El lazo entre Francia y la Argentina, en medio de los Juegos Olímpicos
PARÍS (Enviado especial).- En primer lugar, una aclaración: ningún atleta, espectador, dirigente o periodista argentino que haya caminado por la capital francesa durante estos agitados días olímpicos fue reprendido, golpeado u ofendido por su pasaporte. La imagen de un treintañero vestido con la camiseta de la selección argentina y el N° 10 de Leo Messi, caminando felizmente entre el público el viernes pasado, a orillas del Sena, en la “incroyable” ceremonia inaugural de París 2024, ilustró la tolerancia. LA NACION lo acompañó durante un buen trayecto y nadie lo agravió por sus colores. Dicho esto, es real que la rivalidad deportiva, alimentada por sucesos desafortunados y reacciones políticas elevaron el clima de las relaciones entre Francia y la Argentina. Por ello también la visita del presidente Javier Milei a Emmanuel Macron, en el Palacio del Elíseo, se observó como un gesto para aplacar las aguas.
La espinosa salida de Messi de París Saint-Germain, la final del Mundial de Qatar 2022, el festejo vulgar de Dibu Martínez al recibir el premio de mejor arquero de la Copa del Mundo; más aquí, la detención de los rugbiers franceses en Mendoza por la acusación de abuso sexual y la inaceptable canción futbolera cantada por los campeones de la Copa América y difundida en Instagram por Enzo Fernández, fueron un estruendo. Los tiempos, además, cambiaron: palabras que en otras épocas hubieran hecho menos ruido, hoy no son aceptadas. Hasta aquí, los deportistas nacionales que más notaron el pleito fueron los jugadores de la selección de fútbol y Los Pumas 7s, estos últimos silbados y abucheados (no más que eso, vale la aclaración) en el Stade de France. El miércoles pasado, en Saint-Étienne, los futbolistas dirigidos por Javier Mascherano padecieron horrores arbitrales: antes, fueron agredidos con botellazos de plástico y hasta un petardo lanzado por hinchas de Marruecos.
Hace poco más de cien años, ese país africano fue colonizado por Francia, que transformó a la nación en un protectorado por el cual ejercía control sobre la política, la economía y la educación marroquí hasta 1956, cuando los africanos se independizaron. Un millón y medio de marroquíes emigraron a Francia (generalmente como mano de obra en la industria y la agricultura). Los marroquíes están concentrados en París, Lyon, Marsella y Toulouse. Hoy, muchos en esa comunidad son hijos y nietos de aquellos que emigraron en otros tiempos. Es decir, son nacidos en Francia, pero con raíces fuertes en África. Nada lejano con lo que pasaba en la Argentina durante el siglo pasado, cuando los hijos de los españoles, italianos, judíos, rusos, polacos, armenios y alemanes eligieron a nuestro país como destino, pero tenían una mirada cercana con la tierra de sus antepasados. Esta generación nacida en Francia enfrenta desafíos vinculados con el racismo y la marginación social y económica, al igual que otras comunidades africanas y caribeñas que provienen de países también colonizados por Francia entre el siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX.
El Estado francés pelea contra estas cuestiones; no es algo nuevo. Vale hacer un ejercicio de retrospectiva y situarse en el Mundial de Francia 1998, la primera conquista de esa jerarquía del seleccionado local, para la cual no se trabajó solo desde la estrategia futbolística. Esa Copa del Mundo se trató de un movimiento social instrumentado a partir de la campaña Black, blanc, beur, que se traduce en la Francia “Negra, blanca y árabe”, orientada a promover la diversidad étnica y la unidad en esa selección que lideraba Zinedine Zidane, de ascendencia argelina, y que tenía a Thierry Henry (Martinica), Patrick Vieira (origen senegalés), Lilian Thuram (Guadalupe) y hasta a un argentino, David Trezeguet. Aquel título mundial se encumbró como el principio de una cohesión social e integración para los franceses. La victoire est à nous (La victoria es nuestra), fue un slogan que se transformó en una fuente de orgullo para promover la unidad en una sociedad que hoy, demográficamente, le da un cachetazo a esa colonización: los descendientes de los inmigrantes de esos países tienen más hijos que los franceses. Por haber sufrido la discriminación en carne propia es que hoy se plantan, incluso, ante burlas deportivas.
Algunos lo manifiestan abiertamente y otros no, pero muchos franceses hoy no parecen admitir afectivamente a los argentinos, situación que genera aflicción, teniendo en cuenta los históricos lazos (culturales, deportivos, literarios) entre ambas naciones. Pero vaya paradoja: la inédita inauguración de París 2024, con el desfile de los atletas en las embarcaciones, se inició con un vals peruano que en 1957 popularizó la francesa Édith Piaf: “Que nadie sepa mi sufrir” o “La foule”. Quizás, lo que muchos que estaban junto al Sena ignoraban es que la pieza fue compuesta en 1936, por Ángel Cabral, que nació en Mercedes, Argentina.