El llamado de Macri a un acuerdo, la mejor idea en el peor momento
Para que la convocatoria del Presidente pueda profundizarse no debe tener una intencionalidad electoral


La convocatoria al diálogo y a la formación de consensos básicos en un país cuya cultura política priorizó tradicionalmente la confrontación, el conflicto y las pujas personales no puede sino considerarse una extraordinaria iniciativa. Sin embargo, para no desperdiciar esta nueva oportunidad de mejorar, aunque sea parcial y gradualmente, los estándares de un sistema político caracterizado por su profusa disfuncionalidad, esta tarea debe encararse con un método apropiado, con objetivos claros y, fundamentalmente, despejando cualquier sospecha de intencionalidad político-electoral.
El timing de este proceso que recién se inicia no podría ser peor: pocas semanas antes de definirse los frentes electorales (el 12 de junio) y posteriormente las candidaturas (el 22 del mismo mes), la política está entrando en pleno modo agonal. Es el momento de mostrar a la sociedad los atributos, las ideas y los programas que diferencian a las distintas fuerzas y líderes que se aprestan a competir. La democracia requiere que en las coyunturas electorales los debates entre las partes contribuyan a ampliar el universo de opciones para resolver las prioridades de la agenda pública. El esfuerzo por identificar denominadores comunes, en cambio, debe realizarse a la hora de construir gobernabilidad, es decir, una vez que se define un nuevo balance de poder.
A destiempo, en parte también a desgano, luego de haber probado que las otras opciones han sistemáticamente fracasado (siempre vinculadas a la caprichosa concepción personalista, aislacionista y soberbia que describe a nuestros hiperpresidentes, que indefectiblemente se obnubilan con perpetuarse en el poder para descubrir, más temprano que tarde, que se quedaron con poco y nada), Macri y sus principales colaboradores finalmente llegaron a la conclusión, luego de 1200 días de mandato, que la política importa. No solo eso: ahora hasta parecen advertir que es útil, aunque tan solo sea para desviar el foco de atención de la crisis económica y dominar la rebelión interna, la cual cuestiona no solo el estilo de liderazgo del Presidente, sino también la propia conformación de Cambiemos, incluida la voluntad de intentar la reelección.
El oficialismo convocó a múltiples referentes de la vida política, económica y social del país apremiado por la crisis, en particular por la profunda desconfianza de los mercados frente al resultado de las próximas elecciones. ¿Es posible acaso que la incertidumbre política se resuelva con una invocación al consenso? Sí y solo sí dichos acuerdos responden a las demandas de los inversores, algo que es complicado de pronosticar. El borrador de diez puntos que garabateó el Gobierno respondía a esa urgencia original. Pero el resultado del proceso, si es que algo efectivamente llega a concretarse, difícilmente mantenga los mismos parámetros. Si se diluye el foco inicial de calmar a los mercados para conformar una agenda más amplia, estratégica y de largo plazo, estaríamos frente a una notable paradoja: el proceso de diálogo debería considerarse sumamente exitoso (superando las expectativas de muchos de los convocados que, en privado, manifiestan desconfianza y escepticismo), aunque seguramente no pueda contribuir a resolver el dilema que había generado su convocatoria.
¿Qué otra opción tenía el Gobierno frente al persistente recelo de los mercados? Por un lado, admitir que en este ciclo de elecciones provinciales, que con la de Córdoba del próximo domingo alcanzará ocho distritos y casi un cuarto del padrón electoral nacional, las preferencias subyacentes de los votantes son mucho más trascendentes que cualquier consenso al que, a las apuradas, pueda improvisarse en medio del tembladeral de la crisis económica y del recambio regular del personal político. En efecto, en las provincias vienen ganando, de manera indefectible, líderes moderados, que gobiernan mediante coaliciones plurales y que, cuando enfrentaron el desafío de oposiciones ideológicamente radicalizadas, se beneficiaron del "voto estratégico" por la mentada "grieta". Claro está, semejante conclusión deja a Cambiemos en una situación incómoda, pues no solo no se benefició de dicha polarización, sino que fue su principal víctima. Esto ocurrió, recordemos, en los casos de Neuquén y Río Negro, donde Ramón Rioseco y Martín Soria, respectivamente, aparecieron como los candidatos más identificados con el kirchnerismo. Sin embargo, más allá del decaimiento de Cambiemos como marca electoral, el mensaje de los votantes parece claro: los argentinos premian a líderes moderados, ideológicamente pragmáticos y respaldados en gestiones percibidas como eficaces.
Por otro lado, como vienen reclamando buena parte del radicalismo y algunos de los pilares del armado original de Cambiemos (entre ellos, Emilio Monzó), el Gobierno podría haber intentado una ampliación de la coalición o una nueva construcción política con dos objetivos fundamentales: maximizar las chances del triunfo electoral y generar las condiciones necesarias para recuperar credibilidad en términos de gobernabilidad, en especial considerando la compleja agenda que tendrá la próxima administración. Esto incluye el combate a la inflación (un plan de estabilización consistente y bien diseñado) y, fundamentalmente, un proyecto de crecimiento que contemple la implementación de un programa aggiornado de reformas estructurales que la Argentina abandonó hace más de dos décadas.
En las próximas semanas, el Presidente tendrá la enorme oportunidad de reconstruir su alicaído liderazgo y de asegurarse un legado perdurable. ¿Cuál es la forma más efectiva de motorizar y profundizar la convocatoria al diálogo? Una condición necesaria consiste en eliminar cualquier duda de que pueda derivar en un beneficio electoral para cualquiera de las partes, comenzando por el propio Macri. Esto podría resolverse de una manera muy sencilla: que se autoexcluya del proceso electoral. ¿Qué es más importante para el país: modificar de plano la cultura política de confrontación absurda que en gran medida explica nuestra frustrante decadencia o competir otra vez en una elección? Si el Presidente recuerda su primera promesa de campaña, unir a los argentinos, no debería pensarlo demasiado.
¿Cuál sería el impacto de tamaña decisión en la dinámica electoral? Un potencial renunciamiento a la reelección para garantizar el éxito del proceso de diálogo (y, ciertamente, concentrarse en monitorear el avance de su exigente programa de austeridad) impactaría no solamente en la coalición oficialista, sino también en el espectro opositor. Fundamentalmente, en Cristina Fernández de Kirchner, cuya competitividad se vería sumamente comprometida en caso de que se evaporara su némesis.
Es que, hablando de consensos, Macri y Cristina enfrentan, en su cansina simbiosis, una misma paradoja: la forma más eficaz de contribuir (¿garantizarse?) la derrota del otro es no compitiendo en estas elecciones presidenciales. ¿Predominarán los egos, la voracidad de sus entornos y la pulsión irrefrenable de continuar en el poder -o de volver a él- , o los cálculos estratégicos de costos y beneficios? Aparte de pensar en una victoria, ninguno de los dos puede ignorar las desastrosas consecuencias de una eventual derrota.