El “Mayo francés” no fue original
Las famosas revueltas de 1968 tuvieron un antecedente en Italia, donde los universitarios iniciaron protestas, tomas de facultades, agitación en las fábricas y choques con la policía desde comienzos de 1967
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Los franceses son maestros del marketing, aunque seguramente ellos preferirían atribuir esta habilidad a los norteamericanos.
Si se organizara una encuesta entre estudiantes y profesionales sobre el origen de la democracia moderna, la mayoría respondería que fue la Revolución Francesa de 1789, aunque la primera democracia contemporánea haya sido la que nació con la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, en 1776 –es decir, 13 años antes–, y que tiene su precedente en el Pacto del Mayflower, de 1620. Eso sí, sin guillotina, ese instrumento tan atractivo para la morbosidad intelectual revolucionaria.
¿Y quién no piensa en París como el monopolio de la moda? Y esto a pesar de que el mundo del diseño está colmado de nombres como Gianni Versace, Giorgio Armani, Salvatore Ferragamo, Aldo Gucci, Nina Ricci, Domenico Dolce, Steffano Gabbana, Anna Fendi, Valentino Garavani, Alberta Ferretti, Elio Fiorucci, Brunello Cucinelli y los de muchos otros hombres y mujeres que en su juventud se han nutrido más del risotto milanés que del paté de foie.
Algo parecido ocurre con el llamado “Mayo francés”, una denominación que define a aquellas famosas revueltas que se desataron a partir del 3 de mayo de 1968, con la movilización de estudiantes de la Universidad de Nanterre y que siguieron inmediatamente con la ocupación de La Sorbona.
París fue el escenario de protestas que después veríamos una y otra vez en las grandes capitales: barricadas, tomas de fábricas, huelgas interminables, reyertas con la policía, automóviles volcados, consignas que abogaban por la libertad sexual mezcladas con otras contra la Guerra de Vietnam, el capitalismo, el imperialismo y contra todo lo que representara un principio de autoridad, incluida la propia universidad, donde los disconformes estudiaban. Las protestas alcanzaron tal nivel y extensión que se atribuye a ellas un cambio de época que, efectivamente, se produjo desde entonces en la cultura y en la política mundiales.
De lo que casi nadie habla es de la falta de originalidad de este movimiento, que se había registrado antes en Italia, ya que los universitarios italianos iniciaron sus protestas, tomas de facultades, agitación en las fábricas y choques con la policía desde comienzos de 1967.
Semejante fenómeno resultaría inexplicable si se prescindiera de otra situación igualmente poco difundida, que fue la enorme influencia que tuvieron China y su entonces satélite ideológico, Albania, sobre la amplia franja de izquierda de Italia, en contraposición a la línea que había impulsado Nikita Kruschev en la Unión Soviética desde su asunción, en 1953, tras la muerte de Stalin.
Kruschev llegó con el propósito de regresar a los postulados de Yalta, promover la coexistencia pacífica con las potencias de Occidente, impulsar el desarrollo de la carrera espacial y el avance tecnológico de Rusia. Denunció ante el partido los crímenes de Stalin, quien había matado a millones de personas, y comenzó un proceso de “desestalinización”, tal como fue llamada su política de reformas encaminadas a hacer un poco más soportable el comunismo. En 1964, fue reemplazado abruptamente por Leonid Brezhnev al frente de la URSS, pero para entonces la estrategia de Kruschev había provocado la decepción y posterior reacción de un gran número de socialistas y comunistas europeos, especialmente en Italia, que contaba con el Partido Comunista más grande del Viejo Continente.
Poco a poco, parte de la izquierda fue acusando al Partido Socialista Italiano (PSI), al Partido Comunista Italiano (PCI) y a los sindicatos de traición a los postulados del marxismo-leninismo y de complicidad con el imperialismo y con los patrones. Los disconformes reclamaban una dictadura del proletariado en lugar de una política socialdemócrata, y comenzaron a llamar “revisionistas”, en tono de insulto, a quienes seguían la línea marcada por Kruschev.
Mao Tse-tung aprovechó el descontento, avivó la polémica y ayudó a los disidentes italianos con material teórico y algo de financiación, con la cual los comunistas pro-China editaron una serie de publicaciones que movilizaron a los militantes, hostigaron e infiltraron al PCI y formaron varios grupos que se separaron de los partidos tradicionales; entre ellos, el Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria (Psiup) y el Partido Comunista de Italia (PCdI), en contraposición al Partido Comunista Italiano (PCI).
Por supuesto, los más receptivos frente a esa propaganda radicalizada fueron los estudiantes, quienes se colocaron a la izquierda de los operarios comunistas, una situación que nos resulta siempre familiar. Sobre ellos presionaba especialmente Fosco Dinucci, con su revista La Nueva Unidad, pero había otras que seguían también la línea maoísta, como el Quotidiano dil Popolo y la Edición Oriente. Por su lado, Aldo Brandirali, creador de la agrupación Hoz y Martillo (Falce e Martello), se infiltró en el PCI con una corriente denominada La Tendenza (La Tendencia), el mismo nombre con el que los Montoneros y la JP se reconocieron después dentro del peronismo en la Argentina.
A comienzos de 1967 se inició la agitación en la Facultad de Arquitectura de Milán. También en Milán, en mayo de 1967, los cursantes de la Universidad Católica, influidos por la teología de la liberación sudamericana, se pusieron a la vanguardia de la contestación y vociferaron consignas contra la Iglesia, el gobierno y los empresarios. En febrero, los estudiantes, empapados del espíritu de la Revolución Cultural de Mao, ya habían ocupado la famosa Universidad de La Sapienza. En Turín se produjo una gigantesca movilización en el Palazzo Campana, sede de la Facultad de Humanidades, que terminó en un incendio. En Trento, se levantó la Facultad de Sociología, de larga militancia política.
Los choques con la policía se hicieron frecuentes. Los estudiantes izaban la bandera del Vietcong y, cuando llegaban las fuerzas policiales, coreaban: “Ho Ho, Ho Chi Minh”, el presidente de Vietnam del Norte en guerra contra las tropas de los Estados Unidos. Todo esto, lamentablemente, justo en el momento del despegue industrial de Italia.
Los jóvenes que reaccionaban contra la burguesía eran precisamente los de familias más pudientes, que nunca pudieron llegar a comprender a los obreros, tal cual lo destacó el periodista Walter Tobagi, asesinado años más tarde, quien describió como nadie los detalles de este proceso del cual surgieron, precisamente, las primeras organizaciones armadas de la izquierda italiana de posguerra.
Al mismo tiempo que se unían a las voces críticas contra la democracia, los estudiantes reclamaban todo tipo de libertades, como la libertad sexual y la legalización del aborto, consignas que al año siguiente se escucharon en París.
“Queremos pensar”, decían las pancartas italianas de 1967, como si eso hubiera resultado más fácil con el régimen maoísta al que admiraban. “La imaginación al poder” fue uno de los lemas del “Mayo francés”. Gigantografías de Mao colgaban de las paredes de los edificios tomados durante las huelgas de Francia.
Hay un dicho que asegura que cuando París estornuda, toda Europa se resfría. La secuencia suele ser inversa. En este caso, Italia adquirió antes la peste.