El Milei del todo o nada convence más fácil
Milei podría haber elegido vetar la ley de movilidad previsional de manera parcial, dejando a salvo algún artículo. Por ejemplo, el que les devolvía a los jubilados por única vez los 8 puntos porcentuales que quedaron en enero por debajo de la inflación. De hecho, hasta llegó a existir al respecto, durante la semana pasada, una negociación entre el Gobierno y senadores dialoguistas para hacerle modificaciones al proyecto. Pero no: el Presidente tomó la decisión de vetar la medida entera y asumir, él solo, el mayor costo político.
No fue una reacción acalorada. Hay una postura estudiada ahí. Igual que en febrero, cuando le ordenó al oficialismo levantarse de la discusión por la Ley Bases y dejarla caer. ¿Se quedaría sin su primer paquete legislativo, en minoría y enemistado públicamente con la oposición? Preocupado, no bien lo supo, un integrante de la embajada argentina en Israel que acompañaba en ese momento al Presidente en la gira por ese país lamentó el traspié delante de Karina Milei. Buscó ser empático. “Pero si estamos felices”, lo corrigió ella.
Ya no debería sorprender. Milei, el líder que prefiere no negociar y vuelve a exponerse ahora a quedar debilitado si la oposición reuniera dos tercios de los presentes e insistiera en la movilidad previsional, es el Milei más parecido a sí mismo. Y acaso el más convincente. Haría lo mismo ante la opción de resignar, por ejemplo, el equilibrio fiscal a cambio de cumplir con mayor tranquilidad sus cuatro años de mandato. “Me voy a casa”, le contestó una vez a alguien que le planteaba ese caso hipotético.
En un país habituado a que los gobiernos no peronistas puedan no terminar parece toda una novedad. Pero la situación económica es tan frágil que no da ni para conspirar. Al contrario. Hay opositores que hasta celebran que Milei asuma el ajuste y sus costos. Cerca de Grabois, por ejemplo, donde alguno recomienda dar por superado todo aquello que represente al pasado. No habrá renovación con Cristina Kirchner competitiva.
En el Gobierno se jactan de la postura intransigente. Están convencidos de que la dirigencia y los analistas en general siguen sin entenderlos. Quienes trabajan con Santiago Caputo, por ejemplo, suelen recordar la anomalía desde donde partieron: Milei ganó las elecciones y mantiene altos niveles de adhesión a pesar de haber prometido un ajuste. La motosierra sigue intacta. Y los sondeos de agosto vuelven a mostrar respaldo. “¿Cuánto tiempo cree que resulta razonable que al Presidente le tome resolver los problemas del país?”, pregunta una encuesta de la consultora Trespuntozero. Un 39,3% dice: “Hasta el fin de su mandato”. Otro 21,2%: “Dos años”. Según el índice de confianza del consumidor que elaboran la Universidad Di Tella y Poliarquía, la expectativa por la “situación personal” mejoró este mes tanto en el segmento de altos ingresos (+3,8%) como en el de bajos (3,3%).
¿Es realmente perspectiva de futuro o solo rechazo al pasado? ¿O ambas? Hasta ahora, Milei puede mostrar apenas unos pocos resultados positivos. La inflación se desacelera, mejora lentamente el acceso al crédito y hace más de cuatro meses que no hay piquetes. Punto. Más que estos logros todavía tenues, importa cómo los consiguió el Gobierno: ajuste y represión, dos palabras tabú en la Argentina. Una parte relevante de la población le cree al Presidente políticamente incorrecto.
Es cierto que el escenario incluye todavía múltiples incógnitas. La más elemental: ¿tanta paciencia sería capaz de aguantar también el costo de salir del cepo? ¿Qué ocurriría si, por ejemplo, la inflación volviera a acelerarse durante dos o tres meses como consecuencia de la eliminación de esas restricciones? ¿O el Gobierno preferirá esperar a removerlas en 2025, un año electoral? Es el debate económico del momento. Aparecieron tantas teorías y simulaciones como economistas. Hay quienes dicen haber escuchado al propio Sturzenegger recomendar una normalización de la regulación cambiaria cuanto antes, y que incluso se lo transmitió a Milei. A su lado lo niegan.
El cepo frena la recuperación. Y divide también a los empresarios entre los que celebran el rumbo, aun sin resultados rotundos, y quienes no le auguran al Gobierno ningún éxito. Milei se topará con varios de ellos pasado mañana, cuando visite la Unión Industrial Argentina (UIA), donde conviven unos y otros. Hay de todo. Los más afectados por la caída en la actividad, por ejemplo, quisieran una UIA más dispuesta a confrontar. Le cuestionan al presidente, Daniel Funes de Rioja, su sociedad con el estudio Brochou, uno de los que asesoraron a la Casa Rosada tanto en el decreto 70 como en la confección de la Ley Bases. “La UIA tiene menos peso que el Club de Leones”, se quejó un fabricante. Por ahora son planteos tímidos: el establishment está desprestigiado y con miedo a reprimendas en las redes sociales. “Acá levantás la voz y te llenan la cara de dedos”, dijo un fabricante nacional.
Los divide principalmente lo que viene. Si el modelo no inflacionario que pretende Milei se termina de consolidar, no todos serán viables. Sin decirlo, el Presidente lo deja entrever. El miércoles próximo visitará Mercado Libre. Una señal fuerte: la empresa de Marcos Galperin está en plena discusión con los bancos en la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia. “Está bien que vaya, pero a mí me gustaría que después fuera también a visitar una de nuestras sucursales”, dijeron en un banco. Es cierto que Galperin ha respaldado al Gobierno desde el inicio. Pero también que integra un sector al que Milei proyecta con futuro. Es también la idea de Demian Reidel, el asesor presidencial que, junto con el empresario Martín Varsavsky, instalado desde hace años en Estados Unidos, ha logrado insertar a la Argentina en foros de nuevas tecnologías donde, por ejemplo, le dieron al Presidente la posibilidad de encontrarse con Elon Musk. “Es ese mundo: los robots cobrándonos un impuesto y nosotros mirando el techo. El problema es qué hacemos hasta entonces”, lo definió un industrial.
La transición a esa Argentina libertaria soñada incluye interactuar con problemas que el Presidente prefiere delegar, muchos de los cuales vienen siendo su punto débil. Los del Congreso, por lo pronto. La semana pasada, horas antes de que se rechazara el presupuesto para dotar de 100 millones de dólares a la SIDE en la Cámara de Diputados, en una reunión del bloque oficialista había gente convencida de que Pro no daría quorum. Quien tuvo que advertirles del error fue Oscar Zago, que está fuera del bloque: “Ojo que Macri ordenó dar quorum”, dijo. ¿Alguien llevaba ese conteo? ¿Quién coordina los acuerdos? Horas después, la reunión prevista inicialmente para discutir estos desajustes terminó en el escándalo de los gritos de Lourdes Arrieta y ahí tampoco se resolvió nada.
El martes, en el cuarto encuentro que tuvieron en pocos días, Macri exhortó a Milei a convertirse en conductor de los bloques aliados. No confía en Santiago Caputo. Le molestan su agenda y sus modos. No es el único. Un intendente recordaba en estos días al asesor despatarrado en su despacho y con los pies sobre el escritorio. Son rincones en los que, a los ojos de los aliados, el mensaje de Milei pierde eficacia. Aunque tenga ejecutores que, como dice, jueguen a la mancha con aviones. Algunos legisladores se tomaron en los últimos días el trabajo de preguntarle al jefe del Estado por qué era tan importante tener a Ariel Lijo en la Corte. Dicen que Milei los convenció, pero después de una larga y profunda explicación y que hacia fuera de esa charla privada solo pueden repetir como argumento el tópico de las restricciones de un gobierno en minoría. “Y no hay García-Mansilla sin Lijo”, agregó un diputado. Ellos también prefieren al otro Milei, al más nítido. Los convence más rápido.ß