El ingenioso hidalgo George Bernard Shaw
A veces el nombre de un autor sobrevive de manera más visible que sus escritos. El caso del angloirlandés George Bernard Shaw (1856-1950) es paradigmático: fue un dramaturgo hiperproductivo, representado urbi et orbi, pero también una figura tan ocurrente que su personaje público terminó dejando la obra, a pesar de su centralidad, como una masiva nota al pie. Hay más probabilidades de conocer alguna anécdota de Shaw que de haber visto o leído una de sus piezas, a menos que en el segundo ítem se incluyan películas como My Fair Lady, que se basó livianamente en su Pigmalión.
Tal vez sea una cuestión de contrastes: las obras de Shaw no son un reflejo inmediato de su chispa humorística privada, que suele resumirse en una réplica famosa, tan famosa que se puede tener por apócrifa. Repitámosla. Dice la leyenda que Shaw se cruzó en cierta fiesta con Isadora Duncan y que la bailarina, bella y artísticamente revolucionaria, le pidió que se imaginara los hijos que podrían tener entre los dos, con las piernas de ella y la inteligencia de él. La respuesta del dramaturgo ("¡Pero imagínese si sale con mis piernas y su inteligencia!) está a la altura irónica de su mito, pero resulta dudosa en boca de uno de los pocos autores de entonces al que puede reivindicarse como defensor sin dobleces de los derechos de las mujeres. Como miembro de la sociedad fabiana, era además un socialista convencido y algunos de sus hábitos tienen continuadores: fue un vegetariano estricto y no tomaba una gota de alcohol, ni siquiera té o café. En sus más de 50 obras de teatro (entre otras La profesión de la señora Warren), mostraba gusto por la paradoja, talento dramático, pero sobre todo ideas. Su celebrado wit aparecía disperso: Shaw –que solía adosarle a cada pieza prólogos interminables– era un escritor de ambiciones mucho más intelectuales que sarcásticas.
Su brillantez verbal no se perdió, en todo caso, solo en eventos sociales. Acabo de encontrar pruebas concretas de ella, buscando otras cartas, en el clásico The Oxford Book of Letters. Frank y Anita Kermode, los compiladores, sugieren de hecho que por la cantidad y la variedad de destinatarios Bernard Shaw puede ser considerado uno de los grandes escritores de cartas de todos los tiempos.
El puñado de ejemplos apunta en esa dirección. A un reciente traductor del Edipo Rey le envía una interminable misiva en la que propone su propia versión cómica de la tragedia. Al compositor Edward Elgar, que se dirige a París a dirigir al jovencísimo Yehudi Menuhin, le toma el pelo con distractivas alusiones a la música oriental, y a la flamante viuda de su amigo, el biógrafo Frank Harris, siempre quebrado, le envía un cheque de 50 libras con la siguiente frase: "Me acaban de avisar por teléfono que terminaste la extraña aventura de estar casada con Frank".
Algunas de sus cartas pueden leerse incluso con alguna resonancia actual. Shaw puede mandar un emotivo mensaje de pésame (como cuando fallece el hijo soldado de la actriz Stella Campbell, de la que estaba enamorado), pero también darle ánimos a John Ervine, un colega dramaturgo que acaba de perder una pierna en la misma Primera Guerra Mundial. Quizá la segunda carta sirva como modelo antológico del humor de Shaw, parecido al de un ingenioso e hidalgo Quijote de la pluma. Lo primero que le dice a Ervine, todavía postrado en el hospital, en mayo de 1918, es que el capellán del regimiento que fue a comunicarle la mala nueva de la amputación lo hizo reír: le informó que "ya sin la pierna, [Ervine la tenía dañada por las esquirlas de una bomba] ahora sí va a poder andar bien".
Antes de enumerarle a Ervine las ventajas de la nueva vida que le espera, Shaw detalla los problemas que tuvo durante un año y medio por la operación en un pie, en 1898, que lo dejó en muletas. "Descubrí que podía manejarme sin mi pierna de la misma manera que me manejaba sin tener ojos en la nuca. La pasé tan bien sin usarla como la pasa bien mi mujer sin escribir obras de teatro".
"Para un hombre de su posición –le dice finalmente de colega a colega– dos piernas son una extravagancia (…). En vez de quedarse un año en el hospital para ser enviado de vuelta como un cordero al matadero, en un mes va estar de nuevo en su casa, liberado del ejército de por vida, y con una pensión como herido de guerra. Cuanto más de cerca se ve el caso más claro es que usted es un hombre excepcionalmente afortunado, desprovisto de una extremidad a la que no le debe nada de su fama, y que fue, de hecho, la causa de su conscripción, porque sin ella nunca lo hubieran aceptado para el servicio". No consta la respuesta, pero se puede deducir que el argumento fue un buen consuelo. Muchos años después, tras la muerte de un casi centenario Shaw, Ervine fue el primero en escribir su biografía.