El libro que muestra a una Beatriz Sarlo desconocida
Viajes es un libro atípico e inesperado en la obra de la ensayista, un trabajo que se ubica a prudente distancia de sus notas sobre literatura argentina, de sus ensayos sobre cultura y sociedad
Es un signo de estos tiempos, y no por cierto de los mejores, que muchos lean el nombre de Beatriz Sarlo en oposición a una figura política o un proyecto de gobierno: se trata del triunfo de una idea que reduce la realidad a una opción binaria y maniquea, que se impone con el poder corrosivo de la actualidad y pretende borrar toda trayectoria previa. Es así y es de lamentar, porque su recorrido intelectual excede en mucho ese recorte y esa fama, probablemente potenciada por la amonestación colectiva que le propinó al staff del programa 6,7,8 hace más de tres años: Sarlo trabajó en la industria editorial, se interesó por el primer peronismo y adhirió al maoísmo, fundó en plena dictadura la revista Punto de Vista (donde se plantearon discusiones sobre arte, historia y política a lo largo de tres décadas), participó activamente del Club de Cultura Socialista, enseñó literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires y estuvo, en su momento, cerca de Chacho Álvarez y el frustrado gobierno de la Alianza. Ahora, con la aparición de su último libro, titulado Viajes. De la Amazonia a las Malvinas, existe una excusa menos a la hora de intentar desconocer ese pasado: en estas páginas Sarlo no solo se vuelca de lleno a una escritura narrativa y autobiográfica, sino que lo hace para rescatar del olvido una serie de viajes hechos en su juventud, durante los años 60 y 70, por los territorios de una América Latina atravesada por revoluciones o las promesas de su pronta llegada.
El libro se abre con un texto llamado "El salto de programa", en el que Sarlo propone una ética del viajero (viajero y no turista, ni viajante), una suerte de "teoría de lo inesperado" que funcionará como el denominador común que cohesione las distintas crónicas del libro. Allí afirma: "se viaja buscando esa intensidad de la experiencia, algo que asalta de modo inesperado y original, fuera de programa y, por lo tanto, imposible de ser integrado en una serie". Décadas después de haber hecho los viajes narrados en este libro, con los trabajos de Benjamin y Barthes asimilados, Sarlo puede reconocer y tipificar esos momentos que trastocan la experiencia del viajero y se convierten en el secreto anhelo de todo futuro desplazamiento. "El salto de programa", escribe, "es la esencia misma del viaje: un shock que desordena lo previsible, rompe el cálculo y, de pronto, abre una grieta por donde aparece lo inesperado, incluso lo que no llegará nunca a comprenderse del todo. Desorden y golpe de fortuna". ¿Cómo prepararse, qué hacer para toparse con estos saltos? Nada, por supuesto. Solo estar dispuesto y esperar. "El fuera de programa debe ser respetado en sus reglas. No buscarlo jamás, porque se convierte en el más vulgar de los exotismos. Dejar, simplemente, que acontezca. Y, después, capturarlo y ser capturado, en una doble hélice envolvente".
"El salto de programa", escribe, "es la esencia misma del viaje: un shock que desordena lo previsible, rompe el cálculo y, de pronto, abre una grieta por donde aparece lo inesperado
Después de estas páginas aparecen los seis textos sobre viajes, que según la autora "muestran en acto la teoría del salto de programa". El primero, "El viaje original", comienza con una verdad enunciada con poética asertividad ("Somos hijos de los viajes de otros tanto como de los que hicimos. Antes de que yo tuviera noción de que un viaje podría ser un relato, me contaron viajes, momentos fabulosos o nostálgicos en la vida de quienes los recordaban") y presenta a una Sarlo de poco más de diez años de vacaciones en Deán Funes, Córdoba. Se trata de un emotivo relato familiar que establece un punto de partida para lo que vendrá: sucesivos viajes de juventud por Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil, la Amazonia.
Viajes en barco, caminatas por la montaña o la selva, aventuras que, cuando la autora se abandona al poder de la narración permiten evocar ecos de un Conrad o un London. Escenas en las que el clima y la geografía son, también, protagonistas. La selva: "A veces resbalábamos en la viscosidad del suelo húmedo, mullido, acolchonado por restos de podredumbre y brotes nuevos que armaban una red de persistencia gomosa. En ese blando espacio vegetal era imposible lastimarse". El frío: "Era imposible que bajara el frío. No había nada más alto, excepto una montaña a lo lejos. El frío, en cambio, avanzaba compacto, sin intermitencias, como un frente móvil que se desplaza capturando todo el espacio". El calor: "Serían las dos de la tarde y el calor nos rodeaba como una lámina de gelatina". La puna: "La sensación de vacío, la ingobernabilidad del cuerpo nos tiró al piso, mareados y boqueando, como si un animal invisible estuviera echado sobre nuestras costillas".
Hace falta talento y valentía para volver con honestidad sobre los pasos dados décadas atrás, para mostrarse en toda la ingenuidad de la primera juventud
Salvo el texto sobre Malvinas, viaje que Sarlo realizó en 2012, y "Entre los jíbaros", de corte más antropológico, el resto puede ser enmarcado en lo que podríamos llamar relatos de iniciación o de aprendizaje. Hace falta talento y valentía para volver con honestidad sobre los pasos dados décadas atrás, para mostrarse en toda la ingenuidad de la primera juventud: "Ibamos al santuario latinoamericano como promesantes, creyendo que era posible mirar y captar la autenticidad. En síntesis: el aura continental en su momento no sabido, anterior a la furia revolucionaria. Un viaje hacia un territorio de utopía donde podía vivir un sujeto no contaminado y, en consecuencia, agente de liberación. Ese gigantesco malentendido no nos atrapó solo a nosotros". Sarlo recuerda que tanto ella como sus compañeros de viaje vivían "en una especie de optimismo epistemológico", que en esas tierras buscaban la revelación de una experiencia que, estaban convencidos, cambiaría pronto el signo político del continente: "Más bien teníamos una certidumbre sin contenidos. Viajábamos para conocer pero no estábamos en condiciones de entender lo que encontrábamos".
Viajes es un libro atípico e inesperado en la obra de la ensayista, un trabajo que se ubica a prudente distancia de sus notas sobre literatura argentina, de sus ensayos sobre cultura y sociedad, de su lectura del peronismo y el kirchnerismo. Otro es el tono (el sesgo autobiográfico), otra la manera de desplegar situaciones y argumentos (casi una narración de aventuras), probablemente otras sus motivaciones: como si, agotada de una maquinaria política que insiste en reducirla al papel de villana, desempolvara esos viajes de juventud (de mochila y borceguíes, de comer lo que haya a mano, de viajar a dedo y dormir de prestado) en busca del "hombre nuevo" latinoamericano para desmarcarse una vez más de la condena de la mirada ajena. Para demostrar que el desafío sigue siendo erigirse como un "sujeto incierto", que es como a Barthes le gustaba describirse.