El hombre que se olvida de dar el ejemplo
Acaso fue Agustín P. Justo el presidente más silbado de la historia. Donde iba lo silbaban. Un día fue al hipódromo de Palermo en carroza descubierta para presenciar un gran premio –lo cuenta Félix Luna– y cuando el público renovó el ritual de abuchearlo, Justo, diríamos hoy, se sacó. Se puso de pie en la carroza, miró a la multitud y le hizo un corte de manga.
Tal vez sea la representación más rústica de cómo un presidente se puede llegar a olvidar por un instante de la investidura que porta. No es, desde luego, lo recomendable. De los presidentes se espera ejemplaridad. Y eso lo sabe bien Alberto Fernández.
El problema de Fernández no es que no lo sepa sino que se lo olvida. Lo explicó él mismo el lunes durante un acto en La Matanza. “Me muevo como un hombre común –dijo en un tono confesional que rompió la monotonía de la ira de esa tarde, luego recriminada por la vicepresidenta–, me siento un hombre común, y a veces no tengo en cuenta que soy el presidente y debo dar el ejemplo”. Obviamente estaba hablando sobre el cumpleaños 39° de su mujer. Venía de decirles miserables a los que no habían entendido la primera explicación.
Cualquier hombre común como el que Fernández siente ser también tiene sus olvidos. Se olvida las llaves de la casa en la cerradura de la puerta, no recuerda dónde dejó estacionado el auto en el shopping o pasa de largo, seguramente con daños colaterales, la fecha de un aniversario romántico. Cosas que, para ser ecuánimes y modernos, hay que decir que también les suceden a las mujeres comunes. Pero el olvido de Fernández, al que tienta calificar de pintoresco si uno pudiera también olvidarse de las consecuencias, es recontra exclusivo: nadie más que él puede olvidarse de que es el presidente de la Nación y que debe dar el ejemplo.
Antes que pellizcarse en forma periódica a Fernández tal vez lo ayudaría tallar en la cabecera de su cama el inciso 1° del artículo 99° de la Constitución –sí, suena un poco amedrentador para un hombre común–, donde se avisa que el presidente es el jefe supremo de la Nación, jefe de gobierno y responsable político de la administración general del país. O podría enmarcar este aforismo: “Cuando el gobernante obre de manera recta, ejercerá influencia sobre el pueblo sin dar órdenes y cuando el gobernante no obre de manera recta todas sus órdenes serán inútiles”. Confucio, que no sospechó problemas de amnesia, lo dejó dicho hace 2500 años.
En una semana dedicada a fatigar micrófonos Fernández habló también de ejemplaridad cuando le tocó evocar a San Martín, si bien con espejos borgianos. Dijo que había que seguir el ejemplo del Libertador, quien a su vez miraba el país “igual que nosotros”, anacronismo engarzado con el ideal de la unidad latinoamericana en el que necesariamente ahorró el detalle de especificar cómo habría hecho el prócer para abrazar a los hermanos latinoamericanos Maduro, Ortega y Díaz Canel, la Patria Grande, la democracia y los derechos humanos todo al mismo tiempo.
"Pocos recuerdan que Nixon no cayó por tratar de ponerle micrófonos al Partido Demócrata sino por todo lo que hizo después para sepultar esa torpeza"
El miércoles, al retomar el tema del cumpleaños, el presidente citó a Jauretche: “Los gobiernos populares son débiles ante el escándalo; no tienen ni cuentan con la recíproca solidaridad encubridora de la oligarquía”. Pero a Jauretche lo refutó, entre otros, Richard Nixon, un emergente del ala derechista del Partido Republicano que no encabezaba lo que el peronismo denominaría un gobierno nacional y popular, y que voló de la Casa Blanca por un escándalo minúsculo, un “robo de poca monta”, decía él. Pocos recuerdan que Nixon no cayó por tratar de ponerle micrófonos al Partido Demócrata sino por todo lo que hizo después para sepultar esa torpeza sin que oligarquía alguna lo acorazara. ¿Pero acaso un presidente no debe dar el ejemplo?, le preguntó ex post facto, palabras más palabras menos, David Frost a Nixon en 1977 a propósito del encubrimiento y la obstrucción a la Justicia. Entonces a Nixon la ejemplaridad se le enredó con la megalomanía: cuando uno está en el Salón Oval, explicó, hace cosas que en la estricta interpretación de la ley no son legales, pero son el mejor interés de la Nacion y si las hace el presidente significa que ya no son ilegales.
Las famosas cintas del caso Watergate se deben a que por orden del presidente en la Casa Blanca se grababa todo lo que se decía. Que se sepa, los cumpleaños ilegales de Olivos no se fotografiaron y filmaron por disposición presidencial, pero Fernández tampoco dijo “che, pará, no filmen esto”. Pese a que su solución habitacional era la Residencia Presidencial, en ese momento quizás se olvidó de que era el presidente.
Durante el Plenario del Movimiento Evita volvió con el humilde pedido de que le marquen los errores. Háganlo “de modo tal que no lo aprovechen otros”, incentivó a miles de personas. Es decir, reiteró un error. El pedido de que le marquen los errores debía hacérselo a sus asesores, que cobran un sueldo del Estado para hacer el trabajo y le pueden refrescar la memoria antes de que los cometa.