El más británico de los británicos
Una evocación del escritor que, después de Jane Austen, recreó la "Inglaterra mítica"
NUEVA YORK.- Lo entrevisté en 2005. Nunca voy a olvidarlo. Llamó a las novelas de Jane Austen “muy de nena que sueña con novios”. La puñalada me duele al día de hoy. Era mi ídolo contemporáneo atacando a mi ídolo universal. Después, naturalmente matizó el tema. Dijo que ese había sido su pensamiento inicial, pero que, con los años, “había desarrollado la madurez para apreciarla”. Aún así, subrayó que, aunque escribiese tanto de Inglaterra, y, sobre todo, de lo que él llamó una “Inglaterra mítica”, no le gustaba que lo comparasen con Austen.
Aunque posiblemente ahora no se esté quejando. Ya un par de meses atrás, para un remate destinado a juntar fondos para la Royal Society of Literature, junto con Margaret Atwood e Ian McEwan, donaron textos donde confesaban qué le debían a la autora de Orgullo y Prejuicio, e Ishiguro reconoció, entre otras cosas que había tomado de ella “el uso de matices, la falta de pomposidad y la técnica”.
Y ahora la Academia Sueca le acaba de otorgar el Nobel describiéndolo, justamente, “como Jane Austen: sus comedias costumbristas y su forma de entender la psiquis”. “Preciso, muy sensible a lo casual y cotidiano e incluso a veces, cálido”, puntualizó Sara Danius, secretaria permanente de la institución, aunque aclaró que había que “agregar a Franz Kafka a la mezcla”, “y un toquecito de Marcel Proust”. “Batir todo, pero no demasiado”, alertó.
Sin embargo, fue otro autor el que hizo que Ishiguro descubriese la literatura. “Ish” confesó que cuando tenía 9 o 10 años devoraba los misterios de Arthur Conan Doyle. “No sólo leía obsesivamente sobre Holmes y Watson, sino que empecé a comportarme como ellos –dijo unos años atrás a The New York Times–. En la escuela comencé a decir cosas como “Esto es muy singular”, o bien “les ruego que se sienten” (pray, be seated)”. La gente, en ese momento, adjudicaba sus frases extrañas a que él fuese japonés. Pero en realidad era simplemente una exteriorización de su primera pasión literaria. “Me atraía el mundo de Conan Doyle porque era tan acogedor”, reconoció.
Nacido en 1954 en Nagasaki pero educado en Inglaterra, Ishiguro es conocido, entre otras cosas, por su prosa lírica, la forma en la que trae a la vida los lugares y su agudo análisis de las clases sociales británicas.
Su padre era un oceanógrafo que mudó a su familia a Surrey cuando Kazuo tenía cinco años. Ir a la escuela allí “posiblemente fue la última oportunidad de saborear una Inglaterra que ya había desaparecido”, dijo a The Guardian.
Cuando lo entrevisté para La Nación, Ishiguro contó que, cuando jugaban a los soldados en el recreo, siempre pedía que el enemigo fuesen los alemanes, no los japoneses, pero salvo por eso siempre se sintió integrado, aunque en un principio no supiera decodificar del todo su entorno. “Obviamente, con el tiempo las costumbres occidentales y en particular inglesas se me volvieron más familiares, pero nunca dejaron de ser, para mí, raras y fascinantes”, dijo.
Ishiguro, autor de los que ya son clásicos contemporáneos como Los restos del día y Nunca me abandones, quedó como el eterno extranjero en Inglaterra más inglés que los ingleses. Por eso, Brexit le resultó un golpe durísimo. Y muchos ven en su última obra, El gigante enterrado una Edad Media semi-mítica que se sintió premonitoria a ésta era de nacionalismos que recrudecen.
Pero no todo es Inglaterra para Ishiguro. Cuando concluíamos nuestra entrevista, se reconoció fanático del tango. “El tango es muy parecido al arte japonés: de una ternura y una melancolía enormes, pero que esconden algo muy agresivo detrás. Escuchar a Piazzola es como ver las películas de artes marciales de Kitano, de una gran belleza y una triste calma pero sobre las cuales uno sabe que en cualquier momento la sangre va a explotar. Siempre me emociona”, sostuvo, y quizá ni Jane Austen lo podría haber dicho mejor.