El insomnio creativo de los jóvenes franceses
París.- Nuit debout, noche de pie, es un movimiento tan contestatario que ha decidido detener el tiempo. Comenzó el 30 de marzo y sigue, pero siempre dentro del mismo mes. Contando con los dedos, en ese tiempo mítico para los muchachos y las chicas que ocupan el espacio público en varias ciudades de Francia, sobre todo en la Place de la République de París, hoy no es 14 de mayo sino 75 de marzo. Cada noche que pasa, el puntapié inicial -protestar contra la ley que lleva el nombre de la ministra de Trabajo Myriam El Khomri- pierde importancia, hasta el punto de que algunos nuitdeboutistes ("nochedepieístas") han llegado a admitir que su protesta a estas alturas es "un pretexto". ¿Qué pueden interesarles las cinco mil enmiendas a esa ley, votadas en el parlamento durante varios días de feroces discusiones para expurgarla de su lado más oscuro, la protección a las empresas y la mayor facilidad para que éstas echen a sus obreros y empleados sin darles ni las gracias (una ley tan resistida incluso entre los propios socialistas que el primer ministro, Manuel Valls, se ha visto obligado a imponerla por decreto)? Para los manifestantes, tanto las minuciosas correcciones como las diferentes ayudas a estudiantes y aprendices otorgadas por el gobierno entran en la categoría general de cacahouètes. La traducción correcta es "maníes", aunque por el desdén con que los pibes pronuncian la palabra estaría tentada de poner manices.
¿Se darán cuenta de que con esta ley el actual presidente parecería jugarse su destino político? ¿Percibirán el peligro de que, en las elecciones de 2017, un François Hollande de capa caída y una clase política anémica le abra el camino a Marine Le Pen? No, porque ellos están enojados con Hollande. Prometió ocuparse de la juventud en forma prioritaria, ¿y qué les dio?: un puñadito de ya sabemos qué. Entre los manices por un lado y, por el otro, el sueño de un porvenir radiante, qué joven elegiría la opción más sonsa. El propio Hollande demostró haberlo advertido cuando en un programa televisivo en que la periodista le arrojaba a la cara la bronca de los insomnes, dijo: "Le voy a hacer una confesión: yo también tuve 20 años". Y agregó: "Me alegro de que ese movimiento exista".
Al releer lo que precede necesito aclarar que yo también. Nuit debout no es una viaraza propia de la edad, sino que parte de un pensamiento alternativo. La "aldea de los insurrectos de la República" -en su doble sentido, el de la plaza en el que tiene lugar y el de la República francesa- es un "campamento autogestionado" con toldos que se arman y desarman cada noche, donde las asambleas comienzan diariamente a las 18. Un espacio de reflexión provisto de cantinas, con enfermeros y un servicio para mantener "la serenidad". Todo el mundo está invitado a hablar pero una moderadora regula el tiempo. Se trata de un "ágora en miniatura" fundada en el "consenso" y la "inteligencia colectiva" para instrumentar un sistema de democracia real, sin dirigentes ni ambiciones políticas: en Montréal, donde la Nuit debout ya ha comenzado a actuar lo mismo que en Bruselas y en Túnez, los políticos no tienen derecho a tomar la palabra. Los que sí pueden hacerlo se reúnen en grupos dentro de un taller denominado Hacer comuna. Se recomienda no adoptar aires doctorales y proponer un discurso accesible a todos. Temas a tratar: desde el feminismo hasta las elecciones en el Chad, pasando por la revolución de 1848, Mayo del 68, el Terror durante la Revolución Francesa, las migraciones, la justicia social, la ecología o la libertad de expresión. Una de las proposiciones sometidas a votación ha sido la de recubrir los monumentos de París con los retratos de las personas despedidas por sus patrones, para "darle un rostro a la desocupación".
Esto último proviene en línea recta de Merci patron!, la película de François Ruffin proyectada en la plaza el 30 de marzo. Yo la había visto en el cine, aunque de puro despistada porque me equivoqué de sala, lo que quizás haya influido en la sorpresa que experimenté frente a una tremenda historia real vivida en directo gracias a la cámara oculta. El drama de los despidos en Francia, tema de la película, se origina en la deslocalización de fábricas florecientes: como a los obreros franceses hay que pagarles sueldos normales, las empresas se mudan a lugares del mundo donde el trabajo sale barato. Ruffin entrevista a una pareja de obreros que, arrojados como zapatillas viejas de una conocida fábrica de alta costura, están a punto de perder todo lo que poseen, y les propone un divertido chantaje para conseguir otro empleo y una adecuada indemnización. El encuentro entre ese hombre y esa mujer sencillos, que jamás habrían concebido por su cuenta semejante artimaña, y el enviado de la empresa, verdadero monumento a la mala fe que sin saberse filmado intenta "melonearlos", es una de las escenas más desopilantes que he visto nunca. Los pibes de Nuit debout participan de ese mismo sentido del humor, y de su seriedad profunda.
Como no podía ser de otra manera, el movimiento ha sido en parte desvirtuado por los acalorados de siempre, unos cuantos encapuchados que aprovechan para romper a palazos lo que haya a mano. Sin duda éste no es ni será el único escollo: habría que ser adivino para prever si los flamantes indignados de un nuevo tipo terminarán mezclándose con el juego político, como lo ha hecho Podemos, y aceptando las inevitables componendas que por ahora tan mezquinas les parecen.
Sea como fuere, y retomando las palabras de Hollande, es bueno que existan y seguiría siéndolo aun en caso de que el sueño, no el de la sociedad perfecta sino el del natural sopor, terminara por vencerlos. Cada estallido de inteligencia libera energía, aunque después se apague, y de algún modo misterioso perdura. Yo también he tenido 20 años, pero como ya no los tengo desde hace rato, pienso que una sociedad alternativa con su multitud de proyectos fascinantes puede coexistir con otra que nos exalte menos, pero que también, maní tras maní, se oponga a la injusticia.
Escritora