El impacto concreto de la sustentabilidad en la economía y en nuestros bolsillos
Mientras el debate por los resultados de la COP26 empieza a asentarse, la necesidad de definir a nivel local y global políticas ambientales de largo plazo sigue vigente. Para lograrlo, es cada vez más importante que el cuidado del planeta trascienda minorías hiperinformadas y se vuelva real para la sociedad en su conjunto.
Una forma de que efectivamente se extienda es entender las consecuencias que la sustentabilidad tiene en la economía y nuestros bolsillos. En concreto, la crisis climática, de no ser abordada adecuadamente, aumentará el costo de los alimentos, la energía y el agua. Por otro lado, combatirla, en la actualidad, puede constituir una oportunidad de financiamiento.
Este punto es especialmente valioso para la Argentina, cuyas empresas y proyectos acceden a escasísimo (o carísimo) crédito que permita planificar su crecimiento.
La ola de finanzas sostenibles empezó hace un tiempo y se transformó en una enorme oportunidad para quienes se suban a ella. Entre las noticias más recientes aparece el anuncio del Banco Santander, que dará créditos para instalar paneles fotovoltaicos, en línea con lo que sucede en otros lugares del mundo. Esto significa ahorro directo en costos de energía a través de una alternativa que llega financiada. El caso es solo una muestra de un fenómeno que, con muchas aristas, es capaz de colaborar con uno de los grandes temas de nuestro país: la deuda internacional.
La Argentina le propuso al FMI canjear deuda por metas ambientales. La iniciativa por ahora no parece haber encontrado eco -quizás porque hay debates más grandes en torno a las tasas, los plazos y acuerdos políticos-, pero en otros países ya funcionó. Seychelles logró firmar en 2015 un acuerdo a través del cual un porcentaje de su deuda se canjeó a cambio de que el país desarrolle políticas para proteger los océanos.
El escenario internacional favorable para la sustentabilidad va más allá de los organismos multilaterales. Blackrock, el fondo de inversión más grande del mundo, exige a las empresas en las que invierte mediciones de impacto y reportó que, en el primer trimestre del año, los fondos abiertos sustentables experimentaron una suba del 41% interanual, captando 40.500 millones de dólares a nivel global. Solo en la Argentina, en tanto, los bonos verdes superaron los 100 millones de dólares en emisiones durante 2020.
La mirada de los inversores tiene su correlato en los ciudadanos de a pie. Un estudio de IBM realizado en abril determinó que el 54% de los consumidores a nivel mundial están dispuestos a pagar más por productos sostenibles o que demuestren compromiso social. Esta oportunidad puede ser determinante para un país productor de alimentos como la Argentina: garantizar la trazabilidad significa poder acceder a mercados más exigentes y dispuestos a pagar más por el valor que aporta la sustentabilidad.
Esta tendencia incluye obligaciones: en los últimos días la Unión Europea anunció que exigirá un “certificado de libre de deforestación” a productos agropecuarios que vengan de otros países del mundo, como la Argentina.
Este tipo de restricciones no sólo buscan atender la sustentabilidad en el largo plazo, sino que intentan responder a fenómenos que ya impactan en nuestra vida cotidiana. El cambio climático ya afecta el precio de la energía y el agua. En Mendoza, por ejemplo, se habla de la peor crisis hídrica en seis siglos, de acuerdo con un informe del Atlas de Sequías de Sudamérica. Según el estudio, el aumento de los gases de efecto invernadero es clave para que se generen más sequías. Además, reporta reducción de lluvias y nevadas, con consecuencias productivas y de consumo: estos fenómenos hacen más costosa la producción de energía por fuentes hídricas e impacta -y encarece- el suministro de agua.
Mientras algunas de las cifras y proyecciones asustan, lo cierto es que los incentivos económicos para generar proyectos ligados al impacto ambiental y social positivo, nunca fueron tan grandes. La sustentabilidad se convierte en una gran creadora de valor económico por la capacidad reputacional, la inserción en cadenas globales de valor, la atracción de capital humano y clientes, además de inversores y entidades financieras que están preocupadas por impulsar proyectos sostenibles, generar impacto y diversificar riesgo.
La perspectiva sustentable significa una oportunidad de desarrollo que no sólo es imperativo tomar, sino que más temprano que tarde se convertirá en la única forma de operar, como prueban las recientes restricciones.
Con consecuencias concretas en la vida cotidiana de las personas, la opción por el planeta nunca fue tan clara, ni tan rentable.
Licenciado en Ciencias Políticas (UCA) y posgrado en Bonos Verdes y Finanzas Sostenibles (Ucema)