El huevo y la gallina
Los tan criticados populismos florecen cuanto mayor es la desigualdad social. No se necesita ser Sherlock Holmes para investigar sobre movimientos y revoluciones proletarias para entender que, a clases gobernantes abusadoras con ostentosos niveles de lujo, soberbia clasista e insensibilidad extrema, se oponen resentimientos sociales no siempre expresados con prudencia, responsabilidad y racionalidad. Esas heridas sufridas por millones de personas sumergidas en la miserabilidad y la esclavitud no se cierran fácilmente y van engendrando situaciones de tensión donde se mezclan caóticamente la sed de justicia con el ansia de venganza.
Las consecuencias de estos enfrentamientos se desarrollan y evolucionan a través de los siglos, los sistemas políticos, las razas y las religiones más diversas y en los últimos tiempos se notan mucho más las causas y consecuencias de estos sucesos. Lo que los gobiernos no hacen o hacen mal lo concretan narcotraficantes que no son otra cosa que emergentes que han salido de la miseria tomando el camino del crimen y que, a base de asesinatos, secuestros y todo tipo de desmanes, vienen a personificar a los Robin Hood siglo veintiuno sin la nobleza de aquel personaje que alegraba con sus aventuras en busca de la justicia las matinés de los cines de barrio del siglo pasado. Nada es menos justificable ni menos contradictorio que un mundo donde inmensas mayorías padecen hambre, miserabilidad, falta de higiene, salud, seguridad y crisis habitacionales rodeando en círculos de mugre y delito ciudades pletóricas de rascacielos, shoppings y parques temáticos colmados de turistas extranjeros gastando dólares a troche y moche.
Nadie espera una remisión total de estos fenómenos pero al menos podría darse una acción concreta que vaya más allá de los discursos de ocasión y no dejar a los organismos humanitarios con muy pocos recursos como única contención ante semejantes inequidades.
Lo más grave es la actitud de los principales actores de estos escenarios escalofriantes dominados por ambiciones de poder que gastan millones y millones en armamentos de todo tipo que además de su poder destructivo en lo material arrasan con la naturaleza entrañando un desolador futuro para el mundo entero.
Ante tanta irracionalidad los que desde el llano observamos estas barbaridades asistimos azorados al espectáculo de ajustes, represiones, protestas, desmanes, asesinatos, venganzas, secuestros extorsivos y chanchullos judiciales matizados con discursos condenatorios para autoritarismos que levantan banderas de reivindicaciones con mucha virulencia pero al mismo tiempo no implementan medidas razonables para evitar las causas de tanto descontento y tanta injusticia. Los poderes mundiales están enfocados en cerrar cifras de los déficits en las balanzas comerciales y gastan energías en debates televisivos donde dirimen su poder mucho más interesados en sillones y bancas del Congreso que en los reales, visibles y pavorosos problemas que enfrentan muchos millones de seres humanos.
Para no lamentar la existencia del “malvado populismo” habría que moderar, legislar y controlar la perversa indiferencia que genera miseria y bronca en masas populares que por desesperación caen presas de la demagogia y la violencia. Es el viejo tema del huevo y la gallina. Deberíamos dejar de teorizar y sería mucho más eficaz actuar contra los factores que generan lo peor: la miseria, la desocupación y el abandono.