El intendente está en la Capital
El intendente es un tipo dinámico, inteligente y realista. Sabe muchas cosas. Necesita recursos y sabe dónde conseguirlos. Le pesa la inseguridad de su distrito y sabe que para poner las cámaras de vigilancia, mejorar la iluminación y comprar unidades móviles para la policía el camino es la Capital. Juntar demoras en despachos capitalinos rinde. Sabe que empresas de su distrito están echando gente, y eso le agrega horas a su estada porteña. Necesita más planes sociales y más plata para contratar empleados municipales.
Hay cosas que no sabe: no se enteró del grupo de chicos que se juntaron para armar una incubadora de empresas. Mucho menos, que esos jóvenes, desalentados, se están yendo de la ciudad. No quiere saber que otros jóvenes que se quedan generan la inseguridad, porque están tomados por la droga. En el viaje de vuelta, va a pasar por la capital de su provincia. Siempre hay algo para pedir? Y, pese al ahogo del presupuesto provincial, siempre hay algo para recibir.
Ahora imaginemos al mismo intendente, pero en otro país, que bien podría ser el nuestro, aunque con otro sistema de incentivos. Es, en todo caso, el país que cumplió con la disposición constitucional y creó un nuevo régimen de coparticipación de impuestos.
El intendente, tipo dinámico, inteligente y realista, conoce las nuevas normas que establecen que parte del IVA y el impuesto a las ganancias que se generan en su distrito son girados directamente por la AFIP a la cuenta de la municipalidad. Está en la Capital hablando con un grupo de inversores que quiere instalar un frigorífico. Cuando se ponga en marcha, el municipio va a multiplicar sus ingresos. El tema lo inquieta: la norma determina que el costo ambiental se descuenta de la plata que le va a girar la AFIP. Por eso los otros intendentes de la región no quieren recibir la inversión. Pero él hace las cuentas: si consigue atenuar el daño ambiental, el saldo es positivo. Después de todo, salió bien lo de la incubadora de los chicos emprendedores: ellos aumentaron la facturación y su aporte ya se siente en las cuentas municipales, aunque tuvo que meter en caja a algunos que evadían impuestos. El intendente no sabe que esos chicos se convirtieron en un modelo para otros chicos que dejaron la droga y están pensando en producir y crear.
A la vuelta va a pasar por la capital de su provincia. No va a pedir nada. Su suerte está asociada a la del gobernador, porque la AFIP también gira a la cuenta provincial otra porción del IVA y el impuesto a las ganancias que se recauda en la provincia. El gobernador quiere que el frigorífico se instale y se va a hacer cargo de parte de la inversión ambiental. Ambos, gobernador e intendente, tienen mucho para conversar: el desarrollo local los une. Se dieron cuenta de que la principal restricción es la calidad de los recursos humanos. La provincia contrató a un equipo de finlandeses para mejorar la educación y el intendente quiere que las pruebas de mejora educativa se hagan en escuelas de su distrito. Ambos necesitan recursos y no tienen otra forma de conseguirlos que haciendo crecer el IVA y el impuesto a las ganancias. La inversión y la educación les convienen.
La gente, en la ciudad, ya no es "la gente". Ahora son "ciudadanos": saben que su impuesto construye. Se unificó representación con imposición y saben reclamar por sus derechos: dejaron de "pedir". La planta municipal es chica, está informatizada porque el intendente gana con el empleo privado y no con el empleo municipal.
La segunda historia, claro, es la historia de las autonomías locales y provinciales. Es la de un federalismo orgulloso y cooperativo. Y también es la vía para el crecimiento con equidad a partir de capacidades locales. El poder central puede ocuparse de lo le que es indelegable: la unidad de los argentinos, el equilibrio en el desarrollo relativo de las provincias, la gestión de los proyectos de escala nacional y la proyección de la creatividad y del trabajo argentino en la arena internacional.
La primera historia, en cambio, es la de la mendicidad en múltiples escalas: "gente" reducida a la mendicidad que "pide" planes sociales y empleos públicos, intendentes y gobernadores que "piden" recursos que pertenecen por derecho propio a sus distritos. Y una presidencia que "da" lo que no le pertenece a cambio de fidelidades políticas forzadas por las dádivas.
En la segunda historia también hay condicionalidades, pero se refieren a la sustancia de las políticas públicas; además de ambientales, pueden ser de calidad democrática, participación ciudadana, educación. En ese ejemplo, las autoridades subnacionales no están a disposición de las autoridades nacionales. Toda la cascada dirigencial está al servicio de la comunidad.
La segunda historia sostiene la idea de que la democracia en la Argentina tiene el desafío de transformar sus instituciones y su cultura para facilitar el desarrollo emprendedor. Nuevos marcos culturales e institucionales deben ayudar a desarrollar un sector privado legítimo, dinámico y competitivo que sea independiente, tanto del gobierno como de las grandes corporaciones, y que tienda a cooperar en la consolidación de la sociedad civil y se beneficie de la recuperación de los derechos humanos y políticos. Instituciones y cultura que no sólo permitan mejorar la calidad de vida de la población, sino que muestren una vía ética para el enriquecimiento y la autorrealización de las personas.
El lector del presente dirá que es una utopía, que nunca un político en la presidencia de la Nación va a ceder el control de los recursos, y que nunca va a dejar de usar esos recursos para ganar fidelidades coaccionadas.
Mi respuesta es sencilla: estamos en el final de un ciclo. El "modelo" de mendicidad y clientelismo no puede producir ni crecimiento ni inclusión ni desarrollo diversificado.
Hay tres años para pensar una Argentina mejor y decir, como Wittgenstein: "Lo que es pensable es posible".
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