El miedo es el mensaje
Faltan diez meses para que Cristina Kirchner deje el poder y son más de trescientas las causas judiciales vinculadas con altos funcionarios del Gobierno, al propio vicepresidente y a la familia presidencial, muchas de ellas relacionadas con escándalos de corrupción. La matemática no puede explicar la política, es cierto, pero ayuda a entender mejor la dimensión del incierto escenario en el que se mueven hoy tantos referentes del kirchnerismo, desde los que volverán al llano en diciembre hasta los que consigan reinsertarse en alguna estructura en el próximo mandato. Este contexto de volatilidad, una suerte de extensión del "líquido resbaladizo" que mencionó desde el atril el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, como responsable del último accidente doméstico de la Presidenta, permite también comprender algunos de los episodios más insólitos, extravagantes y mesiánicos que haya ofrecido el partido gobernante en estos doce años.
El hecho de que la Presidenta haya quedado formalmente imputada por el supuesto encubrimiento de iraníes en la investigación sobre el atentado a la AMIA es un golpe devastador para el Gobierno y la institucionalidad del país. No hay que olvidar que Amado Boudou tiene un doble procesamiento y esta semana, además, el estudio de abogados que lo representa renunció al patrocinio legal. El canciller Héctor Timerman y el diputado Andrés Larroque, uno de los hombres más cercanos a Cristina Kirchner, también fueron imputados por el fiscal Gerardo Pollicita por desviar la investigación por la voladura de la mutual judía. Cualquier ciudadano de a pie puede imaginar el clima que se vive por estas horas en lo más alto del poder y las razones de fondo por las que el secretario general de la presidencia, Aníbal Fernández, se anticipa a dar la alarma y afirma que "imputar a la Presidenta sería una maniobra de desestabilización democrática".
La muerte del fiscal Alberto Nisman y la sensación de orfandad que esa muerte instaló en amplios sectores de la sociedad dejaron al Gobierno en un estado de vulnerabilidad pocas veces visto, comparable en el tiempo con la desaparición de Néstor Kirchner o la crisis de la 125. Hay un antes y un después de Nisman en la Argentina. Pero la exigencia de verdad -cómo murió, por quién murió, para qué murió- es lo que impedirá que su caso termine derivando, como tantos magnicidios, en un interrogante eterno. Ésa es la demanda que expresa la opinión pública en estas horas de duelo, mal que le pese al Gobierno, apurado como está en dar vuelta la página.
La reacción instintiva de Cristina Kirchner ante la muerte del fiscal fue, desde el primer momento, considerarlo, no una víctima, tampoco un adversario. Lo trató como a un enemigo. Sin pésame, sin bandera a media asta, sin palabras de consuelo para la familia. El fiscal que durante veinte años investigó el atentado contra la AMIA, al que Néstor Kirchner le impuso al espía Antonio Stiuso como colaborador inmediato, se había tomado el atrevimiento de acusar a la Presidenta de llevar adelante un acuerdo secreto para proteger a los responsables de la voladura de la AMIA. Las dos cartas que subió a Facebook para descalificar esa investigación son una prueba contundente del vértigo, confusión, falta de estrategia y ánimo de venganza que se apoderaron de la Presidenta en aquellas primeras horas. Lo que estaba en claro era que había que poner el cadáver en la vereda de enfrente.
En un rapto de desmesura, de hybris, esa combinación de orgullo y confianza exagerada en ciertas personas que ostentan el poder, la Presidenta cruzó un límite inadmisible, poco feliz para una jefa de Estado. Echó mano a un "carpetazo" y expuso, como quien agrega un dato menor en una biografía, la "amistad íntima" de Nisman con un miembro de la fiscalía. ¿Qué le quiso informar la Presidenta y militante progresista a la opinión pública con ese dato estrafalario? Sólo ella puede develar el misterio.
Los intelectuales agrupados en Carta Abierta, sin embargo, tienen otra mirada respecto del trato que el oficialismo, sobre todo ella, brindaron a Nisman después de su muerte. El sentido de apuntarlo es recordar, una vez más, que sobre un mismo hecho, aunque sea público, pueden escribirse versiones muy antagónicas de la verdad. Ésta es la descripción del último documento de Carta Abierta sobre el tema: "Con razón, a muchos les gusta la cortesía y el ritual; se entusiasmaban pues con la crítica sobre un eludido pésame a Nisman, cuando en verdad todo el discurso de la Presidenta fue un pésame bajo la forma de un reconocible lamento, que incluso se percibe en las ironías persistentes que están inscriptas en el carácter de su oratoria, y que sería bueno ver como síntomas de preocupación antes que de desdén". Conclusión, no alcanza con hablar una misma lengua para entenderse.
La última aparición de la Presidenta no tuvo otro objetivo que recuperar el centro de la escena, pero sin pronunciar la palabra Nisman. Mientras los militantes de La Cámpora la aplaudían en los patios de la Casa Rosada, el secretario de Inteligencia, Oscar Parrilli, como un gesto de conciliación, aceptó introducir cambios que pedía la oposición en el proyecto sobre la ex SIDE, aclarando que era una iniciativa de la Presidenta. Fue un gesto de distensión, pero breve. Durante noventa minutos, Cristina Kirchner retomó su oratoria preferida, sustentada en el reto, la descalificación, y terminó cerrando el acto con un contundente rechazo a la marcha del miércoles por Nisman. "Somos el amor por la patria, dejemos que los demás tengan odio -arengó-, a ellos les dejamos el silencio." Ratificaba, de paso, que ya no gobierna para cuarenta millones de argentinos. Recorrerá el último tramo de su mandato empeñada en señalar y denunciar culpables. El hecho de que los seis fiscales convocantes ?Guillermo Marijuan, Carlos Rívolo, Germán Moldes, Raúl Plee, Ricardo Sáenz y Carlos Stornelli? deban caminar junto a la multitud protegidos por un cordón policial y separados de los políticos es una novedad y una regresión en estos treinta años de elecciones libres.
Ajena al homenaje, distante del reclamo de las mayorías, Cristina Kirchner será, contra su voluntad, la mayor impulsora del 18-F.
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