El liberalismo como discurso posible
En un efecto no esperado del kirchnerismo, la tradición liberal gana espacio y legitimidad como alternativa para pensar un nuevo ciclo político
Una mañana, el filósofo Richard Rorty descubrió en su auto -tal vez un poco más lujoso que el de la media de los profesores universitarios norteamericanos- un letrero con la leyenda "Consecuencias del pragmatismo". La humorada remitía al título de uno de sus libros más famosos y, al mismo tiempo, ironizaba sobre las ventajas económicas de haber escrito textos importantes de esa tradición intelectual.
Los profesores universitarios, con sus ideas y sus actos, producen consecuencias. Lo mismo sucede con los gobiernos. Enumerar la totalidad de las consecuencias del kirchnerismo parece improbable y hasta innecesario. En lugar de eso, tal vez resulte más útil e interesante avanzar en una dirección más esperanzada.
La sociología, desde autores tan distintos como Wilfredo Pareto y Anthony Giddens, ha destacado como un fenómeno particular, como una suerte de producto, las llamadas consecuencias no deseadas de la acción. Éstas son un objeto de estudio en sí mismas y sirven para mostrar que nunca las cosas son de una sola manera. Sin advertirlo y sin quererlo, las formas típicas del gobierno han abierto algunos espacios que pueden utilizarse para pensar el después del kirchnerismo.
Una de las consecuencias no deseadas que lega el kirchnerismo es la posibilidad liberal. En el cuadro de ideas de la Argentina, el liberalismo ha sido sometido a tantas y tan malas tensiones que era, hasta hace bastante poco, una categoría inútil.
La polisemia propia del liberalismo reclama definiciones y pide algunas precarias tesis. Existe una tradición del liberalismo, la que pone en diálogo a las filosofías originales norteamericanas con la tradición contemporánea del continentalismo europeo, que puede ayudarnos a imaginar un porvenir distinto. Desde una idea particular de individualidad, contingente y necesariamente vinculada al mundo social, el liberalismo de este tipo está en condiciones de respetar la capacidad creadora de las personas a la vez que no se desentiende de un proyecto más amplio.
Estas concepciones, propias del mundo de ideas norteamericano, son fácilmente reconocibles en la obra pragmatista de John Dewey y de Richard Rorty. La síntesis rortyana dibuja con claridad las potencialidades políticas del pragmatismo: pensar siempre cómo evitar la crueldad de los poderosos. El liberalismo, entonces, lejos de la anatemización "por derecha", es una forma política capaz de reconocerse en los más débiles sin tener la necesidad de terminar en una narrativa única, cerrada y conclusiva.
A diferencia de otras tendencias teóricas y prácticas, el liberalismo -al no tener que responder a un proyecto determinado, a una esencia o a un designio particular- abre puertas a la imaginación y es una vía de solución de problemas que la Argentina se obstina en no considerar con seriedad.
En este sentido, la agenda que plantea el futuro -algún día terminará la letanía de retraso que propone el populismo- se lleva mejor con el liberalismo que con cualquier otra tradición política. La razón de esta amistad es que el liberalismo, por carecer de un criterio único de verdad, está en mejores condiciones de interpretar la dinámica presente en la tensión generada entre la creación de subjetividad y los problemas surgidos de la vida pública.
Teoría aplicada
Propongo ejemplificar bajo la forma de una pregunta que plantea un problema que no tardará en aparecer: ¿acaso existe alguna tradición mejor preparada que el liberalismo -por historia y por sensibilidad- para decir algo acerca de la relación entre la libertad individual y la indetenible y saludable extensión de Internet y de los medios sociales? Los cruces entre la vida pública y los avances tecnológicos van a marcar las agendas de las democracias en los años que vienen y se necesitará de un lenguaje y de una práctica en condiciones de interpretar estas tensiones y sacar de ellas procesos creativos.
Otro espacio que el populismo deja abierto a la posibilidad de experimentación liberal es el del lenguaje político. Los modos de hablar en la política argentina son extremadamente arcaicos y sonrojarían al mismísimo Orwell por su previsibilidad y falta de belleza. Una mirada liberal puede reconsiderar la lógica de presentación de los problemas desde la modificación amplia del lenguaje. Es decir, renovar el léxico de lo político no para resolver los antiguos problemas, sino para desmenuzarlos, hacerlos desaparecer y proponer otros en su reemplazo. En alguna medida, la capacidad liberal sería la de reemplazar el modo tradicional de narración política por un nuevo conjunto de metáforas.
Por imperio de la tozudez autocentrada del kirchnerismo, las ideas liberales han ido ganando terreno en las discusiones y aparecen ahora como una opción tan válida como otras. Aun cuando todavía quedan espacios muy marcados por prejuicios antiliberales, el mundo de ideas liberal se naturaliza como un discurso posible y, lo que es más, se le reconoce su potencia para una narrativa opositora a las formas populistas. La asimilación entre el liberalismo y la experiencia democrática empieza a mostrarse en el discurso público de un modo más natural y menos pudoroso.
Definitivamente, considerar la dimensión liberal propone un espacio de experimentación y aventura del que, afortunadamente, desconocemos su resultado. Lo que es posible imaginar es que saldrán ideas nuevas. Esta precariedad y la falta de certezas se constituyen en un verdadero ejercicio contrario al conservadurismo.
Estas huellas liberales no se encuentran fácilmente en nuestra política de partidos. Más bien se escuchan motes más antiguos y severos, como el progresismo o incluso el desarrollismo. Pero, aun así, la insistencia de la política argentina en negar la posibilidad de darse el espacio para discutir el liberalismo como forma experiencial de la democracia parece estar en retroceso. Ayudar a que esto suceda, se extienda y se llene de criterios estéticos, epistemológicos y políticos, puede ser una interesante manera de ejercer nuestra participación en la gramática de la democracia.