El liberalismo y la superioridad moral
El legado cultural del liberalismo es de una riqueza pocas veces destacada e injustamente postergada frente a sus aportes a la teoría política y al pensamiento económico.
El ideario que llamamos “liberal” es tributario de una larga lucha de reivindicación de la condición individual frente a lo “colectivo”, del autogobierno frente a la imposición, de la distribución del poder frente a su concentración, del respeto a la contractualidad frente a la arbitrariedad; pero sobre todas las cosas ha sido y es la bandera de quienes pretendemos desterrar las categorizaciones de las personas en base a criterios ajenos a su propio accionar. Es imposible escindir la tradición liberal de los planteos antimonárquicos, anti monásticos y anti dogmáticos.
El liberalismo ha sido y es la herejía que ha cuestionado lo establecido en defensa de la dignidad que emana de la acción humana libre. Por eso los teóricos liberales se han empeñado en defender esa condición humana, en tanto tal. Sin importar si su portador piensa de tal o cual manera, sin importar su origen social, sin importar su color de piel.
Todas las Cartas constitucionales que se reivindican liberales, han expresado de manera categórica esa perspectiva.
El liberalismo ha transitado a través de los siglos porque el deseo de libertad es muy fuerte, y lo ha hecho a pesar del ataque se sus detractores, de las vergonzantes expresiones de sus supuestos defensores, de las impugnaciones gubernamentales, de las agresiones dogmáticas, incluso frente a la legitima pulsión de orden que todo momento convulso genera.
Ese pertinaz recorrido es la consecuencia natural de la promesa liberal. La libertad que los liberales de espíritu abrazamos nunca la planteamos como un privilegio para pocos, sino como un derecho esencial común a la condición humana.
Los planteos de superioridad moral no son un rasgo identitario del liberalismo, sino de sus detractores los nazis, los fascistas, los stalinistas.
El ideario liberal ha sido generoso, nos ha legado el afán de exploración, el compromiso con el conocimiento, la vocación de realización humana; pero en términos políticos ha sido sobre todo el arquitecto del diseño estatal republicano moderno (la división de poderes, la transparencia del gobierno, la limitación del poder), que da lugar a una perspectiva política de igualación de derechos políticos y cívicos, una perspectiva anti jerárquica, antagonista del dominio del hombre por el hombre.
Cuando un líder, para agradar a su platea, le concede una afirmación que contradice su visión del mundo, no solo degrada su palabra, sino también el valor de la actividad política.
Pertenezco a una generación que deberá lidiar con del descrédito, con la erosión de las instituciones y con la irritación. Para resolver la gobernabilidad de este tiempo, necesitaremos buenas ideas (como, entre otros imaginarios, el liberalismo provee), pero también buenas prácticas.
Honrar los valores del liberalismo, no implica ni despreciar a quienes no piensan del mismo modo, ni faltar a la verdad.
El autor es diputado nacional (UCR-JxC Pcia de Bs As)