plumas y cera para que pudiese dejar la isla de Creta.
Ícaro voló alto, libre, pero tan cerca del sol.
PLAYLIST
Mientras escribí este texto escuché: Back to Black, Amy Winehouse; Monk's Dream, Thelonious Monk; Lady in Satin, Billie Holiday,Por Víctor Hugo Ghitta,PLAYLIST Mientras escribí este texto escuché: Hejira, Joni Mitchell; Turbulent Indigo, Joni Mitchell; Live at Montreaux, 2005, Patti Smith