El hombre que hablaba con sus muertos
Durante muchos años hablaba por las noches; a veces despertaba sobresaltada sabiendo que había hablado, recordando, incluso, algo de lo dicho, aunque no supiera bien a quién o a quiénes estaban dirigidas mis palabras. Fueron los mismos años en los que tenía pesadillas recurrentes, los mismos en los que con cierta frecuencia me despertaba a los gritos, angustiada y, muchas veces, sin saber ni siquiera dónde estaba, esto último algo que me aterrorizaba y me provocaba también mucha vergüenza. Al pensarlo un poco, se me ocurre que tal vez había rechazo a la soledad del sueño, esa dimensión interior tantas veces colmada de monstruos o fantasmas, una soledad que se rebela en esas conversaciones nocturnas, buscando encontrar en el otro el lugar apropiado para descargar la rabia que interrumpe el descanso o, al menos, para recibir ese consuelo que ayudará a salir del infierno. Hablar en sueños sería algo así como estar menos solo, pienso. Conozco un solo método para terminar con las pesadillas: los abrazos. Lo aprendí hace más de veinte años, cuando me rescataron de las tinieblas y no me dejaron volver ahí.
Me atrae con frenesí la gente que habla sola por la calle; no puedo dejar de preguntarme qué imaginan, si es que imaginan algo, ni de hacer especulaciones: ¿creen que hablan con alguien? ¿Con quién? ¿Es siempre la misma persona con la que hablan o cambian de interlocutor? ¿Se dan cuenta de que el resto de la humanidad se ríe de ellos o que, en el mejor de los casos, los mira con pena? Quiero decir, ¿se dan cuenta de que hablan solos? Yo sí me doy cuenta. De que hablo sola, digo, porque sí, amigos: muchas veces hablo sola, pero me hablo a mí misma, no tengo -al menos hasta ahora- ningún amigo o amiga imaginarios. Lo hago casi en susurros, puede ser en el auto, en un cuarto de hotel cuando viajo o también en mi casa, las poquísimas veces que las multitudes que pueblan mi hogar me dejan sola. Es siempre en medio de un silencio de roca que me doy indicaciones o refuerzo ideas ("Seguro que es por acá"), a veces también me felicito ("¡Muy bien, sabía que iba a encontrarlo!") o simplemente me anuncio cómo sigue mi rutina ("Ahora me preparo el té y después termino de escribir. Sí, mejor"). Posiblemente no soy nada original.
John River tiene más de sesenta años y también habla solo y a veces grita y tira manotazos, pero no lo hace durante el sueño, sino todo el tiempo. Seamos justos, no habla solo: quienes lo acompañan en esos diálogos fantásticos son las víctimas de los casos que investiga, porque River es un detective sueco que vive en Londres, un profesional con muchos años en la calle, una luz para desentrañar casos complejos. Un hombre muy alto, obsesivo y oscuro que se mueve en ambientes sórdidos y cuya pesadilla original es una madre que se desentendió de él en su infancia. Una persona tímida y sufriente a la que le cuesta vincularse con los otros, salvo con aquellos que fueron asesinados y claman por justicia desde otro mundo.
River es el personaje principal de una serie de seis capítulos que lleva su nombre y en la que el gran actor sueco Stellan Skarsgard absorbe la sensibilidad de un investigador cuya mente es un tormento. En la banda de sonido sobresalen temas clásicos como "I Love to Love" o "Sunny", que funcionan como otra forma de diálogo que nos lleva hacia dentro de nosotros mismos. La serie, producida por la BBC y que puede verse en Netflix, es una original combinación de géneros como el policial, el thriller psicológico y la literatura de duelo, que terminan alumbrando algo nuevo y fascinante, la historia del detective melancólico que surfea como puede una vida demasiado intolerable. "La serie, finalmente, hace todo para que uno sienta el mundo como un lugar completamente hostil", me dice con su habitual lucidez Hernán Schell, compañero en la radio y, desde hace unos meses, mi crítico de cabecera. Hernán se siente deslumbrado por el mundo imaginario de River, un refugio cálido, a su manera, que consigue alejar al personaje de lo verdaderamente opresivo: la vida real.
River les habla a los muertos que otros mataron, quienes, a su vez, intervienen para indicarle pistas que lo ayudarán a encontrar a los culpables. Entre esos muertos vivos de su mente se encuentra su compañera Jackie Stevenson, "Stevie", una mujer policía más joven, quien fue asesinada prácticamente ante sus ojos. En medio de la pesadumbre, River alucina a Stevie, un ser luminoso a quien él nunca terminó de decirle todo lo que sentía por ella; la única persona capaz de recuperarlo de la oscuridad de los malos sueños y de sacar lo mejor de él: una sonrisa plena, una canción en karaoke, unos pasos de danza en una calle húmeda y mugrienta convertida por amor en una sensual pista de baile.
Twitter: @hindelita