El Jesús de Benedicto y Francisco
Bergoglio encontró inspiración en el hijo de Dios para actuar con humildad, sin olvidar que un hombre puede hacer la diferencia en el camino de los otros; así, comparte con su antecesor una cercanía especial con el sentido más humano de Cristo
En los textos no estructurados es donde se pueden apreciar claramente las ideas y conceptos que sus autores han desarrollado y sostienen. Los libros de divulgación permiten al científico, sin el rigor de la definición exacta ni la complejidad de las ecuaciones requeridas por las publicaciones especializadas, expresar diáfanamente la línea de su pensamiento mediante un léxico sencillo. Tal tarea sólo la puede realizar exitosamente aquel que posee un conocimiento muy profundo de los temas. En el campo de la religión, y especialmente en el catolicismo, los textos no magistrales de los teólogos que abordan cuestiones religiosas permiten conocer, por otro lado, la quintaesencia de su fe.
Un texto con estas características es el Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI. Es un libro en el que, como él mismo manifiesta, se refleja su búsqueda personal del "rostro del Señor". Más allá de sus interpretaciones de los relatos, parábolas y demás elementos relatados en los Evangelios, resalta, a mi modesto entender, la introducción, subtitulada: "Una primera mirada al misterio de Jesús".
Siguiendo una construcción lógica semejante a la de los sabios del Talmud, Ratzinger expone al lector la aparente contradicción de dos versículos del texto del Deuteronomio. En uno (18:15), Moisés afirma que Dios enviará un profeta como él entre sus hermanos; en el otro (34:10) que "no surgió en Israel otro profeta como Moisés". Allana la contradicción interpretando la figura de Jesús como un estadio profético superior al de Moisés, identificando su figura como el profeta cuya venida es anunciada en el quinto libro del Pentateuco. Tal como Moisés tuvo una relación de cercanía con el creador, Jesús, de acuerdo con Ratzinger, tuvo una relación semejante, pero en grado superlativo.
Un tiempo después de la aparición del libro de Ratzinger en castellano, le comenté al entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Bergoglio, lo novedosa que me parecía la presentación del tema por el entonces papa Benedicto. La imagen de Jesús más relacionada con su condición humana, profética, se acercaba a la imagen que un judío puede conformar leyendo los Evangelios y teniendo presente el grado de espiritualidad de los habitantes de la Judea del siglo primero de esta era. Entendía que en la postura de Ratzinger había cierta convergencia con la imagen del rabino, de gran carisma y espiritualidad, con que muchos investigadores judíos del tema, como los reconocidos Joseph Klausner y David Flusser, habían contemplado en sus investigaciones a Jesús. Bergoglio coincidió con mis apreciaciones.
Cuando fue elegido papa, dado el libro de diálogos que publicamos y los 31 programas de diálogo que grabamos, entre tantas otras cosas, muchos medios me preguntaron acerca de su pensamiento, su modo de ser y de actuar. Mis respuestas enfatizaban su humildad personal, su compromiso con los pobres y necesitados, su lucha por rescatar de la miseria a los expoliados, su absoluta coherencia y su postura de abrir las puertas de la Iglesia a todos. Eran cualidades sobre las que podía dar un cabal testimonio de aquel con quien compartíamos una profunda y fraternal amistad. Después de destacar estas cualidades llegó a mi mente la idea de que su conducta y actitudes se hallaban inspiradas en las acciones y palabras de Jesús que se hallan en los Evangelios.
Trabajé algunos puntos junto al Papa en lo referente al viaje a Tierra Santa y especialmente en el encuentro con Shimon Peres y Mahmoud Abbas en el Vaticano. Antes y después de aquél, y especialmente durante y posteriormente al último conflicto entre Gaza e Israel, muchos se refirieron a esta especial invocación por la paz como un mero e insignificante acto. Francisco ponderó pública y privadamente la importancia de ese encuentro. Cada una de estas dos posturas refleja una visión diferente de la existencia. Por una parte, se hallan aquellos que realizan sus actos de vida en función de un presente inmanente, mientras que por el otro se encuentran los que proyectan sus actos del presente con una trascendencia hacia el futuro. Jesús, al igual que los rabíes de su tiempo, enseñaba la importancia de vivir sembrando mediante las acciones que se realizan, una semilla que germinará plenamente en el "mundo venidero", en contraposición a una existencia que sólo considera las necesidades de un "mundo del presente". La reunión en el Vaticano echará su luz en algún futuro en el que la cordura imperará nuevamente en el seno de lo humano.
Comparto plenamente con el Papa ese pensamiento. Él, inspirado en Jesús, yo en las enseñanzas de los sabios del Talmud.
Las acciones de Francisco deben ser vistas a través de esta óptica. Él va labrando gestos con sumo coraje, más allá de todas las críticas de aquellos que suelen hollar la senda de los círculos viciosos que mantienen conflictos y desencuentros de generación en generación. Brega por dejar marcas de búsqueda paz y entendimiento en la historia que puedan iluminar las acciones de los hombres en algún tiempo futuro.
Jesús inspiró a Bergoglio a actuar con mucha humildad; al mismo tiempo, el Papa sabe que un hombre puede hacer la diferencia en la senda de la existencia humana.
Que Francisco sucediera a Benedicto XVI como obispo de Roma se debió a múltiples razones. Tal vez el hecho de que ambos compartan una cercanía especial con el sentido más humano de Jesús en la concepción de la fe católica revele otro aspecto en la coherencia de la elección de Jorge Bergoglio como sucesor de Ratzinger. La esencia última de esa común visión de Jesús es que en el amor que sabe aunar a los individuos cabe hallar el "rostro de Dios".
Sirvan estas reflexiones como saludo para todos aquellos que han de festejar el nacimiento de Jesús, con el deseo de que puedan hallar en su regocijo la renovada esperanza y compromiso con la construcción de un mundo mejor.
El autor es rabino, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer