El líder flan que quiso ser budín de pan
Una fábula de destrucción en un país a punto de desaparecer
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Érase una vez un país que estaba colapsando. Colapsaba hace mucho tiempo, pero en los últimos cuatro años el gobierno populista hundió más las posibilidades de ese país distante. Malos manejos económicos, disputas de poder en la coalición gobernante, egoísmos y corrupción minaron la posibilidad de ese gobierno de ser reelecto. Mientras tanto, la oposición calculaba sus grandes posibilidades de acceder nuevamente al poder. Sabían que tendrían un campo minado, pero se harían del poder porque la inflación carcomía las posibilidades de los más necesitados que, justamente, eran la base de apoyo del populismo fracasado. En ese país lejano, la oposición presentaba dos líderes potenciales antes de las primarias que definiría quién sería el candidato: un candidato más cercano a las palomas, buen gestionador pero poco carismático; y una candidata de los halcones, poco propensa a negociar, pero con mucho carisma.
El candidato palomo supo liderar las encuestas más allá de su no carisma. Es que la gente estaba harta de tanta pelea. Pero con la aparición de un candidato muy liberal y muy disruptivo como tercera opción que proponía recetas mágicas y atractivas para salir de la crisis, hizo que la gente mirara más a la candidata halcón como una posible alternativa y las encuestas empezaron a mostrar una paridad entre los dos candidatos de la oposición.
Y ahí explotó todo.
El palomo se asustó. No estaba dispuesto a perder poder. Y para no perder su poder estuvo dispuesto a que su coalición perdiera las elecciones. Las triquiñuelas para preservar un poder que se diluía comenzaron: primero organizó elecciones concurrentes en el principal bastión que su partido gobernaba, eso trajo discordia y una señal de alarma dentro de partido. Segundo, quiso traer a la coalición a un referente de derecha para que le reste votos a su opositora. Tercero, quiso abrir la coalición a un referente del partido gobernante para sumar votos más allá que ese político votó para sacarle recursos a la ciudad donde el palomo gobernaba.
La gente empezó a mirar a esa coalición ya no como palomas y halcones, sino como un gallinero de gallinas batarazas desplumadas donde con tanto alboroto nadie entendía qué gallina correspondía al gallinero. La coalición entró en crisis y, frente a la elección en el mes de agosto, las dudas abundaban más que las certezas: ¿Sería capaz la oposición de liderar el desastre que dejó el populismo cuando su propio gallinero estaba alborotado?
Pero el palomo no había terminado su trabajo. Su afán para subirse al poder no tenía límites y no paraba de pensar cómo dar la estocada final. Esto requería terminar de matar al padre del partido para que el palomo se convirtiera en un cóndor esplendoroso. Algo así como Brutus con César. Pero para eso, faltaba tiempo. Tenía que ser un momento crucial donde el César le diga al Brutus criollo: “¿Tu también Palomo?”.
Cuando un líder es un flan y quiere convertirse en algo más firme como un budín de pan, va a generar caos porque no está en la naturaleza del flan la firmeza, sino algunos factores que generan desconfianza y descontrol: la parálisis en la toma de decisión; invitar a muchos para diluir y confundir y; tratar de acomodar a todos los que ese líder flan considere útil para su proyecto.
Al líder palomo flan no le importa si todas estas estrategias llevan a la coalición a una situación perdidosa, porque su visión termina en su propio ombligo y su espejo es su propio ego.
PhD y autor de Fragmentados (Vergara, 2022)