"El intelectual puede adherir a un proyecto, pero no puede callarse"
Tras un silencio autoimpuesto para "desintoxicarse" de lo que veía como un fanatizado clima político, Tomás Abraham vuelve al debate y cuestiona el apoyo sin críticas de la intelectualidad K al Gobierno y la utilización de un relato que, afirma, no es más que "farsa" y "placebo"
Tomás Abraham volvió, pero ¿alguna vez se fue realmente? Es cierto que estuvo ausente durante varios meses de la exposición mediática, algo que, hoy, equivale casi a no existir. En esta suerte de exilio que eligió (él mismo bromeó en su columna del diario Perfil del 27 de noviembre pasado que, afectado por "una bacteria que identifican con la letra K", se había instalado en un "spa all inclusive de la isla caribeña de Saint Thomas" e iba a dejar de escribir hasta nuevo aviso) pesó, con seguridad, el contundente triunfo electoral de Cristina Kirchner.
En diálogo con Enfoques, este filósofo nacido en Rumania, pero más argentino que el colectivo, admitió que se había sentido "intoxicado" por "este ambiente enfermo que se llama fanatismo" y que incluso lo llevó a alguien como él, tenaz crítico del planeta K, a recibir insultos y sufrir agresiones en la calle. Y volvió, aunque nunca se fue, no porque la Casa Rosada haya empezado a tener problemas que desdibujan el 54% de los votos, sino porque aseguró que no va a dejar de decir lo que piensa. Y de esa decisión surgió La lechuza y el caracol (Sudamericana), su nuevo libro, presentado como un "contrarrelato político", donde no perdona nada ni a nadie.
¿Por qué ese título? Abraham lo explicó: "La lechuza es un ave paradigmática de la filosofía, la que levanta vuelo a la noche, ve en la oscuridad, gira la cabeza 180 grados. El caracol es menos conocido, pero algunas versiones lo asocian a Diógenes y los filósofos cínicos, que todo lo que tenían lo llevaban puesto, como el molusco. Hay un bestiario en la filosofía, desde el tábano, al gallo y el burro. Como homenaje a Sócrates y a Diógenes, elegí a esos dos seres. Uno vuela, el otro se arrastra".
Este libro de alguna forma marca su regreso a la vida pública, en un tono incluso más fuerte que el que tenía antes de las últimas elecciones. ¿Por qué decidió volver?
-Para despedirme. Cuando yo dejé de escribir, fui pensando la idea de un libro. La alta exposición mediática no me gustó. Busco lectores, no es que me sea indiferente tenerlos o no. Es lo mismo que un profesor: quiere tener alumnos, no que su aula esté vacía y vayan a la de al lado, como le pasaba a Schopenhauer, que tenía tres alumnos y Hegel, 300. Pero la exposición mediática es otra cosa, te pone en relación con un estado pasional de la gente en la calle, y eso es muy malo en la Argentina.
- ¿Y usted sufrió agresiones en la calle?
-Sí, sí. Y además entre los que te felicitan y los que te putean, ganan los que te putean. Porque la felicitación es algo grato, pero siempre puede tener que ver con un malentendido. La puteada no. ¿Para qué sirve salir a la calle a pelearme? Entonces dije: "Vamos a tomar un poco de distancia para pensar". Acá hay un ambiente enfermo que se llama fanatismo. Nietzsche decía que el fanatismo es una enfermedad que arruina el carácter, deforma el gusto y daña la salud. Y en esta especie de fanatismo generalizado me intoxiqué. La agresión, la difamación, te hace reaccionar en un estado emocional parecido al que hay en el ambiente. No me sirve, quiero escribir, pensar, no quiero entrar en ese juego, y la guerra periodística o político-periodística te chupa. Están los que te difaman de un lado y los que contestan del otro lado en forma reactiva, y que poco a poco empiezan a hacer cosas muy parecidas. Y se crea un ambiente enfermo que algunos festejan porque dicen que la política está en la mesa de los argentinos, y fundamentalmente son los mediocres que sólo se pueden desenvolver en un ambiente de difamación, de insultos, de patoterismo y demás. Por eso tomé distancia.
- ¿Y ahora por qué vuelve?
-Porque esto es lo que pienso.
- Le puede provocar problemas otra vez.
-Quizá. Pero este libro es el tono que elegí. No voy a dejar de decir lo que pienso. Quizá vaya menos a la televisión. Si yo escribo es para que se lea, no para que se me vea. No soy amable en la televisión. Entonces no voy a ser tan tonto como para perder los estribos cada dos por tres. No confronto más con la gente, ya está.
- Parece en sintonía con algo que dice en su libro: "Ser kirchnerista o ser antikirchnerista es el nuevo emblema del embrutecimiento que se nos impone". ¿Cómo zafarse de esto?
-A eso se redujo la política argentina... ¿Cómo se zafa? Pensando el país. Hay gente que sabe cosas y que las dice, que sabe de energía, de educación, de pobreza, de medio ambiente, de los problemas de la Argentina, que son muy serios. El resto parasita temas de confabulación general: ¿quién le dijo esto a quién otro? ¿Quién se quiere apropiar del espacio de poder que quiere el otro?
- ¿La sociedad tiene ganas de escuchar a esa gente que sabe de aquellas cosas?
-No, la gente quiere quilombo, quiere porquería, la gente está haciendo catarsis con eso. Hay momentos en la historia cultural de un país en que eso rinde, y en la Argentina rinde. Nuestra historia no es la misma que la de los países vecinos: tenemos 28 años de democracia en la que nos fue muy mal. El proyecto posdictadura fue un regalo de las Malvinas porque nunca creímos en la democracia como sociedad. El "que se vayan todos" es algo que viene de los 70, no se inventó en 2001. La violencia revolucionaria, ERP, Montoneros, no creían en la democracia electoral, republicana, de partidos políticos, y los militares tampoco. Recibimos la democracia por una derrota militar, no la buscamos, no hubo conciencia cívica. Y así son los resultados de los últimos 28 años: dos presidentes rajados, un presidente innombrable y una asociación conyugal?
- La democracia parece haberse consolidado, pero para algunos quizá no alcanza. En el kirchnerismo, por ejemplo, muchos creen que lo que existe es una democracia formal y que no soluciona los problemas de fondo.
-Ese es el discurso de los 70 y lleva a la guerra de sangre. Es el discurso suicida.
- Usted hace una disección muy crítica de lo que denomina "el sistema de los 70".
-Claro, ése es el relato. Este libro tiene que ver con el relato, no con medidas económicas, por ejemplo, que siempre me pareció que es el tema más interesante. Lo económico es lo más difícil, es donde se distribuye el poder profundamente. Pero este gobierno, con los modos de justificación y de legitimación, puso mucha energía en el relato Y tiene toda una corporación intelectual, educativa y periodística para construir su relato, que se nutre del sistema de los 70: democracia formal, republicanismo vacío, moralismo hipócrita, partidos políticos cooptados por el poder empresarial, democracia imposible de llevar a cabo bajo un sistema de producción capitalista, derechos humanos dependiendo de los derechos sociales. Por lo tanto, cuando no hay vivienda, no hay educación, no hay salud, no hay alimentación para todos y como son todos derechos humanos, por lo tanto no hay derechos humanos en la Argentina, por lo tanto no hay democracia en la Argentina, y hay vía libre para el choque de sectores. Era el discurso de los 70, un discurso de la violencia. Por eso no creo que la democracia esté consolidada en la Argentina. Para que lo esté se necesita un tipo de visión sobre la ciudadanía, sobre lo cívico, sobre la ley, no el "roba pero hace". Y eso es generalizado: son muy pocos los sectores políticos que le dan contenido a lo que se puede llamar democracia. Contenido sustancial: poner en los organismos de control a gente que no pertenece a tu sector, no despotismo, ni caudillismo, ni caja. Cuando en un momento dado adherí al proyecto santafecino era porque veía en la gestión, no en los discursos, un intento de una política transparente durante una cierta cantidad de años en Rosario y en Santa Fe. Es muy raro que en la Argentina haya un sector que pueda implementar un proyecto sin esta manipulación: "Ocupo el Estado, todo es mío".
- Usted sostiene en el libro que "a los argentinos nos gustan las tiranías". ¿No es un poco fuerte decirlo así?
-¿Y La Una que es? El Uno y La Una. Sin ellos tenemos miedo. No me interesa el kirchnerismo como tal. Creo que la gente quiere reforma constitucional, quiere que Cristina siga porque tiene miedo al vacío. ¿Y no hay vacío? Todos sabemos que lo hay. ¿Quién puede gobernar la Argentina?, ¿Macri? ¿ Binner? Cristina sacó 54% el 23 de octubre y el segundo sacó 16,5%. ¿Dice algo eso? Algunos creen que "las cosas cambiaron", pero ¿cambiarían los guarismos? Creo que no.
- Es decir, podría pensarse que el kirchnerismo es casi el mal menor.
-No digo que sea un mal menor ni un bien mayor. Digo que nuestra democracia no está consolidada y es un flor de problema. Nuestra democracia está prendida con alfileres.
- Otro párrafo que me llamó la atención por su extrema dureza es aquel en el que dice: "Los medios y los modos usados por este gobierno y el blindaje cultural que resulta el famoso relato que lo acompaña pertenecen al fascismo".
-Eso no gusta mucho (se sonríe)... El fascismo es la derecha, no hay fascismo de izquierda, "progre", no está en los libros de cierta gente.
- De todas formas, usted señala que así como antes se decía que alguien "era de izquierda" para demonizarlo o excluirlo, ahora se dice que alguien "es de derecha".
-Es decir, irse al infierno es por ser neoliberal, los neoliberales se van al infierno. Lo que pasa es que cuando estaba la bipolaridad, durante el siglo XX, el mundo dividido en dos, los lenguajes tenían adscripción territorial. Estaba la izquierda y estaba la derecha, los comunistas y los liberales. Hoy, hay un mercadeo de vocabularios, la gente los compra, están en stock. Por eso, de repente, un tipo que es de derecha habla como progresista, un gorila es peronista, un fascista habla de los derechos humanos. Hay un mercadeo de vocabulario que muestra que algo cambió sin duda desde 1989. Por eso hablo de las ideologitas , que son las viejas ideologías adaptadas a una cosa que puede ser de kermés, de mercadeo, de compra y venta. Eso es el relato. No es una ideología, es una adaptación de una ideología a cuestiones de interés y se adapta a ella. Es decir, la ideología no cumple una función de creencia sino de placebo: "Qué lindo me queda ser kirchnerista, ser de izquierda, no importa que yo durante el Proceso haya aplaudido a Galtieri, hoy me queda lindo ser así". Entonces, placebo y, además, farsa: da lo mismo lo que se dice, si entre lo que hago y lo que digo no tiene nada que ver porque vivimos en la chanza, en el discurso de Aníbal Fernández, en la zoncera de los otros y en la piolada mía. Cuando digo fascismo es para utilizar términos tradicionales: aquel que difama, amenaza, oprime y persigue. Y eso lo veo en nuestro país.
- ¿En el Gobierno?
-Lo veo en el Gobierno y no confío en lo que la Argentina se ha transformado. No confío en los principales grupos opositores, que son los medios de comunicación. Porque el sistema de partidos políticos se desmoronó y los grandes medios están en una permanente brega por denunciar al Gobierno, que, a su vez, los denuncia.
- Usted habla de un "panprogresismo" en el cual ciertos valores, como son usados por todos, terminan vaciados de contenido.
-Vivimos con prejuicios políticos y doctrinarios que crean coincidencias por pereza mental. Por ejemplo, todo lo estatal está bien. Estaticemos, todo lo público está bien porque ahí no hay dinero, hay toda una cosa de credos religiosos. El nacionalismo popular es una religión en la Argentina, algunos lo llaman populismo. Siempre estamos hablando con el mismo lenguaje, con los mismos símbolos, el mismo credo, aunque el mundo dio cuarenta vueltas y cambió, nos ponemos contentos porque hay una crisis financiera que mostró la muerte del capitalismo, cuando el principal país del mundo ahora va a ser China y no por comunista. Entonces seguimos con esa cosa de progresismo que es lo políticamente correcto y en donde se evita todo el tiempo el pensamiento profundo. Esos años que estuve en el círculo del progresismo socialista era para crear debate. Es un progresismo blando, que no va a fondo. Lo he hablado mucho con Binner: "Ustedes levantan la mano por la ley de medios, por el petróleo o por las AFJP y después corren detrás pidiendo que les den cuenta porque todo está oscuro, opaco, corrupto. Ustedes tienen el prejuicio de que todo lo público es bueno". Ayer escuché a Alieto Guadgni en la televisión diciendo cuánto cuesta estatizar el petróleo, cuánta inversión se requiere para crear fuentes de energía, que no la tiene el Estado. ¿Por qué Brasil metió a Petrobras en la exploración de la plataforma submarina para buscar petróleo en asociación con Shell, la estatal noruega y la estatal china, y no con Moneta, Manzano, Vila y Eskenazi? ¿Qué son? ¿Privatistas? Son serios.
- Y tienen un proyecto.
-Hay un proyecto, claro. No sólo quieren tener presencia en el mundo sino tener recursos, saben que son estratégicamente fundamentales. Nosotros, no. El discurso político necesita fundamentos, pero no con una retórica de 1930. El problema fundamental de la Argentina respecto de ser un país rico con tanta gente pobre es el Estado. La sociedad también, pero no cambia por sí sola. Y el Estado es importante, pero no es una entelequia como Dios, sino un lugar estructural ocupado por un personal transitorio, elegido por la gente y que debe ser controlado por la gente. Por eso estamos a años luz de una democracia consolidada. No hay un discurso democrático. Lo que está es este relato de los 70, al que se le opone un relato al que llaman "gorila", pero no tenemos un nuevo relato donde le demos importancia a algo que no sea La Gran Jefa, El Gran Jefe y el poder por el cual todo el mundo está muy loco. Que esté loco un político puede ser, pero que los intelectuales, todos, estén enamorados de ese gran tótem?
¿Y por qué muchos intelectuales terminan seducidos ciegamente por el relato?
-Porque tienen esta especie de idea de que la actividad del pensamiento tiene que ver con ganar, reclutar, tomar por asalto algo. Creen que la gente es pelotuda y, por lo tanto, se la puede iluminar, que está engañada por las "corpos" y que ellos nos van a liberar porque no están engañados. Es una idea de vanguardia, no la de alguien que es un disidente buscando las fisuras del discurso dominante, que anda viendo los silencios que a todo el mundo le conviene que persistan, que tiene una inquietud permanente por encontrar un obstáculo para poder pensar. Sin obstáculo, no se piensa. El pensamiento pica. Por algo a Sócrates lo llamaban "El tábano". Pica, no se ajusta, no es funcional, no es orgánico, no administra creencias, no fabrica mitos, no busca mártires, no se escuda detrás de las víctimas. Por eso es tan apasionante. Esto ya es otra cosa: es justificar un poder. Y uno puede adherir a un proyecto, pero no puede callarse la boca.
MANO A MANO
Una cosa es la filosofía y otra es la política. Y, sobre todo, una cosa es la política y otra, esta suerte de guerra entre buenos y malos, amigos o enemigos, patriotas y cipayos, en que se ha convertido la disputa por el poder en la Argentina en los últimos años. Por eso se entiende que un filósofo como Tomás Abraham, lúcido, provocador y comprometido, haya sentido que tenía que dejar de hablar por un tiempo. Y también se entiende que ahora haya vuelto a hacerlo. "Esto es lo que pienso", dice. Y su pensamiento, si se lo lee y se lo escucha con detenimiento, no es sólo antikirchnerista. Hay también elogios a algunas decisiones del Gobierno, duras críticas a la oposición e incluso al socialismo, al que él adhirió por su gestión eficaz y transparente en Santa Fe, pero al que enrola, de manera implacable, en un "progresismo blando", y cuestionamientos a la sociedad argentina. Su libro equivale a un regreso con gloria. Hay quienes no estarán de acuerdo con su pensamiento, obviamente, pero lo que nadie debería dejar de reconocer es esa oxigenante apuesta a reflexionar de una manera libre y profunda sobre el país. "Sin obstáculo, no se piensa", dijo en la charla. Este filósofo se dio cuenta de que la política argentina, hoy, es una máquina de presentar obstáculos, de encontrar, a veces, un problema para cada solución. Y, aunque se nota que le costó pisar ese terreno, hasta el punto de haberse callado para desintoxicarse del fanatismo, cuando sostiene que "el pensamiento pica", no exagera. Su vuelta le cambia el gusto al pensamiento medio.