El infierno de los tiranos
Por Mario del Carril Para La Nación
WASHINGTON.- Jorge Luis Borges, en Anotaciones al 23 de agosto de 1944 , fecha en que fue liberada la ciudad de París del dominio nazi, afirma que "para europeos y americanos hay un orden -un solo orden- posible: el que antes llevó el nombre de Roma y que ahora es la Cultura del Occidente". Ese orden, que triunfó en la Segunda Guerra Mundial y fue consolidado una vez más por la implosión del imperio soviético a fines de la década del 80, fue codificado en parte en la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por 48 votos, incluido el voto argentino, en la Asamblea General de las Naciones Unidas del 10 de diciembre de 1948. No se opuso ningún país a esa resolución, pero se abstuvieron el bloque del Este, Arabia Saudita y Sudáfrica. De los que entonces se mantuvieron al margen de la Declaración, el bloque del Este ya no existe, Sudáfrica es otra y únicamente Arabia Saudita se mantiene en sus trece.
La barbarie enérgica
Borges escribe en sus Anotaciones que el nazismo es a la larga un imposible, y extendiendo el concepto afirma que la barbarie enérgica -jugar a ser un vikingo, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja- es una imposibilidad mental y moral. Así los hombres pueden morir por esa barbarie, mentir por ella, matar y ensangrentar por ella, pero nadie, en la soledad central de su ser, puede querer que triunfe, ni siquiera Hitler.
Esta conjetura de Borges, de que Hitler quería ser derrotado porque había creado un infierno inhabitable aun para él mismo, se puede aplicar al pasado no tan reciente argentino con alguna modificación.
Paradojas de la dictadura
Los distintos jefes militares que gobernaron la Argentina desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 10 de diciembre de 1983 no eran hítleres. A diferencia del alemán, no querían hacer lo que hicieron y no creo que obraran por vocación o gusto, como lo hizo Hitler, sino por lo que ellos consideraban, equivocadamente, un estado de necesidad. Se sentían defensores de Occidente que tenían que violar su compromiso con la moral de Occidente. Pero así, por medio de sus obras de represión, fabricaron un infierno, y trataron de que todos los argentinos lo aceptaran como normal. Posiblemente por eso, en el fondo de sus almas habrán querido ser derrotados, y habrán colaborado inconscientemente para ese fin.
Esta conjetura borgiana fue inspirada por una de las etapas más paradójicas de la pasada dictadura militar, precisamente cuando ésta parecía consolidarse institucionalmente y el panorama internacional favorecía el olvido de sus crímenes. Fue cuando gobernaba Margaret Thatcher, amiga de Pinochet, en Inglaterra, y en Washington había asumido la administración de Ronald Reagan, con esa pléyada de defensores de los regímenes "autoritarios" cuyos nombres ahora uno prefiere no recordar.
Fue en aquel momento, marzo de 1981, cuando visitó a Washington el general Roberto Viola, comandante en jefe del Ejército y delfín del régimen. Viola se preparaba para suceder al entonces presidente general Jorge Videla y proyectaba políticamente una imagen de moderación. Sin embargo, después de una exitosa reunión con algunos legisladores norteamericanos críticos de la política de derechos humanos de la dictadura militar, Viola, palabras más, palabras menos, dijo: "Un ejército victorioso no es investigado. Si las tropas del Reich hubieran ganado la última guerra mundial, el tribunal se hubiera reunido en Virginia y no en Nuremberg".
La frase provocó asombró por lo desubicada y por los hechos que implícitamente admitía y la actitud que reflejaba. James Neilson en The Buenos Aires Herald escribió al día siguiente: "Después de todo, si se considera que Viola es un moderado, y si este moderado piensa que lo único que hicieron mal los nazis fue perder la guerra, es difícil para la mente concebir lo que piensan los duros". Pero más difícil resulta comprender cómo Viola pudo haber descalificado a los tribunales de Nuremberg siendo su propósito humanizar el régimen.
La ley del más fuerte
Las palabras del comandante en jefe agrandaban los hechos, no los achicaban. Por un lado, estaba admitiendo que los llamados "excesos" del régimen eran del orden de magnitud de las matanzas y torturas en los campos de concentración de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, reducía los juicios de Nuremberg, que a fin de cuentas, con todas sus imperfecciones, fueron la respuesta de la Cultura del Occidente a esos crímenes, a una expresión más de la ley del más fuerte.
Después la Argentina tuvo sus Fuerzas Armadas derrotadas, no por la subversión, sino por los británicos. El general Leopoldo Galtieri que sucede a Viola al margen del marco institucional creado por la propia junta militar, le hace una insensata guerra territorial a Gran Bretania, una potencia nuclear que la Argentina no podía vencer. Galtieri y sus colegas fueron seducidos, posiblemente, por la idea romántica de los jóvenes de la década del 60, y de los fascistas de la década del 30, de que la acción directa y la imaginación crean el poder, aun cuando falten recursos.
La otra explicación de esa insensatez es la conjetura borgiana: los jerarcas del régimen colaboraban inconscientemente para ser derrotados.
Los resultados los conocemos. El régimen militar se vino abajo, como se deshizo pocos años después el imperio soviético, porque no podía habitar el mundo que había creado. En la Argentina hubo tribunales en que fueron enjuiciados los jerarcas de ese régimen, no como generales vencidos, sino por ser ciudadanos acusados de abusar sistemáticamente del poder del Estado, que ejercieron al margen de la ley.
Occidente contra Occidente
Para justificar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en esos años se suele argumentar que para defender a Occidente había que salirse de la Cultura de Occidente. Es decir, proceder con total ajuridicidad. Pero a la larga ningún Estado institucional se puede gobernar así, sin ley o respeto a la ley que protege los derechos humanos.
Es trágico que se haya obrado así, obviamente más para las víctimas directas del Proceso que para sus víctimas indirectas, que fuimos todos, y también es trágico para los autores del Proceso, que trataron de fabricar una sociedad "por zurda" que en el fondo no querían y que tampoco podían habitar. No parece casualidad que ese régimen haya terminado el 10 de diciembre de 1983, aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.