El Judas del Che Guevara
Por Tomás Eloy Martínez Para La Nación
HIGHLAND PARK, Nueva Jersey.
Todos los mitos se construyen alrededor de dos figuras antípodas: la del que crea y la del que destruye. Si alguien descubre el fuego, otro debe robarlo; si alguien elige sacrificarse para salvar a la humanidad, otro lo tiene que traicionar. Esa ley remota alcanzó también al Che Guevara, cuya imagen mitológica es ahora la del héroe obstinado que triunfa contra toda flaqueza, contra toda adversidad, y que elige la muerte antes de que la muerte lo elija a él. Si el Che encarna la pasión, ¿quién encarna entonces la traición, la codicia, la otra cara del mito?
Cuando se cumplieron treinta años de la muerte de Guevara en La Higuera, Bolivia, cuatro laboriosas biografías dieron la vuelta al mundo. Dos de ellas, escritas una por el francés Pierre Kalfon y otra por el mexicano Jorge G. Castañeda, atribuían el papel de Judas a Ciro Roberto Bustos, un mendocino nacido en 1932 que había conocido a Guevara en La Habana, durante los primeros años de la Revolución, y que fue llamado por el propio Che a Bolivia en febrero de 1967. Dos meses más tarde, en abril, Guevara lo envió junto con el periodista francés Régis Debray hacia La Paz, en busca de refuerzos y de contactos. El radiotransmisor se le había roto y su escueto, desanimado ejército vivía en la penuria y el aislamiento. Pero los dos hombres fueron arrestados casi de inmediato cuando trataron de alcanzar a pie el pueblo de Muyupampa.
Debray era ya un joven célebre. Amigo de Fidel Castro, había escrito un manual, Revolución en la revolución , que era leído como uno de los evangelios de la lucha armada. A Bustos, en cambio, no lo conocía nadie. Su vocación por el silencio y su habilidad para pasar inadvertido le permitían al Che sentir por él una extrema confianza. Le había pedido que participara en la trágica expedición guerrillera de Jorge Ricardo Masetti, que fracasó en las selvas de Salta en 1963, y Bustos había salido de esa trampa sin que nadie lo identificara. En 1966 contribuyó a organizar en Buenos Aires y Córdoba una compleja red de apoyo a la guerrilla boliviana, compuesta por peronistas revolucionarios y comunistas disidentes. Había más de cien nombres famosos en esa red y uno de los mayores orgullos de Bustos es que sus identidades quedaron siempre en secreto. Debray trabajaba iluminado por la fama; Bustos lo hacía preservando el anonimato y el sigilo. Era, por lo tanto, una presa fácil para que los historiadores le atribuyeran el papel de Judas.
Biografías y rumores
Otro de los cuatro biógrafos, el mexicano Paco Ignacio Taibo II, supone que, después de su arresto, tanto Bustos como Debray fueron sometidos por el ejército boliviano a torturas tan feroces que al francés lo dieron por muerto. Por lo tanto, según Taibo, no habría podido hablar. Bustos, en cambio, acorralado, debió entregar -escribe- algunas informaciones que no afectaron a la guerrilla. Pierre Kalfon va aún más lejos que Taibo. Exculpa a Debray y afirma que Bustos dio a conocer fotos, nombres y planos de los escondites usados por el Che cuando el ejército boliviano lo amenazó con matar "a su mujer y a su hija".
El más implacable, sin embargo, es Castañeda. El Bustos que aparece en su biografía es tan despreciable como el Judas de los Evangelios: "Con lujo de detalles", refiere, Bustos "dibuja retratos de los guerrilleros, describe la vida en el campamento [del Che], con mapas y rutas de acceso; en una palabra, canta. [...] Carecía de la integridad y consistencia necesaria para resistir el interrogatorio; ni siquiera fue golpeado".
Los cuatro biógrafos tuvieron entrevistas con Régis Debray, pero solo uno, el norteamericano Jon Lee Anderson, vio a Ciro Bustos en la casa de Malmö donde ahora vive, en el sur de Suecia. Anderson, el más minucioso historiador del cuarteto, es también el único que rechaza la versión usual: según él, es Debray el que informó que el Che estaba en Bolivia. Su fuente no es solo Bustos, sino también los oficiales que lo interrogaron. Pero a pesar de sus pruebas, los rumores han seguido triunfando sobre los documentos, y Bustos llevó en silencio, durante más de tres décadas, la cruz de Judas. Un hecho imprevisto acaba de dar vuelta el curso de ese viento.
El 17 de enero, el canal oficial sueco SVT1 difundió un documental de una hora, Sacrificio. ¿Quién traicionó al Che Guevara? , que reconstruye los meses finales de Guevara y entrevista a decenas de testigos, entre ellos Debray y Bustos. El dictamen final es abrumador: según la película, Bustos fue la víctima de una campaña de propaganda descomunal. Mientras Debray contó desde el principio con la protección del gobierno francés y con la incesante presión de los intelectuales europeos para que fuera liberado, el argentino vivió un destino de paria: el régimen militar de su país habría preferido que los bolivianos lo hicieran desaparecer. Lo más serio del film es que dos testigos centrales de la historia afirman que el delator fue Debray: uno es un ex agente de la CIA; el otro es el comandante Gary Prado, jefe del pelotón que apresó al Che en la selva de Bolivia.
Treinta y tres años más tarde, no es fácil contar la historia, ordenar los hechos, explicar la suma de errores que condujeron a la muerte del Che en la escuelita de La Higuera. Traté de comunicarme con Debray, pero las dos fuentes a las que acudí me remitieron a la réplica publicada en los diarios franceses por Elizabeth Burgos, ex esposa del periodista: "Esta campaña proviene de Suecia, donde Ciro Bustos se instaló hace ya mucho tiempo -afirma Burgos-. Allí funciona una base de acción psicológica conocida por los especialistas. La presencia del Che en Bolivia ya había sido señalada por un telegrama interno del ejército boliviano, el 24 de noviembre de 1966. [...] Es de pública notoriedad que Ciro Bustos colaboró con sus interrogadores, hizo el retrato de todos los miembros de la guerrilla y, sobre todo, dibujó los planos que permitieron al ejército apoderarse de las cuevas donde se encontraban documentos cruciales".
La verdad sin rencor
Los argumentos de Elizabeth Burgos no difieren de los de Kalfon o Castañeda: que los hechos sucedieron así "es algo que todos saben". Se aferra por lo tanto al rumor, sin mencionar documentos ni testigos que lo avalen. Y ella también, como Kalfon, alude a unas cuevas que los prisionerosno conocían y que, por lo tanto, no podían describir. Ciro Bustos fue menos reticente y también menos rencoroso. Le envié un cuestionario a Malmö y me lo respondió dos días más tarde. Supe que tiene una casa en las afueras de la ciudad, junto a la carretera que va hacia Lund, y que allí sigue pintando, aunque "no vendo nada ni figuro en el mercado sueco. ¿De qué vivo? Soy pensionado, lo cual es una especie de heroísmo de la vejez".
Quienes afirman que Ciro Bustos delató al Che y lo condujo a la muerte se basan en los doce dibujos que entregó a sus interrogadores veinte días después de su arresto. A ese cargo, responde con extrema claridad: "Ni Debray ni yo fuimos nunca torturados. Cuando nos detuvieron, el ejército boliviano sólo necesitaba confirmaciones, no informaciones. Ya sabían que el Che estaba allí. Debray tenía un pasaporte legal. No podía ocultar su identidad. Yo, en cambio, necesitaba proteger a más de cien personas cuya seguridad en la Argentina dependía de mí. Durante veinte días, logré ocultarme detrás de un pasaporte falso que llevaba el nombre de Carlos Alberto Frutos. La difusión de ese dato bastó para que los que nos apoyaban en la Argentina pudieran protegerse a tiempo. Declaré que estaba en Bolivia por error, que había sido llevado por engaño desde Buenos Aires a una reunión política. Mantuve esa versión hasta que un enviado de la policía argentina fue a tomarme las impresiones digitales y averiguó mi identidad. Para verificar que era pintor, me pidieron algunos dibujos. Lo que entregué fueron retratos de guerrilleros que ya habían sido reconocidos por el ejército, más otros dos cuyos rasgos inventé de común acuerdo con Debray".
Según Bustos, nadie delató ni traicionó al Che: al menos, ni Debray ni él lo hicieron. El cerco ya estaba tendido antes. Pero todo héroe mitológico que se sacrifica por sus ideales necesita siempre un traidor. Durante más de treinta años, Bustos sufrió en silencio ese papel atroz, del que ahora lo rescata un documental sueco. Aunque el horizonte de la historia es siempre el mismo, el sol sale todos los días de distinta manera.