El lugar central de la familia
Plantear el tema de la violencia de género sólo como un tema policial, significa perder la oportunidad de verlo en profundidad y encontrarle soluciones. Aumentar penas es sólo un paliativo para un fenómeno mucho más profundo, con raíces en la vida de los individuos.
Un gran psicoanalista afirma que "detrás de todo victimario hay una víctima", lo que puede usarse para excusar a los delincuentes, como hace el garantismo, o para entender cómo las violencias de hoy pueden ser el resultado de las violencias de ayer. Y éste es un tema central.
Hay mucha información que muestra cómo la violencia marca al feto y a la madre; cómo conflictos y falta de afecto afectan el rendimiento escolar. O lo que nos dice que en nuestro país, al quinto año después de la separación, sólo el 50% de los padres ve a su hijo una vez al mes; y que en los Estados Unidos, el 75% de los jóvenes delincuentes violentos que están encarcelados había sido maltratado, frente al 33% del grupo menos violento.
También hay datos que muestran que es más probable que haya violencia física y sexual hacia las mujeres y los hijos en las parejas no formalizadas que en las casadas. O sea que cuando la pareja se convierte en una "familia líquida" donde cada "socio" puede abandonar al otro a la primera dificultad, aumenta la violencia en el hogar .
Incertidumbre y violencia familiar hacen que niños y jóvenes sientan a la vida con los padres no como ámbito de crecimiento, sino como fuente de daños que les impiden desarrollar plenamente sus potencialidades, trayendo frustración y violencia en ellos mismos.
Pero construir una pareja estable que minimice estas secuelas es cada vez más difícil, sobre todo para los más pobres.
Falta de vivienda, inestabilidad económica, deficiente educación afectan a las parejas jóvenes, las que -sobre todo cuando vienen de familias con largas historias de pobreza- no tienen las herramientas para seguir adelante juntos en medio de la incertidumbre.
También hay cuestiones culturales, desde el deterioro del amor como factor de cercanía y respeto mutuos, hasta el alcohol y la droga y los ejemplos mediáticos en los que las parejas estables son la excepción. Por todo eso, no es raro que las parejas se disuelvan, las madres queden a cargo de los hijos y reconstruyan su vida varias veces, sumando nuevos padres a hijos que resultan las principales víctimas de ese laberinto.
Padres golpeadores que imponen un modelo violento; o madres que son vividas como responsables del fracaso familiar, son huellas que quedan en los niños y funcionan como antecedentes de la violencia en la adultez.
Resolver este conjunto de fenómenos es muy complejo porque se mezclan causas económicas como las citadas, con cuestiones psicológicas muy densas.
Pero debería ser evidente que quedarse sólo en las consecuencias delictivas de este problema social e intentar resolverlo sólo con más penas es correr detrás y llegar siempre tarde.
Son muchas las acciones que pueden ayudar a reducir el impacto de la disfuncionalidad familiar en la violencia. Baste afirmar que será posible avanzar en tanto que la familia -y no necesariamente aquella con implicancias religiosas, sino simplemente la pareja estable- sea un objetivo primordial de la acción pública y social. En cada acción puede haber una mirada familiar. Ese es el camino.
Diputado Nacional por Cambiemos