El kirchnerismo contra los molinos de viento
En su clásico Don Quijote de la Mancha, Cervantes cuenta como Don Quijote pelea contra enemigos imaginarios, los molinos de viento. Viendo el comportamiento reciente del Gobierno en materia de política económica, uno no puede dejar de ver la analogía. El Gobierno se ha embarcado en una cruzada contra molinos de viento. El gobierno también tiene sus Sanchos Panza, aquellos que en el fondo no caen presa del mundo imaginario K pero acompañan el proyecto por promesas de poder o cargos públicos.
Las diferencias entre el kirchnerismo y la economía no son ideológicas, son fundamentales. La doctrina económica K se contradice con lo que cualquiera manual de introducción a la economía escrito utilizado en cualquier universidad sostiene sobre temas fundamentales. ¿Quién tiene razón, la minoría heterodoxa en el gobierno (¿los Sancho Panza?) o los manuales de economía que se usan hace décadas en el resto del mundo? Algunos ejemplos. La inflación no es un problema ni de puja distributiva ni multicausal. Mucho menos se combate con controles de precios. El comercio internacional es amigo, no enemigo. Un mercado laboral flexible facilita mayor empleo, menor pobreza, y mayores inversiones (por más que quite poder a los sindicatos). El libre mercado genera riqueza, no pobreza. Podemos seguir con los ejemplos por largo rato, pero el punto se entiende. ¿Cómo se explica tal desconexión entre el Gobierno y los fundamentos de una economía sana?
¿Quién tiene razón, la minoría heterodoxa en el gobierno (¿los Sancho Panza?) o los manuales de economía que se usan hace décadas en el resto del mundo?
No hace falta explicar que los políticos no son ángeles caídos del cielo, son seres humanos que responden a los incentivos de su entorno que buscan maximizar su poder y rentas. El entorno político del país no castiga la corrupción ni la ineficiencia y permite el enriquecimiento de origen dudoso. Para proteger el proyecto de poder y de extracción de rentas, es necesario rodearse de funcionarios con similares principios. Como explicaba Hayek en su Camino de Servidumbre allá en 1944, en ciertos gobiernos son los peores los que llegan a la cima, no los mejores. Los peores tienen el incentivo de limitar el ascenso de los mejores y rodearse de los peores. ¿Suena familiar?
No hay cantidad de manuales básicos de economía ni consenso científico que alcance para convencer a un K que la inflación es un fenómeno monetario, no de puja distributiva.
El problema de fondo no es económico, es cultural. Para gran parte del kirchnerismo lo importante no es tener razón o estar en lo correcto, lo importante es ser kirchnerista. No hay cantidad de manuales básicos de economía ni consenso científico que alcance para convencer a un K que la inflación es un fenómeno monetario, no de puja distributiva. El punto no es que la puja distributiva sea el verdadero motivo de la alta inflación, el punto es ser visto como K por terceros. No sorprenden, entonces, las increíbles piruetas que hemos visto para defender comportamientos indefendibles como el caso de las vacunas VIP. ¿Cuántas veces hemos visto a Sergio Massa y al mismo Alberto Fernández, por sólo mencionar dos casos, cambiar 180 grados de opinión sin que se les mueva un pelo? El mismo kirchnerista que está convencido, sin prueba sólida alguna, de corrupción macrista vota al mismo gobierno que abiertamente falsificaba datos de inflación y tiene más casos de corrupción en la justicia que los que uno puede contar. El punto es ser kirchnerista, no ser consistente. El kirchnerismo es la antítesis del “dato mata relato”, curiosa ironía en un “gobierno de científicos”. El problema de la economía argentina es que tiene un kirchnerismo que no demandan soluciones (ciencia), demandan molinos de viento (relato). Y los molinos de viento se eligen a conveniencia y se defienden ciegamente.
Para gran parte del kirchnerismo lo importante no es tener razón o estar en lo correcto, lo importante es ser kirchnerista.
El rol de las instituciones republicanas es proteger al pueblo en el caso que los peores lleguen al poder. Si estas instituciones no funcionan, o son débiles, como es el caso de Argentina, entonces se tiene un hiperpresidencialismo. Ante la falta de instituciones que encaucen la política del país, las reformas de fondo deben venir de la política misma (la oferta) o del electorado (la demanda). He aquí el motivo por el cual se habla de un origen cultural de los problemas económicos. Hace falta la cultura, o quizás se deba hablar directamente de decencia, de no hacer uso político de vacunas, de no intentar vivir del trabajo ajeno, o de ver al inversor como un creador de riqueza y trabajo en lugar de un vil explotador. Abrir los ojos y ver que los gigantes son en realidad molinos de viento requiere un fuerte cambio cultural en la política argentina y una profunda reforma institucional que nos proteja del próximo Don Quijote.
Economista