El inconsciente de Feinmann
Desmesurado, prejuicioso, agudo, pueril, injusto, profundo, humorístico, genial. Anoté en mi libreta esos adjetivos mientras leía el último libro de José Pablo Feinmann, que para variar se ha convertido en un best seller . A simple vista El Flaco es un ensayo dedicado a ciertos "diálogos irreverentes" que mantuvo con Néstor Kirchner. Sin embargo, una lectura más atenta permite advertir que se trata de una novela verídica, donde no hay invención sino reproducción exacta de hechos reales. Un cruce entre la crónica y el panfleto, en ese espacio híbrido que Sarmiento eligió para escribir su Facundo . Es curioso, porque Sarmiento realizó ese libro para denostar a su enemigo político sin entender que en verdad lo estaba exaltando. Al revés, Feinmann escribe El Flaco para exaltar a Kirchner sin entender que en verdad lo está criticando. El inconsciente de los grandes escritores suele actuar de manera ingobernable: labra bajo la superficie un segundo libro inesperado y más verdadero.
Es preciso, antes de seguir adelante, advertir que me caben las generales de ley. En principio porque el autor, después de demonizar en este mismo libro a José Claudio Escribano, escribe que a su lado mis textos lo dejan como un hombre "más tierno". Mis textos, en cambio, le dan directamente "escalofríos" a Feinmann. Debe de referirse, entre otros, a un artículo que escribí a propósito de la muerte de Mariano Ferreyra, y acerca de cómo se había generado en la Argentina un polvorín, las condiciones para que las cosas terminaran en una tragedia callejera. El autor de El Flaco , contrariamente, le carga aquella muerte al dirigente del PO Jorge Altamira, a quien acusa de haber cedido alguna vez a la frivolidad de haber participado del programa A la cama con Moria . "Ese cadáver (Ferreyra) es tuyo, Altamoria -denuncia Feinmann-. Hacete cargo."
Pero las generales de la ley no me caben exclusivamente por esa frase que el autor de Ultimos días de la víctima me dedica. Sino porque ha sido mi amigo y mentor desde muy joven, y porque siempre me he sentido deudor literario de sus novelas. Aun en su desaforada carrera por escribirlo todo y a veces por decir dolorosas tonterías públicas, su obra es ya ineludible y merecería más atención de la que recibe por parte de la universidad. Hemos tenido, en todas estas décadas, una sola y feroz discusión, y fue por culpa del kirchnerismo. Desde entonces nos dedicamos una falsa y piadosa indiferencia. Porque yo no puedo ser indiferente a su irritante talento.
La relación de José con Néstor fue embrionaria pero fuerte. Feinmann defendió siempre el peronismo de izquierda, pero no convalidó jamás la locura montonera de los 70, y le propuso desde el comienzo a Kirchner que se deshiciera del aparato peronista. Kirchner, como se sabe, no le hizo caso. Y en una escena memorable de su libro, que quedará para siempre en los anales de la literatura política argentina, esa última discrepancia se manifiesta con crudeza. El escritor ha sido invitado a la quinta de Olivos, y el Presidente está intentando convencerlo de que debe combatir a Duhalde y quitarle el aparato. Se encuentra allí Alberto Fernández, y los tres se inclinan sobre un gran plano del conurbano bonaerense. Néstor ya ha pronunciado su credo: "La política es no hacerle asco a nada". Pone un dedo en una localidad y pregunta qué candidato tienen. El jefe de Gabinete le dice "nadie". Luego le menciona cuatro o cinco nombres de otros partidos. Ninguno es decente. Se preguntan entonces quién es el más barato. Resulta ser un dirigente de Luis Patti, a quien apoyarán. "Esto es política -señala al final el ex Presidente -. ¿Cómo se lo explico a los progres?"
Esta lección de pragmatismo salvaje y de inescrupulosidad política se engarza, precisamente, con la preocupación por ganarse a la influyente progresía. Al respecto, Feinmann relata otra anécdota. Todo empieza cuando el jefe del Estado lo llama por teléfono para anunciarle que al día siguiente hablará ante las Naciones Unidas: "Y voy a estar muy duro". Parece que se viene un anuncio que hará temblar a los imperios, pero resulta que sólo se trata de decir que "somos hijos de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo". Aunque a los imperios no les mueve un pelo, a Feinmann lo impresiona vivamente: "Me quedé frío. Como si, en efecto, me hubiera muerto ese día". Después se encuentra con otros pensadores: todos parecen extasiados con la "osadía" de Kirchner. Le adjudican una importancia política gigantesca a su anuncio y revelan así, sin querer, la tremenda orfandad que tenían los intelectuales de izquierda hasta la llegada del kirchnerismo. Un mérito de Néstor nada desdeñable: el peronismo no los consulta, pisotea a veces sus ideas y pruritos, pero tiene en ellos un arma cultural efectiva. Con sus sincericidios, arbitrariedades, enconos y egomanías, el inconsciente de Feinmann consigue mostrar, a veces a pesar suyo, esas contradicciones y realidades. Logra que los kirchneristas lo lean como una obra de reafirmación doctrinaria y los antikirchneristas, como un manual de lo que no se debe. Logra, en definitiva, una obra imperdible de estos tiempos.
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