El kirchnerismo celebra, pero deja un deplorable legado en todas las áreas
El kirchnerismo celebra los 20 años del inicio de la presidencia de Néstor Kirchner como si se tratara de una fecha patria. Lo ayuda el hecho de que coincide con una, el 25 de Mayo, de carácter fundacional, el mismo carácter que ellos le asignan a la asunción del santacruceño. La Argentina tendría, entonces, dos fundaciones: la de 1810 y la de 2003, aunque la primera se recordaría solo por tradición; la más trascendente sería la segunda. Inauguraron así una concepción adanística de la historia argentina.
Esa refundación mítica no es nueva. Ya desde sus primeros años en el poder nacional aprovecharon esa coincidencia casual para asociar ambos acontecimientos. Una asociación que usaba a 1810 solo como una excusa para hablar de 2003. Es cierto que muchas veces las evocaciones históricas de los políticos no son más que un insumo para adoptar una postura sobre el presente, pero eso se suele hacer con más sutileza. Los Kirchner abordaron esa operación de la manera más burda, aunque debemos reconocer que en sus comienzos tuvieron más éxito del que cabía esperar.
Así Néstor Kirchner no era un barón feudal del sur, como Gildo Insfrán lo es del norte, sino que se presentaba como un dirigente nuevo y fresco que venía a regenerar el país. Esa regeneración era, además de económica, institucional. Sospecho la carcajada del lector al leer esto último, pero eran muchos –y no solo peronistas- quienes aceptaron mansamente esa mascarada. La simulación se vio favorecida por el hecho de que cuando ganó las elecciones Kirchner era un desconocido para la gran mayoría de los argentinos.
La profusa propaganda kirchnerista generó, además, la idea de que Kirchner recibió un país devastado, en una profunda depresión económica, y con su sola voluntad política lo ordenó y llevó por la senda del crecimiento. La realidad es que el 25 de mayo de 2003 la Argentina ya había superado la crisis económica de fines de 2001 y principios de 2002. Desde mediados de este último año crecía a buen ritmo, y pudo seguir creciendo en los años siguientes por dos factores: la megadevaluación de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov y la suba considerable del precio de los productos primarios que nuestro país exporta. Con el valor de la soja del que disfrutaron los Kirchner, Fernando De la Rúa hubiera sido reelecto.
La inflación que recibió el sureño también era baja. El fogonazo inflacionario producido por la devaluación ya había cesado. Un tipo de cambio muy alto y un contexto internacional favorable como no se registraba en más de un siglo pavimentaron el crecimiento, que no fue desarrollo, porque se desalentó la inversión: pan para hoy, hambre para mañana, como en todos los populismos.
Ya en el inicio del gobierno de Cristina Kirchner aparecieron los primeros signos de agotamiento del tan cacareado “modelo” con el conflicto con los productores rurales. Pero el tan denostado “yuyito” siguió luego empujando un poco más el rebote; eso, más la abusiva explotación de la viudez de la presidenta y la fragmentación de la oposición concluyeron en la reelección de Cristina Krichner con una enorme distancia respecto del segundo, lo que la llevó a radicalizarse más y a intentar el “vamos por todo”, que era acompañado por un cambio insólito en las alianzas internacionales, fincadas en un claro apoyo a dictaduras y regímenes teocráticos.
Pero la sociedad no toleró ese giro autoritario y la Corte frenó los excesos de iniciativas como la “democratización de la justicia”, que pretendía subordinarla al poder político.
El crecimiento llegó a su fin, pero la inflación siguió su curso, maquillada por las mentiras del Indec y los métodos gangsteriles de Guillermo Moreno. La oposición se unió y Mauricio Macri venció en las elecciones al frente de una coalición que se mantiene y que, pese a los inevitables chisporroteos de la competencia democrática, no ha perdido su solidez. Se encararon reformas muy importantes que permitieron alcanzar superávits primario, energético y comercial, tipo de cambio competitivo y equilibrio fiscal. La Argentina se reubicó en el mundo, pero la abrumadora herencia, sumada a cambios de vientos en el panorama económico internacional, provocaron nuevos episodios de inestabilidad que permitieron el regreso de los causantes de esos problemas, en un experimento político cuyos resultados han sido catastróficos.
El legado que deja el kirchnerismo es deplorable en todos los campos: económico, social, institucional, educativo. La corrupción sistemática y a gran escala que instauró desde 2003 casi no tiene parangón en el mundo. Ya se percibe la necesidad de un cambio drástico que, al amparo de la Constitución, ponga a la Argentina de pie. Hay que recrear la cultura del trabajo y facilitar el emprendimiento y la creatividad. Hoy exportamos jóvenes talentosos, que quieren labrarse su propio destino sin que el Estado les quite el producto de su esfuerzo. Debemos dar vuelta el país como una media para que sea la Argentina una vez más, como lo fue para sus bisabuelos, una tierra de oportunidades.
Exdiputado nacional, presidente Asociación Civil Justa Causa