El legado inmortal de Cayetano Silva
El compositor rioplatense de origen africano que murió en la pobreza en la ciudad de Rosario y que es recordado con una pequeña calle en Buenos Aires dejó una joya musical inigualable para los argentinos
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Cayetano Alberto Silva, insigne compositor de música rioplatense de origen africano, pasó los días postreros de su vida sumido en la miseria y murió en Rosario en 1920, a los 51 años, en compañía de esos fantasmas tan temidos por los hombres de arte que son el anonimato y el olvido. Un final sumamente ingrato para quien legó a los argentinos una joya musical inigualable.
Para hablar de la referida obra cumbre de Cayetano Silva, nacido en San Carlos, Uruguay, en 1868, pero arribado a la Argentina a los pocos años de vida, hay que remontarse a los tiempos, en mi caso lejanos, de la escuela primaria. Específicamente, a los actos del 17 de agosto, en conmemoración del General José de San Martín. Porque este músico, hijo y nieto de esclavos, fue nada menos que el hacedor de la partitura de “La Marcha de San Lorenzo”, cuyos legendarios sones ya forman parte del ADN cultural de todo argentino de bien. Y de mal, también.
Mi interés por la vida de este personaje nació de casualidad por mi obsesión por rastrear el origen de los nombres de las calles de Buenos Aires. Un día descubrí (aclaro que no soy porteño) que había un pasaje de apenas dos cuadras con el nombre de Cayetano A. Silva en el extremo sur del barrio de Liniers, en paralelo a la General Paz. Enseguida necesité saber de quién se trataba y, de paso, preguntarme por qué le habían tocado apenas dos cuadras de una ciudad que, según el registro catastral, cuenta con más de 48.700.
Así me interesé en su vida y obra y supe que Silva compuso la citada Marcha en 1901, en el período que vivió en la ciudad santafesina de Venado Tuerto, localidad que cuenta con una estatua en honor al músico y también un museo que lo recuerda.
Silva dedicó su creación más perdurable al Coronel Pablo Riccheri, entonces Ministro de Guerra de Julio Argentino Roca. Sí. Este militar recordado por modernizar el ejército y por crear el servicio militar obligatorio no sólo tiene una autopista a su nombre, sino también, una marcha.
Sin embargo, por pudor castrense, el hombre de armas prefirió que su gracia no apareciera en el título de la canción y a cambio eligió ponerle “Marcha de San Lorenzo”, en honor al lugar donde había nacido, la localidad con ese nombre, en Santa Fe. Casualmente el sitio donde San Martín había triunfado en su única batalla contra los realistas disputada en territorio argentino.
Poco más tarde, en 1907, el poeta y escritor Mendocino Carlor Benielli le añadió letra a la vigorosa creación de Silva. De su pluma surgió el arranque genial del ‘Febo asoma’ junto al resto de los versos, grabados a fuego en la memoria popular, que rinden honores a la proeza inmarcesible de Cabral, soldado heroico y a nuestros granaderos, aliados de la gloria.
En una biografía sobre Silva escrita en su libro Argentinos de origen africano, el historiador Marcos de Estrada cuenta que el compositor vendió su marcha a una casa editora porteña por 50 pesos. Una suma insignificante para tamaña obra, que luego sonaría incluso fuera de los límites de la patria. Se escuchó, por ejemplo, en la coronación del rey británico Jorge V, en 1911, fue ejecutada por diversas bandas militares durante la Segunda Guerra Mundial y también puede escucharse todavía durante el cambio de guardia del Palacio de Buckingham.
Pese a su prolífica obra –compuso múltiples marchas y hasta un tango- y a su trayectoria como director de bandas militares, el compositor rioplatense terminó su vida en la pobreza. Se vio, además, inmerso en un último desconsuelo cuando le incumplieron la promesa de nombrarlo director de la banda de la ciudad de Rosario. Ese cargo, que sería vital para su economía, le fue entregado a otra persona.
Imposible que mientras escribo estas líneas no resuene en mi cabeza “La marcha de San Lorenzo”. Y si a algún lector le pasa lo mismo, habrá valido la pena esta apretada semblanza de Cayetano Silva, el músico rioplatense de origen africano que nos legó ese himno inmortal. Y aquellas dos cuadras con su nombre en Liniers.