El marxismo volvió a Chile
Después de medio siglo Chile vuelve a tener un presidente marxista. Al igual que Salvador Allende, Gabriel Boric llegó al poder como parte de una coalición de centro-izquierda que incluye al Partido Comunista. Durante su carrera política, Boric reivindicó la presidencia de Allende y enarboló como bandera la reversión del llamado “modelo chileno” que en las últimas cuatro décadas lo convirtió en el país más próspero de América Latina. Su amplia victoria electoral no debería sorprender.
Desde octubre de 2019 se venía debatiendo en círculos políticos y académicos cuántos años de vida le quedarían al modelo chileno. Para la izquierda latinoamericana era esencial derrumbarlo, ya que incluso para sus seguidores más fanáticos marcaba un fuerte contraste con las fracasadas experiencias socialistas de Cuba y Venezuela. Hace algunos años con el historiador Carlos Newland contribuimos a ese debate enfatizando una cuestión fundamental: la divergencia que existía en Chile entre su cultura y sus instituciones.
El éxito económico de Chile es incuestionable. Sin embargo, una mayoría de chilenos lo juzga críticamente. Cuando los votantes evalúan la conveniencia de un sistema económico, no se guían necesariamente por el análisis racional de la evidencia. Los intelectuales se guían por las ideas; los empresarios y los políticos, por sus intereses, y la mayoría de la gente, por sus emociones y sus prejuicios. Por otro lado, al igual que las personas, las sociedades rara vez aprenden de la experiencia ajena, incluso cuando se trata de la de países vecinos.
Como explicó hace varias décadas Samuel Huntington, el desarrollo económico es un proceso disruptivo y desestabilizador, que genera simultáneamente prosperidad y descontento. Las encuestas de Latinobarómetro, realizadas regularmente desde mediados de los noventa, confirman la “Paradoja de Huntington”. Entre 2005 y 2020 la tasa de crecimiento del PBI per cápita de Chile duplicó la del promedio de los principales países sudamericanos (incluyendo a Venezuela). Sin embargo, durante ese período, el porcentaje de chilenos que creían que su país estaba estancado o en decadencia pasó de 39% a 87%, mientras que en el resto de la región, en promedio, ese porcentaje aumentó de 66% a 85%. En la Argentina, donde el PBI per cápita prácticamente se estancó, los porcentajes respectivos fueron 52,7% y 91,5%.
A pesar de que en 2020 Chile era el país más rico de Sudamérica, casi 88,8% de los encuestados no estaban satisfechos con el funcionamiento de la economía, mientras que para el resto de los países sudamericanos el porcentaje fue de 87,6%.
Estas encuestas revelan otro aspecto que explica el éxito electoral de Boric. En 2020 el porcentaje de encuestados en Chile que no creía que la economía de mercado es el mejor sistema para que se desarrolle el país alcanzó 39,5%, mientras que para el resto de América del Sur (incluyendo a la Argentina) el promedio fue de 33,9%. Si tomamos el promedio para el período 2010-2020 las cifras respectivas fueron 35,1% y 32,1%.
Resultaba incongruente que los chilenos tuvieran la economía de mercado más desarrollada de América Latina y al mismo tiempo el porcentaje más alto de encuestados que creían que no era un buen sistema para que se desarrolle el país. Especialmente teniendo en cuenta que desde 1990, usando cualquier índice de desarrollo humano, económico y social, Chile ha tenido el mejor desempeño en la región junto con Uruguay.
Esta divergencia entre percepción y realidad tiene una dimensión ideológica que las encuestas de Latinobarómetro también permiten cuantificar. Desde 1995 Chile ha exhibido consistentemente uno de los porcentajes más altos de encuestados que se autodefinen de izquierda en América Latina (superando por amplio margen los de la Argentina). En 2020 ese porcentaje alcanzó casi 45%, mientras que para los principales países sudamericanos fue de 34%.
Las ideas de dos grandes pensadores del siglo XIX echan luz sobre lo que ha sucedido en Chile. John Stuart Mill decía que para que las instituciones políticas y económicas de un país perduraran, una mayoría debía: a) aceptarlas voluntariamente, b) hacer todo lo que fuera necesario para mantenerlas y c) hacer todo lo que requirieran para funcionar eficientemente. Estas tres condiciones no se cumplieron en Chile. Tampoco se cumplió otra condición esencial que Mill no mencionó: quienes más se benefician del statu quo deben saber defenderlo.
Por su parte, Juan Bautista Alberdi sostenía que las sociedades que no comprendían cuál era el origen de la prosperidad –una economía libre que incentivara el ahorro y el trabajo– estaban condenadas a empobrecerse. Consideraba Alberdi que en América Latina trescientos años de un régimen colonial extractivo, intervencionista, patrimonialista y proteccionista había generalizado una gran confusión al respecto. Esta confusión persiste: aquellos países que en algún momento llegaron a ser los más ricos de América Latina –la Argentina, Cuba y Venezuela– terminaron empobreciéndose al implantar una versión moderna del sistema colonial. Veremos si Chile con Boric sigue por el mismo camino. Sería una tragedia.